Daniel Roldán
Domingo, 25 de enero 2015, 07:34
La lepra es curable y es difícil de transmitir. Dos conceptos básicos para combatir cualquier enfermedad, incluida la lepra. Porque esta dolencia, a pesar de la creencia popular, se puede curar desde hace 32 años siempre que se coja a tiempo. Pero esta enfermedad necesita ... de una actuación mucho más general para poder acabar con ella. «La lepra tiene tres componentes: un germen, que es de la misma familia que provoca la tuberculosis; una predisposición y pobreza. Por eso, en muchos de los países con lepra las estructuras sanitarias no son muy fuerte entonces y es difícil encontrar médicos y enfermeros en las zonas rurales», explica José Ramón Gómez, director médico de lepra y miembro del equipo de cooperación internacional de Fontilles, una asociación que lleva más de un siglo luchando contra esta enfermedad y que mantiene, en Alicante, la que se puede considerar como la última leprosería de Europa.
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El trabajo en las zonas con lepra no solo es complicado por la falta de profesionales sanitarios, sino también por la endeblez de las infraestructuras o por la falta de conocimiento sobre la enfermedad. Es muy fácil, destaca el responsable de la ONG, que un enfermo abandone el tratamiento (que dura un año) por un cúmulo de problemas, desde el analfabetismo para tomar la medicación, la escasa higiene (en Europa se extinguió la lepra prácticamente a la par que mejoraban las estructuras sanitarias) o el estigma social. «La población tiene un concepto de que es muy contagiosa, cuando es poca, y de que es mortal», apunta el experto.
Para contraer la lepra, es necesario haber estado con enfermos no tratados. Además, se da la circunstancia de que es una enfermedad familiar. No es hereditaria, pero sí genera predisposición. Es decir, que un hijo de leproso tiene más papeletas que su vecino.
En descenso
La Organización Mundial de la Salud (OMS) detectó 215.656 nuevos casos en catorce países en 2013, aunque la gran mayoría se concentran en India (126.913 casos, el 59%). Curiosamente, un país donde las autoridades han asegurado que está libre de la lepra. «Ningún país quiere hablar de esto, no quiere reconocer que tiene lepra por cuestiones económicas y turismo. Yo he trabajado en América Latina y no interesa hablar», explica el doctor Gómez. Brasil, por ejemplo, ha registrado 31.044 nuevos casos (el 14% del total). El tercer estado con más leprosos nuevos es Indonesia (16.856, el 8%).
Con respecto a años anteriores, se mantiene un descenso en el número de casos, aunque hay países como Costa de Marfil, Etiopía, Madagascar o la República Democrática del Congo donde han aumentado las estadísticas. Según Fontilles, estos datos suponen que las políticas de prevención y de tratamiento están funcionando. La asociación calcula que dese los años 80, la implementación del tratamiento con multiterapia (MDT) ha curado a 16 millones de personas.
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Entre los nuevos casos, 13.289 tenían discapacidades de grado 2, lo cual refleja un bajo grado de sensibilización e información de la población sobre la lepra. Por otra parte, el 9,2% de los nuevos casos son menores, un indicador de que el contagio continúa. En cuanto a España, el responsable de Fontilles destaca que se producen entre quince y veinte casos anuales y están controlados. «El 80% de ellos provienen de países que han tenido bastante emigración a España como Ecuador, Colombia o Brasil. Y hay un pequeño grupo español que se han movido por zonas de lepra por cooperación u otros aspectos», explica Gómez. «La lepra es una enfermedad más, que no deja secuelas siempre que sea bien tratado el paciente. Puede hacer una vida normal siempre que se haya tratado a tiempo. Pero si hay un retraso en el diagnóstico, tenemos un problema», insiste el director médico.
Sobre las consecuencias de la enfermedad ha puesto este año Fontilles el foco en este día mundial que se celebra este domingo. La campaña 'Un futuro sin lepra, superando barreras' quiere hace hincapié en los problemas sociales de estos enfermos. Marginación, niños expulsados de los colegios, divorcios por contraer la enfermedad o discriminación para desempeñar cargos públicos son algunas de las consecuencias de esta lacra que se creía abandonada.
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