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Hay tres palabras cuyo significado horroriza a la actriz vallisoletana Concha Velasco, nacida en 1939: sobrevivir, sacrificio y resignación. «Yo las quitaría del diccionario», reconoce la actriz -excelente, irrepetible, imbatible-. Cuenta lo siguiente: «'Estoy sobreviviendo', me dijo un día una amiga, y yo exclamé: '¡ ... Qué horror!'. Qué horrible palabra cuyo significado no deberíamos permitir. Lo que hay que hacer es vivir, no sobrevivir». Sus ojos han vivido como si tuviesen la obligación de iluminar ellos solos, para calmarlas, las tristezas de todos aquellos que se sienten solos, perdidos o sobrantes. Y sigue teniendo, pese a todo, la risa más alegre del mundo, esa risa que le ha acompañado por el mundo sirviéndole de alimento y de campanas que anunciaban su presencia; esa risa que, cuando se torna en llanto, la deja molida.
Esa misma risa que le entró cuando, bendito sea el día, le dijo a la madre de su alma: «Mamá, quiero ser artista». Ahora, a los 81 años, ha emprendido una larga gira por toda España con el monólogo 'La habitación de María', escrito por su hijo, Manuel Martínez Velasco, y producido con todo mimo por Jesús Cimarro. Encarna a la célebre y agorafóbica escritora Isabel Chacón, que lleva 43 años recluida en la planta 47 de un rascacielos madrileño que ha convertido en su fortaleza. Un día, se declara un incendio devastador.
- ¿De qué le gustaría hablar?
- De que también hay gente muy buena en este mundo. Fíjese, durante el tiempo que estuve haciendo la función en el Reina Victoria de Madrid, por si no tenía yo bastantes inconvenientes ya, porque estoy muy impedida, me pilló también la nevada enorme que hubo. Un día nos quedamos el chófer y yo en el coche metidos, sin poder ir ni para adelante ni para atrás del hielo que había. Entonces salieron unos chicos musulmanes de un restaurante y vinieron hacia nosotros. Yo no lo tengo manía a nadie, pero cuando los vi venir, y yo allí atrapada en el hielo con el otro señor, me dije: '¡Verás tú!'. Y resulta que estos chicos eran maravillosos. Hay que hablar de la gente buena, porque de toda esa otra, que es muchísima, a la que le gusta matar o fastidiarle bien fastidiada la vida al prójimo, ya se habla todo el rato. Ahora tengo a una señora musulmana estupenda conmigo, que ya me ayudó en casa cuando mis hijos eran pequeños, que no se puede imaginar lo bien que me cuida y me acompaña. Yo es que estoy ya para eso [ríe].
- Y para seguir haciendo teatro.
- Eso sí, un monólogo maravilloso en mitad de una escenografía espectacular. Me caí en el baño de mi casa y me di en la cabeza. Tres horas estuve sin conocimiento. Tuve que ir al hospital y ahora sigo con un ojo por el que no veo nada, el mismo en el que ya tuve desprendimiento de retina; ¡me di el golpe en el mismo ojo! Pero sigo haciendo la función que me ha escrito Manuel, un texto divertido, dramático, sensible...; eso no quita para que de vez en cuando le peguen unos palos horrorosos solo por ser hijo mío. Y no se merece que lo critiquen tanto, porque el niño escribe muy bien, si no no le estrenaríamos la función, ni llenaríamos los teatros. En todos los sitios que vamos la función es un éxito; yo, de repente, me invento cosas y, claro, viene luego Manuel y me regaña.
- ¿Sigue hablando con el público desde el escenario cuando acaba la función?
- Claro, el otro día le hable al público de los profetas y de su importancia. Mahoma aprendió de Jesús, que a su vez aprendió de... ¿cómo se llama el gordito de la lechuga? El chino, ¿cómo se llama? Porque este nació de una lechuga.
- Buda.
- Eso, Buda, que nació de una lechuga.
