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BORJA ROBERT
Domingo, 2 de noviembre 2014, 07:35
El ébola infecta a casi mil personas nuevas cada semana. Salvo tres casos en EE UU y uno en España, todos los contagios de la epidemia más grave han ocurrido en África occidental. La crisis, aseguran los expertos, todavía está fuera de control. Y para ... contenerla y aplacarla hace falta gente. Cooperantes expatriados, porque los sistemas sanitarios de los países afectados, endebles de por sí, llevan meses desbordados. Cruz Roja ha decidido sumarse a este esfuerzo y, tras instalar un centro de tratamiento en Kenema (Sierra Leona), ha comenzado a formar en Europa a personas dispuestas a ir a luchar. Anteayer dieron comienzo a su primer curso en Madrid.
Doce personas de varios países y distintas organizaciones concluyeron ayer un curso introductorio, de dos días, para enfrentarse al ébola con seguridad. Sus profesores son el personal de Cruz Roja española que, desde hace meses, pelea contra el virus en el epicentro de la crisis. Ahora podrán viajar a África a concluir su formación sobre el terreno, y participar en los trabajos necesarios para poner fin a la epidemia.
«Aquí les enseñamos a qué se van a enfrentar», explica Cristina Castillo, jefa de operaciones de la Unidad de Emergencias Internacionales de la organización. Los doce alumnos practican los procedimientos con los que se trabaja en centros de tratamiento ébola . Los equipos de protección individual, las distintas zonas, las medidas de seguridad y los protocolos. Para que el entrenamiento sea más realista, Cruz Roja ha creado una réplica de sus instalaciones en Kenema. «La diferencia es que allí es mucho más grande», asegura la cooperante. En la tercera ciudad de Sierra Leona disponen de 60 camas, mientras que en Madrid tienen una docena y un par de maniquís a modo de enfermos.
El centro de entrenamiento está compuesto por siete tiendas de campaña de unos 30 metros cuadrados. La disposición, el entorno y el aspecto, explica Castillo, es el mismo que el que encontrarán en los centros de tratamiento de ébola . Todo sigue el modelo que Médicos Sin Fronteras ha perfeccionado tras décadas de lucha contra el virus. El perímetro y cada sector están separados por vallas dobles de plástico naranja. Muy visibles pero llenas de huecos. «Separan, pero permiten ver a través de ellas. Allí es importante que nada quede oculto», cuenta la coordinadora de Cruz Roja.
Todo comienza en las tiendas destinadas a vestirse. Los alumnos practican cómo ponerse el traje, los guantes, unas botas, la mascarilla y las gafas. Sus instructores les recuerdan cada paso e inciden en los pequeños detalles. «Cruza las tiras de la mascarilla por detrás de las orejas», explica uno a su alumna, que se equipa por primera vez. «Insistimos mucho en los momentos más críticos», asegura Castillo. «Hay que vestirse con conciencia. Si pasa algo después, tanto esa persona como su compañero deberán ir directamente a quitarse el traje». Siempre, recalca, tienen que ir en parejas.
A pocos metros empieza la zona de alto riesgo, donde se trata a los casos sospechosos y se cuida a los confirmados. Aquí las precauciones, como el riesgo, son máximas. «En las tiendas para casos sospechosos tratamos de que no haya más de seis camas», cuenta Castillo. Así evitan que, si alguno está infectado, pueda contagiar a otros que estén sanos. En esta área hay cubos individuales -para vómitos o diarreas- y acceso constante a agua. «Llegan tres líneas», explica Castillo. «La verde es de agua potable, la amarilla de agua clorada al 0,05% para lavarse las manos y la roja con agua clorada al 0,5%, para desinfectar cualquier cosa». Los confirmados reciben agua y comida. «Paliativos». Menos de la mitad superan la enfermedad.
Más allá está la morgue. La tienda donde se desinfecta a los fallecidos antes de practicar un entierro seguro. «Es el trabajo más duro, porque lleva asociado un doble estigma», reconoce la cooperante. «No es fácil encontrar personas dispuestas a hacerlo y, sin embargo, es de los más importantes». Junto a la carpa mortuoria, en las instalaciones de entrenamiento cuentan con un círculo que simula el pozo de incineración. «Desinfectamos todo, y después lo quemamos», dice Castillo. Trajes, sábanas, guantes, mascarillas o cualquier cosa que haya estado en contacto con pacientes.
Quitarse el traje
Por último, a medio camino entre la zona segura y la de peligro, está la carpa de desvestirse. En ella, un compañero sin traje de seguridad guía a los que llegan por el proceso de quitarse el equipo de protección individual. «Aunque lo hayas hecho mil veces, te lo vuelven a explicar porque aquí se llega muy cansado», explica Castillo. «Te lo cuentan y te van desinfectando a cada paso». Una vez libres del traje vuelven al comienzo. Trabajan en turnos de ocho horas durante las cuales repiten el proceso tres o cuatro veces. «Cansa», dice la coordinadora.
Estos cursos en Madrid son, junto a otros en Ginebra, los únicos que realiza Cruz Roja en todo el mundo para gente que viaja a combatir el ébola . «Fuimos nosotros los que montamos el centro de tratamiento en Kenema», explica Cristina Castillo, coordinadora de emergencias internacionales de la organización. La rama española de Cruz Roja, cuenta, tiene «buena reputación» en lo que respecta a saneamientos. «Teníamos los recursos, las ganas y nos ofrecimos». Desde entonces ha tenido 155 ingresos. «En total 69 fallecidos y 49 altas, el ratio normal en Sierra Leona», explica.
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