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Al llegar a una aduana todo el mundo se vuelve sospechoso: en las fronteras no hay piedad, y menos para los despistados y los listillos. Dentro de la Unión Europea uno puede volar con casi todo, un sobre de jamón del pueblo envasado al vacío o su mascota, sin mayores problemas, pero en el resto del mundo, poca broma: algo de comida en el equipaje o una mercancía que requiere un permiso especial pueden arruinar cualquier viaje y en el peor de los casos, uno no llegará a conocer los monumentos locales, sino la cárcel de la ciudad. Bien lo saben dos españoles, que acaban de vivir experiencias muy complicadas en aeropuertos de dos extremos del planeta.
En Australia, un joven de 20 años fue, el 16 de enero, el primer viajero al que se deportó por violar las nuevas normas de seguridad alimentaria del país. Los funcionarios de la aduana de Perth lo detuvieron por transportar en su maleta 275 gramos de panceta, 665 gramos de carne de cerdo y unos 300 gramos de queso de cabra que no habían sido declarados. Las autoridades le impusieron una multa de 3.330 dólares locales (unos 2.100 euros), estudian ahora si le prohíben la entrada durante tres años (aunque probablemente no tenga ganas de regresar a la isla) y le facturaron en el primer avión de vuelta a España.
«Espero que este hombre se arrepienta de sus acciones: su visita a Australia terminó antes de que comenzara y lo enviaron de vuelta con una multa considerable», dijo sin demasiada empatía el ministro de Agricultura, Murray Watt. Y es que Watt no tiene corazón. Cuando el verano pasado el país expulsó a un indonesio que llevaba dos sandwiches del McDonalds, el ministro dijo: «Esta será la comida McDonald's más cara que haya pagado este pasajero». Con unas leyes tan severas, Australia busca evitar la introducción de enfermedades y plagas a su territorio, con el foco puesto en la fiebre aftosa y en la peste porcina.
Pero si se habla de una aduana difícil, el primer pensamiento lleva a Estados Unidos. Y aunque probablemente otros países (en el mundo árabe o en África) sean más complicados, la peor fama se la llevan los funcionarios, tan bordes, de las fronteras norteamericanas. Con ellos se encontró Luis (nombre ficticio, «si mis abuelos se enteran de lo que me pasó, se mueren»), un joven andaluz que en julio vivió una pesadilla en Miami. Luis pasó 34 días en prisión preventiva en una cárcel de la ciudad de Florida después de que le pillaran intentando introducir en el país seis periquitos, unos animales que están en la lista negra estadounidense por la gripe aviar y la enfermedad de Newcastle. «Yo sé que lo hice mal, tenía que haber pedido los permisos de la cuarentena», comienza Luis entonando el mea culpa. «Pero pasar lo que tuve que pasar por unos pájaros…».
El 29 de julio, este criador aviar viajó de Madrid a Miami con seis periquitos australianos grises, valorados en unos 200 euros cada uno, para realizar un intercambio con un aficionado local, algo que había hecho otras cuatro veces antes. Pero esta vez, todo salió mal.
En la sentencia del caso, el Departamento de Justicia estadounidense relata que, al llegar al aeropuerto, los agentes de aduanas preguntaron a Luis si tenía algo que declarar y él contestó que no. Pero entonces fue sometido a una «segunda inspección», y vieron que intentaba ocultar una pequeña bolsa de viaje debajo de una mesa. «Cuando los agentes examinaron la bolsa», relata el acta de Justicia, «encontraron dentro seis pájaros no declarados».
Luis recuerda que fue sometido a «un interrogatorio muy duro», y así se desprende también del documento norteamericano: «Primero el acusado aseguró que se trataba de sus mascotas. Después, que eran un regalo para un amigo. Finalmente, admitió que los tenía para hacer un trueque y llevarse a España otros pájaros. No tenía permisos ni certificados». Uno de los periquitos murió y los agentes lo abrieron en canal para comprobar si llevaba droga. «Me acusaron de haber traficado con pájaros otras cuatro veces y me quitaron el móvil». El joven pasó a disposición judicial, y allí comenzó su verdadero infierno.