- ¿Qué ha sido lo mejor?
- Ay, hijo mío. Tengo 81 años y sigo trabajando. Mi nieto ha cumplido 12 años, de pronto se ha hecho un hombre, y no me lo dejan ver por esto del temor a que me contagien. Incluso una perrita que tenía, Lúa, el único animal que he tenido desde que se murió mi canario Pepe, que falleció de depresión el día que murió mi padre, se la llevaron y ya solo la veo alguna vez, cuando me la traen a la pobre... ¡con mascarilla! Mi hijo Paquito ha cumplido 42 años y ha sido hace poco el cumpleaños de [Paco] Marsó, al que yo recuerdo cada vez con más cariño porque, dentro de que no me dio buena vida, al fin y al cabo tampoco se la di yo a él. Es que no me quiero morir con esa cosa de decir 'qué malo era Paco Marsó', porque a lo mejor no lo era tanto. Es que estar conmigo es un poco pesado, porque me tienes que llevar el abrigo [ríe]. A todo el que está a mi lado, lo primero que le doy es el abrigo y el bolso. Y, claro, no a todo el mundo le cae bien eso.
- ¿Usted tiene miedo?
- Yo no tengo miedo, porque tengo 81 años. Yo lo que no quiero es dar la lata a la gente. Y estar tranquila, que no lo veo posible. A usted ya le había contado que el padre biológico de Manuel es Fernando Arribas, ¿verdad? Nos reunimos la familia y decidimos hacerlo público ahora. Pobrecito Fernando, era también un poquito mujeriego y por eso no me casé yo con él. La última vez que él se casó fue con una chica joven de Perú, donde se fueron a vivir. Pero seguíamos teniendo relación. Cuando la chica lo dejó abandonado, nos lo trajimos a Madrid. Las últimas Navidades las pasó con nosotros. ¡Era tan majo, tan guapo!
- Un día me dijo usted: «Soy una pobre mujer».
- Y lo soy. Es que yo no quiero ser Conchita Velasco; yo quiero ser o padre de Conchita Velasco, o marido de Conchita Velasco, o hijo de Conchita Velasco, pero lo que no quiero ser es Conchita Velasco porque Conchita Velasco es una pobre mujer que se ha pasado la vida trabajando como una mula. ¡Y menos mal que me gusta mi trabajo! Dígame usted cuál ha sido mi vida: trabajar, trabajar y trabajar, toda la vida trabajando sin parar. Así es que, cada vez que veo a los que no pagan a Hacienda, me pongo de los nervios, porque yo aquí estoy pagando como puedo, porque siempre tengo una pequeña deuda. Pero, ya le digo, si no me gustara mi trabajo ya me habría tirado por un balcón, ¿o no? ¿Cómo era eso de Escarlata O'Hara que le dije una vez en una entrevista y Marsó se enfadó muchísimo, el pobre?
- «Soy igual de entrañable que Escarlata O'Hara, pobrecita, por un amor imposible las tonterías que hizo la pobre mujer».
- Eso le cayó a Marsó como un tiro. Y es verdad que ha sido el hombre de mi vida, porque es que yo no he vuelto a tener ningún hombre. Desde que se murió Paco, decidí que se acabó. Si cuando volvió Fernando del Perú todavía quería que saliéramos juntos [ríe]. Yo le dije que él era muy mayor, ¡y tenemos la misma edad! Marsó y él se trataban con mucho respeto y mucho cariño. Cada vez que alguien le hablaba mal de Paco Marsó, se ponía de los nervios.
- También aseguró: «Soy una mujer que siempre corre detrás de alguien».
