Andrés Oppenheimer
VERMÚ DE DOMINGO ·
Una buena pareja, buenos amigos y un propósito en la vida son, asegura, los elementos que le permiten decir que es felizSecciones
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Andrés Oppenheimer
VERMÚ DE DOMINGO ·
Una buena pareja, buenos amigos y un propósito en la vida son, asegura, los elementos que le permiten decir que es felizEntre artículos, entrevistas, libros y reconocimientos diversos, algunos tan importantes como el Pulitzer que ganó al destapar el escándalo Irán-Contra, el periodista argentino Andrés Oppenheimer, aún tiene tiempo de preguntarse por qué la felicidad no siempre va aparejada al crecimiento económico de los países. ... Para contestar a esta cuestión, Oppenheimer («antes tenía que deletrear mi apellido; ahora, solo digo 'Oppenheimer, como el de la película' y me ahorro varios minutos», dice riéndose) ha pasado seis años viajando y entrevistando a los máximos gurús de la felicidad. Los resultados de esta investigación periodística los cuenta en el libro '¡Cómo salir del pozo! Las nuevas estrategias de los países, las empresas y las personas en busca de la felicidad' (Debate). España está en el puesto 32 del ranking de la felicidad. No parecemos muy felices.
–El vermú del domingo es un momento feliz.
–Pero es una felicidad pasajera. Todos los estudios demuestran la diferencia entre la alegría y la felicidad: la alegría es un fenómeno pasajero que, producido por un vermú o un helado, es muy bueno, pero no es un estado de satisfacción de vida permanente tal y como definimos la felicidad.
–¿Los gobiernos pueden ayudarnos a alcanzar la felicidad? Hay cierto escepticismo al respecto.
–Sí, y ese escepticismo está muy justificado porque muchos presidentes se escudan en la felicidad como pretexto para minimizar sus fracasos económicos, presidentes que dicen, bueno, nuestra economía no crece, pero somos felices. Ese es el camino que no hay que seguir. Pero hay muchos países que están haciendo cosas muy innovadoras para aumentar la felicidad paralelamente al crecimiento económico, porque se ha descubierto que, en muchas partes del mundo, crece la economía, pero la gente es más infeliz.
–Esa infelicidad lleva al triunfo del populismo.
–En Latinoamérica y en el norte de África tenemos ejemplos clarísimos. En 2019 hubo una revuelta popular en Chile, cuando era el país que más crecía. Lo mismo pasó en Perú y en Colombia, y también con la primavera árabe: Túnez, el país donde estalló el primer levantamiento social, era el que más crecía en el norte de África. Y está pasando en EE UU, en España, en todos lados: hay cada vez más gente que, a pesar de tener sus necesidades económicas más o menos cubiertas, es más infeliz. Y lo importante es que hay soluciones, hay políticas gubernamentales y empresariales destinadas a aumentar la felicidad.
–En su libro da esas soluciones.
–Sí, porque los gobiernos pueden aplicar políticas públicas para aumentar la felicidad. Por ejemplo, los británicos hacen varias encuestas al año preguntando a la gente cuán feliz es en una escala del 1 al 10. En base a eso, el gobierno puede determinar los focos de infelicidad, y saber que en un barrio concreto hay mucha gente infeliz porque una fábrica se ha cerrado, los jóvenes se han ido y los ancianos están solos. Entonces empiezan a montar grupos de ajedrez, o de clases de cocina, o sea, soluciones muy triviales, pero que elevan el nivel de felicidad, ya que uno de los grandes problemas que tenemos hoy día es la soledad.
–También habría que adoptar políticas empresariales: en algunos casos no se necesita ir al psicólogo, sino mejorar las condiciones laborales.
–Exactamente. Un trabajador feliz tiene más energía, es más creativo. Hay muchas cosas que las empresas pueden hacer, como preguntar a sus empleados qué necesitan. La mayoría de veces dirán que un aumento de sueldo, pero también hay otras cosas: por ejemplo, en una empresa que entrevisté, en la primera encuesta los trabajadores dijeron que los guantes que les daban para trabajar eran todos del mismo tamaño, y eran incómodos para los que tenían la mano más grande o más chica. La empresa nunca les había preguntado algo tan simple.
–A veces la felicidad está en esas cosas simples.
–Por eso los países y las empresas tienen que empezar midiendo la felicidad, preguntándole a la gente cuán felices son y qué necesitan para ser más felices. Y algo que aparece en todas estas encuestas es la necesidad de aumentar la vida comunitaria: los países nórdicos, siempre primeros en los rankings de satisfacción vital, tienen una vida comunitaria muy rica. Cuando fui a Dinamarca y a Finlandia vi que era imposible conseguir una entrevista después de las cuatro de la tarde porque, a partir de esa hora, todo el mundo tiene sus actividades comunitarias, que son estimuladas por los gobiernos ofreciendo oficinas públicas o escuelas, después de su horario, para estas asociaciones.
–Afirma que, a los niños, hay que enseñarles educación mental además de física.
–Eso es importantísimo. Cuando me contaron que en la India daban clases obligatorias diarias de felicidad en los colegios, mi primera reacción fue reírme, pensar que eso era un relajo total. Pero cuando me senté en esas clases y las vi con mis propios ojos me quedé maravillado: un día por semana los niños aprenden a meditar y, otro día, a tolerar el fracaso; así aprenden que todos fracasamos, y nos caemos, y nos levantamos.
–¿Es usted feliz?
–Sí. Tengo mis bajones cuando veo a Trump, o a Maduro, o a alguno de estos dictadores de América Latina, pero, en general, soy bastante feliz porque tengo varios de los elementos que ayudan a la felicidad, como una buena pareja, buenos amigos y un propósito en la vida.
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