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En el cuerpo yacente del papa Francisco, amortajado con el rojo de la Pascua cristiana, me llamó la atención el rosario que abrazaban sus manos. ... Al pontífice le gustaba regalar rosarios, bendecidos en Tierra Santa y fabricados por artesanos palestinos en los talleres de Belén. Era una forma de contribuir a la economía local, estrangulada por el muro de hormigón construido por Israel. El Santo Padre fijó esas mismas manos sobre la pared que divide los 'bantustanes' árabes, segregados en un apartheid de nuevo cuño, para rezar por la paz en su viaje de mayo de 2014.
Era su rosario personal. Pero quiero pensar que simbolizaba, también, el mismo que un día llegó a manos de un joven soldado ucraniano, Oleksandre, que murió bajo una lluvia de metralla y fuego en el frente de Avdijevka. El militar fue encontrado con sus dedos entrelazados al rosario, al lado de un ejemplar del Nuevo Testamento forrado con tapas de camuflaje. En uno de sus viajes a Ucrania, la religiosa sor Lucía Caram recibió ese rosario y se lo devolvió a Francisco, afligido por el recorrido de esa sarta de cuentas de madera de olivo.
Jorge Mario Bergoglio ha sido despedido ahora en una ceremonia que ha conseguido reunir a muchos jefes de Estado, algunos, en las antípodas de su evangelio. Otros, incapaces de cerrar un acuerdo en la martirizada Ucrania. La imagen de Trump y Zelenski, frente a frente en terreno sagrado, ha sido un regalo póstumo para Francisco, que rehabilita su encuentro con Vance. Ucrania es uno de los escenarios que conformaban 'la tercera guerra mundial en pedacitos', sobre la que alertaba el Papa, un ámbito en el que no ha conseguido ser infalible. La Santa Sede es el brazo político del Vaticano, un poder blando que nació con el Tratado de Letrán e instauró la diplomacia moderna.
La geopolítica tampoco es ajena a la elección de un Papa, pese que se invoque al Espíritu Santo en la Capilla Sixtina. Lo saben muy bien los cardenales que han llegado de todos los confines del mundo para homenajear a Francisco y reflexionar sobre el perfil de su sucesor, sobre sus cualidades para liderar a 1.400 millones de católicos. En ese mar de púrpura sobresalen arzobispos negros y asiáticos, la mayoría desconocidos. África y Asia son ahora los pulmones por los que respira la Iglesia, sin olvidar Latinoamérica, que tanto ha influido en la Teología de Bergoglio y su opción preferencial por los pobres.
Distingo la cara de Matteo Zuppi, arzobispo de Bolonia y presidente de los obispos italianos, designado por el propio Francisco. Toda una señal. Ha sido el 'apagafuegos' del Papa en misiones difíciles, como lo fue monseñor Etchegaray con Juan Pablo II. Es miembro fundador de la comunidad de Sant Egidio, la diplomacia paralela de la Santa Sede, pero, también, el movimiento que se entregó a los descartados, anticipando el Evangelio del pontífice argentino. En el País Vasco no es un desconocido, porque ha sido una pieza importante en el desistimiento de ETA.
No pocos creen que Zuppi, que nunca se ha sentido prisionero de nadie, sería un gran sucesor para garantizar los procesos abiertos por Francisco, dueño de un discurso que siempre ha sido libre. También lo sería Jean Marc Aveline, arzobispo de la multiétnica Marsella y recién elegido presidente de los obispos galos. Nacido en la Argelia francesa (un 'pied noir'), se le sitúa en el centro izquierda, con una perspectiva teológica muy bergogliana, pues se ha comprometido con la situación de los inmigrantes y el diálogo interreligioso a través del Instituto Católico del Mediterráneo. Fue ordenado sacerdote por Etchegaray.
Entre los capelos observo la silueta de Peter Erdö, primado de Hungría. El arzobispo de Budapest y presidente de los prelados húngaros es el 'mirlo blanco' del sector conservador. Fue nombrado cardenal por Juan Pablo II, lo cual es un mérito en esa trinchera, y es un experto canonista. En función de cómo discurra el cónclave, se podría intentar una tercera vía, un candidato de consenso que haga de bisagra entre las distintas sensibilidades. La homilía de monseñor Giovanni Battista Re, decano del colegio cardenalicio, ofrece claves para la reflexión en esta encrucijada eclesial.
Ha sido una ceremonia a cielo abierto con imágenes conmovedoras. Las letanías, los salmos, las antífonas, los aleluyas hablan de consuelo y esperanza, con el ataúd a ras de suelo. Francisco no era amigo del incienso, pero los rituales de las exequias, los ritos orientales y la liturgia bizantina, despiertan tentaciones de idolatría papal. Que no se confunda con el calor popular. Con el afecto multitudinario.
La ceremonia se prolonga hasta la escalinata de Santa María Maggiore, donde Francisco, convertido en un ciudadano de Roma, buscaba la protección de la virgen de la Salus Populi Romani. Ya no están los príncipes de la Iglesia, es el minuto de oro de los descartados, los vulnerables, los rechazados y excluidos. Los pobres de Francisco. Ocuparon un lugar especial en la vida y el magisterio del pontífice al que ahora despiden, y ocupan un lugar especial en el último homenaje al que ha sido el Papa de la misericordia. El centro de su pontificado.
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