- Eso ya no. Ahora soy una pobre mujer, que sigue llenando los teatros pero que necesita ayuda física, y eso me pone a mí muy nerviosa. Manuel no quiere que se me vea en silla de ruedas, pero yo a veces la necesito para ganar tiempo. ¡Incluso he pensado comprarme una con motor, pero no me deja! [Ríe] Ahora, los que mandan en mi vida son mis hijos. Son buenos chicos, la verdad, que me están devolviendo con creces todo los que yo les he dado. Ellos son ahora mi vida, porque ya le decía que no he vuelto a tener ni un novio, ni un amante...; me las he apañado conmigo misma como he podido desde que se acabó con Marsó. En esta vida tienes que dar un poquito si quieres que te devuelvan algo.
- ¿Sigue proclamándose católica, socialista y española?
- Claro que sigo siendo socialista, lo que pasa es que no milito porque no me gustan, en general, los políticos que hay en estos momentos. No puede ser que, con la que está ocurriendo, los del PP estén todo el día culpando de todo a [Pedro] Sánchez, y Sánchez a los del PP. Mi ideología sigue siendo socialista, ¡pero si yo soy socialista antes que Felipe González, por Dios! La Calviño [Nadia Calviño, vicepresidenta de Asuntos Económicos], es amiga mía, y cada vez que va a verme al teatro todos se ponen muy nerviosos porque me dicen: '¡Está la ministra!'. No, está mi amiga, a la que conozco desde hace muchos años. Y Carmen [Calvo] es mi amiga de toda la vida. Siempre me quiere dar un premio, y no lo consigue la pobre. Los premios más importantes me los ha dado el PP, y me los ha dado por mi trabajo; yo como socialista no tengo ningún premio. La Gran Cruz de Alfonso X el Sabio me la entregó [Mariano] Rajoy, y la foto la tengo en mi casa. Y claro que soy católica, eso de este Domingo de Ramos no haber podido ir a por mi ramita de olivo lo he llevado fatal. Soy católica practicante, socialista practicante y española practicante. Aunque ya sabe lo que dice el refrán, 'política y religión mala solución es' [no me suena de nada este refrán, pero paso palabra]. A mí, rezar un Padre Nuestro me consuela mucho, lo hago todas las noches de mi vida.
- ¿Qué libros tiene a mano?
- El 'Libro de la Vida' de Santa Teresa de Jesús, las 'Meditaciones' de Marco Aurelio, y escritos de Carmen Martín Gaite; ¡los tres dicen lo mismo! Esos son mis libros de cabecera.
- Su personaje en 'La habitación de María' dice que echa mucho de menos a los seres queridos que ya se han ido, y afirma: «Yo sigo aguantando, me queda un capitulo por terminar». En su caso, ¿qué capítulo?
- A mí lo que me queda ya es morirme sin dar la lata. Le pido al Señor no tener alzhéimer. A mí también me apena mucho que la gente que quiero se vaya muriendo. Se me ha muerto Antón García Abril, y se murió Gerardo Vera de pronto, casi hablando conmigo por teléfono. Me llamó para decirme que había comprado para mí los derechos de un texto de Tennessee Williams que estaba haciendo Vanessa Redgrave, mi actriz favorita. Le dije que yo tenía que estar con esta función de ahora tres años. Cuando me dijeron que había muerto, pensé: 'Pero si hace cinco minutos estaba hablando con él'. Pues ya ves.
- ¿Se arrepiente de algo?
- ¿Y para qué serviría eso ahora? Yo no, nadie me ha obligado a hacer nada, he hecho lo que he querido o lo que he podido o lo que pensaba que era lo mejor. Luego, pasa el tiempo y es inevitable pensar en lo que habría sido de tu vida si en vez de tal cosa hubieses hecho la contraria. Yo qué sé.
- ¿Qué sigue pensando?
- Que, muchas veces, son la sed de venganza y el odio lo que nos mantiene vivos, alerta. Esa es la realidad, como también lo es que hacer sufrir al otro, despreciarlo, ignorarlo, abusar de él, es una práctica que el ser humano realiza con mucho éxito.
- ¿Terminaremos cargándonos el planeta?
- ¿Ha leído las profecías de San Malaquías?
- No he tenido el gusto.
-Pues léaselo, porque era un tío muy pesado.
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