El roce hace más fuerte el cariño familiar
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Lo que llamamos roce, trato, comunicación, cercanía que fortalece la familia, hace más intensos y más entrañables los lazos familiares. Un mirar a los ojos, un beso, una caricia, la simple compañía de los nuestros, nos hace más cariñosos, más felices, más humanos.
Por poner ... un ejemplo que salga de nuestro ámbito, y espero que nadie se sienta molesto por traer esto a cuento, cualquier reportaje televisivo de los que nos brinda National Geographic nos muestra la influencia decisiva que en los animales tiene el contacto físico por muy feroces que sean, leones o tigres; por muy grandes que sean, elefantes o búfalos; por muy atractivos que nos resulten como toda clase de pájaros o de peces, o por muy familiares que nos sean como los perros o gatos. Todo el mundo animal hace del roce un medio de identificación y aún de ternura y de cariño.
Al día de hoy me alegra contemplar y disfrutar en la televisión de un partido de fútbol, de baloncesto, de atletismo en pista, de ciclismo en ruta, con gente hasta los topes, aplaudiendo juntos, sufriendo juntos, gozando juntos, cosa que estos años últimos no hemos podido hacer por la dichosa pandemia.
Sin embargo no es eso lo que más me ha llenado de alegría y de satisfacción. Es otra cosa que voy a concretar. Hace unos días, buena parte de mi familia nos juntamos en una terraza para celebrar un cumpleaños. Éramos un buen grupo: padres, madres, abuelos, tíos, sobrinos, nietos, mayores y jóvenes, hombres y mujeres. Yo disfruté lo indecible porque mi comunicación con ellos, aun siendo muy continuada siempre, en esta última temporada básicamente ha sido a través del móvil. El que me llamen tío y aún abuelo mirándome a la cara los más pequeños y me den un abrazo y un beso llenos de cariño, me hace sencillamente feliz.
Y el hablar a la cara con los mayores, de todo lo divino y lo humano, estando de acuerdo o en desacuerdo –¿qué más da?– es algo que no tiene precio. ¿Por qué? Porque fortalece lo más grande, lo más permanente, lo más decisivo en la vida que es la familia. Y esto mismo, esta misma sensación que estoy tratando de describir la han vivido muchas familias de mi querida Rioja. Pobres, ricas, amplias, reducidas, todas –o al menos muchas– con el roce han ganado en ternura y en cariño. ¿A que sí?
La familia como tal, no podemos olvidarlo, es un bien personal y a la vez y también es un bien social. Es un bien de todos y para todos sus componentes. Es la única comunidad de amor en la que en principio todos y cada uno son queridos por sí mismos, no por el placer que puedan proporcionar o la utilidad que puedan ofrecer. El papa Francisco ha llegado a decir que la familia es «un centro de amor», y añade algo como muy atrevido y concluyente: «donde la fe se mezcla con la leche materna». Y continúo yo –que nunca he sido un cabeza de familia pero que siempre he vivido vida de familia– afirmando que en el hogar familiar las personas –todas– nos integramos de la forma más natural y armónica posible y donde nadie es ignorado, todos encuentran acogida: abuelos, padres, hijos jóvenes o niños, ellos y ellas.
Hoy que se habla tanto de la cultura del encuentro, de la inclusión, de la inserción, de estar siempre abiertos a la solidaridad, que alguien me diga si no es la familia la institución que mejor y más eficazmente puede lograr todos esos objetivos. La familia es una gran riqueza social, más que la energía, más que el dinero. Si siempre se ha dicho que el mejor patrimonio de un país es su gente, ya me dirán de la importancia de la familia a la hora de «hacer a esa gente». En nuestros ambientes sencillos la familia aporta dos elementos muy importante para la paz y el progreso social: la estabilidad y la fecundidad.
Que nadie olvide que las relaciones que se basan en el amor –en el amor fiel hasta la muerte, como el matrimonio, la paternidad, la filiación o la hermandad– se aprenden y se viven en el núcleo familiar. Que nadie olvide tampoco que el amor familiar nos ayudará a creer contra todo derrotismo. Que una convivencia basada en el respeto y en la confianza es una meta posible. Y esta lección, o se aprende en la familia o no se aprende nunca, motivo por el cual yo pediría a las instituciones públicas que apoyen más a la familia.
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