«Me tocó el juez más duro de todo Estados Unidos, que podía haber decidido solo deportarme, pero me trató como si llevase diez kilos de cocaína. Propuse pagar los permisos de cada pájaro y una multa, pero nada. Me mandó a prisión preventiva a una cárcel con asesinos, ladrones de millones de dólares y narcotraficantes de verdad. Pasé mucho miedo los primeros días, pero cuando fui contando mi historia, los otros presos no se lo creían. La comida era una basura, dos huevos duros asquerosos al día que no se podían comer, leche caducada… Mi compañero de calabozo me tuvo que dar de su comida. Me decían que me podían caer hasta dos años de cárcel. Si esto le pasa a otra persona, se suicida. Perdí cuatro kilos en una semana hasta que pude disponer de 200 dólares que te puedes gastar en alimentos. Comencé a comer más. Mientras, mi familia peleaba para contratar un abogado en Miami. Tuvieron que conseguir 10.000 euros y el abogado no me atendía si no le pagaban por transferencia. Estuve encerrado más de un mes, hasta el 1 de septiembre. Me deportaron y me condenaron a tres años sin entrar en el país».
En Estados Unidos, las mascotas solo necesitan certificados de vacunación o, en el caso de los perros, de no haber estado previamente en países de alto riesgo de rabia. Pero con los pájaros la legislación es más dura, ya que la Administración norteamericana considera que España y el resto de la Unión Europea están en alto riesgo de gripe aviar y de otras infecciones. «Aquí estamos teniendo muchos brotes de gripe aviar y en verano, en Almería, se detectó un brote de la enfermedad de Newcastle, que es muy contagiosa en las aves y que les causa una gran mortalidad. Si se convierte en un brote, tiene graves consecuencias económicas porque hay que sacrificar a los animales. Además, puede contagiarse a los humanos y provocar síntomas similares a los de la gripe tres o cuatro días», cuenta Raúl Rivas, catedrático de Microbiología de la Universidad de Salamanca.
Sobre los alimentos, Australia y Estados Unidos comparten una legislación muy similar y tienen prohibida la entrada de carne fresca, seca y enlatada, de embutidos como el jamón serrano, el chorizo, la morcilla, el lomo o las longanizas, y de productos preparados con carne (latas de fabada, de cocido o similares). En general, y aunque resulte doloroso, un buen consejo para los españoles que viajen fuera de la Unión Europea es que no lleven jamón.
La web del Ministerio de Asuntos Exteriores y los blogs y vídeos de los creadores de contenidos ofrecen recomendaciones de viaje para cada país del mundo que el periodista navarro Iosu López aconseja consultar antes de preparar la maleta. Director de mochilerostv.com, López ha visitado 64 países y ha conocido aduanas de todo tipo. Su peor recuerdo está en Jordania, a donde intentó llevar un dron para grabar imágenes. «Pero en el aeropuerto el control lo hacían militares, que es algo que ocurre en muchos países, y pensaron que iba a utilizar el dron para alguna cosa rara. Después de un rato de bastante tensión, me lo confiscaron», recuerda.
Y la anécdota más divertida le ocurrió en Los Ángeles. «Fui a visitar a unos amigos que venían a recogerme al aeropuerto. En el formulario de entrada al país me pedían la dirección en la que me iba a quedar, pero mis amigos no me la habían dicho y yo no la sabía. En ese momento, me vi en lo peor y de repente pensé: '¿cuál es la única calle de Los Ángeles que conozco? Sunset Boulevard'. Pues puse Sunset Boulevard y un número que me inventé, y no tenía ninguna esperanza de que fuera a colar. Pero el funcionario vio el papel, puso el sello y me dejó pasar».
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