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Nuevos tiempos, nuevos usos. Los 'milenials' que no quieren coche, los 'hípsters' que gastan un pastón en sofisticados ordenadores y teléfonos antes que en el carné de conducir, tampoco aspiran a tener un casoplón. Ni siquiera un apartamento. Entre la generaciones digitales en Estados Unidos ... lo petan las minicasas. Diseñadas a capricho, baratas, portátiles y eficientes, cada vez más jóvenes eligen vivir en las llamadas 'tiny houses'. Acceden por un precio módico a una coquetuela casita de menos de cuarenta metros y de menor impacto medioambiental, y dicen ser felices.
En el sector inmobiliario se habla ya de la «pequeña revolución» de las microcasas, que proliferan de Alaska a Florida. Son baratas, bonitas, menos contaminantes, y la mayoría se pueden transportar para plantarse en cualquier terreno. El fenómeno no es nuevo, pero creció exponencialmente con la crisis económica de 2008 y el asalto a la propiedad de uno 'milenials' convencidos de que «menos es más», máxima que el arquitecto Mies Van der Rohe acuñó tras construir varios rascacielos.
Frente a los al menos 300.000 dólares necesarios para una casa 'normal', por 50.000 dólares (menos de 45.000 euros) es posible hacerse con una microcasa de veinte metros cuadrados, diseñada a la medida y con todas las comodidades. Una apuesta ecológica y supuestamente 'chic' en un país en el que bungalows, caravanas y casas rodantes tienen una penosa reputación como infraviviendas de pobres y marginados. El fenómeno ha enloquecido a las televisiones, que los celebran y alientan con programas de manitas que decoran y mejoran sus diminutas moradas.
«Tenemos una crisis de vivienda y un parque inmobiliario envejecido», explica a AFP Brandy Jones, que se mudó hace ocho meses con su marido y sus dos hijos a una minicasa a cien kilómetros de Filadelfia. «Hace abordable el coste de vida», apunta, aunque el fenómeno no se explica solo por el factor económico en un país donde la superficie media de una casa familiar nueva roza los 230 metros cuadrados. «Seguimos la moda del gigantismo, con casas enormes en los últimos 40 años, y ahora la gente toma conciencia de que vivir con menos es muy ventajoso, dice Marcus Stoltzfus, director comercial y de 'Liberation Tiny Homes'. Reconoce que el fenómeno de las microcasas «es muy 'hípster'», y lamenta que el movimiento 'tiny' tenga «cierta imagen negativa».
Scott Berrier, que se mudó hace cuatro meses a una casa de 34 metros con su pareja, aprecia «no tener tantas cosas como antes» y celebra este «revolución minimalista». «No hay espacios perdidos, gastamos menos electricidad y agua y reducimos nuestra huella de carbono», subraya Scott. «Simplificamos nuestra vida y nos desprendemos de todas nuestras mierdas», le respalda Roland Figueredo, que este verano dejará su apartamento en Nueva York para mudarse a una 'tiny house' en Oregón.
La moda de los hogares diminutos no es, con todo, una tendencia masiva. Se calcula que habrá en torno a 10.000 minicasas en Estados Unidos. Hay, además, un freno financiero para su expansión ya que es casi imposible obtener una préstamo para comprar una. La legislación es otro obstáculo, ya que la mayoría de los ayuntamientos prohíben a sus residentes vivir todo el año en una vivienda sobre ruedas y fijan un mínimo de 80 metros cuadrados para la superficie de una casa. «Hay muchos prejuicios. El problema es que algo nuevo», lamenta Berrier, en su casita de acabado y diseño impecable, con bañera, techo de vidrio y pantalla de cine.
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