Países Bajos y Bélgica, el germen del mal

Países Bajos y Bélgica han mantenido sus ramificaciones comerciales en América Latina, de donde han importado fruta, carbón, chatarra o madera, entre otros muchos productos, de ahí que muchas de las grandes compañías que han dominado el tráfico mundial de mercancías están radicadas en estos territorios. Y eso ofrecía una oportunidad que el crimen organizado no podía desaprovechar.

Utilizando sociedades legales o creando mercantiles pantalla, las bandas se dedicaron a contaminar contenedores y a corromper a empresarios comerciantes, funcionarios aduaneros o policiales, engrasando relaciones con dinero o con la política del terror. A eso se une que Países Bajos y Bélgica se han convertido en uno de los principales productores mundiales de drogas sintéticas, negocio en que ahora también está echando raíces en lejanas latitudes como México.

El auge del negocio hizo que las bandas se multiplicaran y empezaran a robarse entre ellas, lo que derivó en las actuales guerras intestinas. Se les atribuyen asesinatos de testigos, incluso de un abogado (Derk Wiersum, que defendía a un testigo protegido) y un periodista (Peter R. de Vries, que llevaba años investigando sobre el crimen organizado).

Al contrario de lo que pueda pensarse, y salvo ejecuciones de miembros de alto rango de otras organizaciones, los asesinatos los cometen chavales -generalmente, menores de edad- que están dando sus primeros pasos en el narcotráfico. El crimen viene a ser como una especie de rito iniciático y da comienzo al círculo vicioso.