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Más allá de los bellos eslóganes que acuñaron aquellos jóvenes airados («la imaginación al poder», «bajo los adoquines está la playa», «seamos realistas, pidamos lo imposible»), el Mayo del 68 provocó un cambio cultural y social que sacudió los pilares de todo el mundo y ... cuyos efectos llegan hasta hoy. Unos objetivos a los que ni de lejos aspiraban los estudiantes de la Universidad de Nanterre que se alzaron contra el rectorado, hace ahora exactamente medio siglo, para denunciar la represión sexual en la institución educativa francesa. Subidos en la ola de modernización de los años 60, los líderes de ese año se convirtieron en la vanguardia del nuevo mundo que estaba por venir, una revolución con sus propias características que autores españoles y extranjeros analizan en su 50 aniversario a través de varios libros.
«Mayo del 68 no fue una revolución divertida de jóvenes burgueses», afirma el periodista y escritor Joaquín Estefanía, autor de 'Revoluciones. 50 años de rebeldía' (Galaxia Gutenberg), que se considera heredero, él mismo, del espíritu de aquella generación «que ha gobernado el mundo en el último medio siglo y que lo ha cambiado a mejor, en términos de bienestar, a través de reformas y no de revoluciones».
Sostiene Estefanía que el Mayo Francés introdujo los conceptos de «feminismo, ecologismo, derechos humanos o igualdad de oportunidades y en la educación», pero no «un cambio de estructuras de poder ni la introducción del socialismo real, como querían algunos». «Eso nunca estuvo en cuestión», remacha el periodista.
En mayo de 1968, el filósofo André Glucksmann era un maoísta sui géneris que se preocupaba por las libertades individuales. Con el tiempo, se acabó declarando favorable a la invasión de Irak y apoyó a Nicolas Sarkozy, y eso que el último presidente de derechas de la República se había propuesto «enterrar el Mayo del 68». Glucksmann vio estas palabras como una exageración y no dudó en ponerse de lado de Sarkozy. «Mayo del 68 sirvió para que alguien como él, hijo de inmigrantes húngaros y divorciado, pudiera llegar a ser presidente de la República», proclamó entonces el filósofo.
Siempre polémico, André Glucksmann falleció en 2015 y ahora su hijo Raphaël, director de cine y periodista, firma el prólogo de la nueva edición de 'Mayo del 68. Por la subversión permanente' (Taurus), un libro que cumple una década. «Negar el patriarcado, rechazar la mentalidad pueblerina, transgredir polvorientos tabús morales y emanciparnos de dogmas marxistas-leninistas o conservadores son rupturas que nos hicieron infinitamente más libres», escribe Raphaël Glucksmann.
Su padre defendió que la revuelta fue un movimiento antitotalitario del que después se apropió la izquierda, y en la misma línea se pronuncia su hijo. «El Mayo del 68 permitió enormes progresos a cada uno de nosotros en cuanto individuos. Los progresos de mañana serán más colectivos que individuales, y tendrán más que ver con el ciudadano que con el hombre. Están por inventar. Recibimos el legado de la libertad. Nos corresponde a nosotros hacer de ella algo más que la búsqueda frenética del bienestar personal», asevera el joven Glucksmann.
La vistosidad del Mayo francés ocultó la explosión de otros movimientos que, con sus características propias, se apropiaron del espíritu de cambio de aquellos años. La lucha contra la guerra de Vietnam, los derechos civiles de los negros o el rechazo a los regímenes militares en el sur de Europa o a los comunistas en el Este del continente son algunas de las causas que Ramón González Férriz detalla antes de enumerar crisis y levantamientos en países tan alejados y dispares como Estados Unidos, Francia, Italia, Alemania, Japón, Checoslovaquia, Polonia o México. «Lo que no quiere decir», subraya el autor, «que dichos movimientos estuvieran coordinados porque, de hecho, no lo estaban».
En su momento, el Mayo del 68 se vivió como una revolución original, casí única. Sin embargo, el tiempo ha mostrado que aquel llamativo acontecimiento tuvo mucho en común con otros a lo largo de la historia. En 'Revoluciones', Joaquín Estefanía relaciona las revueltas progresistas de 1968, 1999 (antiglobalización) y 2011 (15M) con sus respectivas reacciones conservadoras para concluir que el mundo contemporáneo está en un momento de «profunda contrarrevolución» en el que «están en peligro muchos de los derechos adquiridos en este tiempo, ya sean sociales o económicos».
Más atrás en el tiempo se remonta el periodista alemán Gero von Randow, autor de 'Revoluciones. Cuando el pueblo se levanta' (Turner). «Las revoluciones son experiencias colectivas. Actos de liberación colectivos y, desgraciadamente, a menudo barbaridades cometidas en común», escribe Von Randow, que analiza revoluciones como la francesa, la rusa, la maoísta o la cubana.
El periodista y editor Ramón González Férriz firma '1968. El nacimiento de un nuevo mundo' (Debate), en el que defiende la tesis de que la revuelta fue «el levantamiento de una minoría contra el establishment que había surgido en 1945». A juicio de Férriz, el 68 «fue la reforma necesaria para que el sistema siguiera funcionando como siempre». «Podría decirse que la izquierda ganó la batalla cultural y la derecha, la batalla política», resume el escritor.
Testigo directo de aquellos acontecimientos fue el filósofo español Gabriel Albiac, que publica 'Mayo del 68: fin de fiesta' (Editorial Confluencias), una reedición de su 'Mayo del 68. Una educación sentimental', que vio la luz en 1993. Albiac, que conoció a Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, reflexiona sobre si el 68 fue la primera etapa del colapso de los regímenes comunistas, colapso que se concretará con la caída del Muro de Berlín en 1989. «Mayo del 68 fue una revolución contra todo lo existente, pero afortunadamente no hubo Estado revolucionario. Hizo saltar lo establecido sin instaurar un nuevo orden», destaca Albiac, que cree que aquellos acontecimientos aceleraron la descomposición del Partido Comunista soviético, «un dinosaurio».
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