Secciones
Servicios
Destacamos
Un incendio «es como un puzzle, un rompecabezas en el que tienen que encajar todas sus piezas», explica gráficamente Jorge Rosel, cabo primero del Equipo de Investigación de Incendios de la Guardia Civil (ESIN) con sede en La Rioja. Cuando ellos llegan, las llamas ... hace tiempo que se extinguieron, los rescoldos están fríos y el escenario, tiznado de hollín. Allí donde solo se advierte destrucción absoluta, el ESIN es capaz de conseguir que todas esas piezas carbonizadas hablen y terminen casando. Una especie de juego de lógica en el que, como si estuvieran pelando una cebolla, completan el camino inverso al que recorrió el fuego para llegar a su corazón, su foco principal, y determinar qué pasó. Sobre la mesa solo tienen tres opciones: accidental, provocado o natural. La cuarta es excepcional en sus investigaciones: no concluyente.
En la madrugada del último 4 de octubre, una mujer de 49 años y su hija de 7 fallecieron en el incendio de su vivienda de Laredo. Horas después, Juan Lalanza y José Manuel Martín, sargento y guardia civil de la unidad del ESIN en La Rioja, llegaban a la localidad cántabra con sus monos negros y reconstruían los acontecimientos desde el primer chispazo, la primera llama. El puzzle encajó y su informe está cerrado. «Lo tenemos muy claro», dicen. Pero la investigación sigue abierta, se excusan, para pasar de puntillas sobre un caso en que el protocolo fue el mismo que en cualquier otro siniestro.
«Analizamos todo. Empezamos por el exterior y vamos siguiendo las marcas que van dejando tanto el humo como el calor y el fuego en las paredes, en los muebles, en los enseres...», apunta Martín. «Recorremos el camino inverso al de las llamas y vamos investigando los efectos que ha causado el calor en los materiales hasta que identificamos el punto exacto en el que todo comenzó», añade Rosel.
Juan Lalanza | Sargento ESIN
José M. Martín | Agente esin
Jorge Rosel | cabo esin
Esa práctica, que verbalmente expresan en unos segundos, en tiempo real dura no menos de diez o doce horas de rastreo... o una semana, según los casos. No hay ningún incendio sencillo, «todos tienen sus complicaciones», coinciden los agentes de una unidad integrada en el Servicio de Criminalística del instituto armado.
El suyo es un trabajo fino -«muy sucio, sí, pero muy bonito», bromean-, en el que cualquier detalle puede resultar trascendental para determinar la etiología del incendio. El primer paso es estudiar la actuación de los servicios de emergencia (qué movieron, qué derribaron, qué sacaron del lugar...) para, después, avanzar centímetro a centímetro descartando lo accesorio y centrando el foco en lo que pudo tener una relación directa con las llamas: bien en su origen, bien en su propagación. Una labor de desbroce (en el sentido más literal de la palabra) que hace que el caótico escenario que se encuentran se convierta en otro limpio, ordenado, aunque carbonizado.
Lo explican con la imagen del antes y el después del incendio que se registró en una vivienda de Chiprana (Zaragoza). «Había algo que no le cuadraba a la Policía Judicial y se movilizó al ESIN». Las llamas se originaron en el salón, en un sofá con 'chaise longue'. «Quedó destrozado», recuerda Rosel, mostrando una de las fotografías del informe, de más de 200 páginas, que cerró el caso. En la siguiente instantánea, la misma estancia aparece vacía y en el suelo se observan marcas negras más intensas: «Ahí empezó el fuego. El hijo roció a su padre con alcohol de quemar y después le prendió fuego. Murió días después». Para determinar que el siniestro fue provocado, también ayudó que las llamas no acabaran con el bote del acelerante que empleó el menor.
Salvo los forestales, los miembros de este CSI español antiincendios investigan todo tipo de siniestros: en viviendas, industrias, vehículos, garajes, plantas de reciclaje, edificios públicos... Y es que la cultura del fuego, su uso tradicional como técnica agrícola, se ha reformulado en algunas zonas de España hasta convertir las llamas en una alternativa para ajustar cuentas. «Hay regiones donde los actos de venganza se sustancian frecuentemente tirando de navaja o escopeta. En otras, a través del fuego, quemando un tractor, una casa...», aseguran los especialistas.
Hay de todo, pero «el motivo más habitual es el económico; personas que tienen que malvender su vivienda o no pueden pagar las letras del coche y deciden incendiarlos», explican. Las llamas también llegan a los divorcios, a las herencias o a las empresas con necesidad de renovar maquinaria. Porque provocar un incendio es relativamente sencillo. La fórmula básica del imaginario colectivo es la del mechero. Y, precisamente, es la más habitual en los fuegos intencionados. Así como el 'i+d' pirómano tiene cierto desarrollo en los escenarios forestales (retardantes, mechas o incluso el empleo de animales vivos), los que investiga el ESIN no son especialmente sofisticados: producto inflamable y llama. Lo clásico.
Organización: La sede central del Equipo de Investigación de Incendios de la Guardia Civil (ESIN) se localiza en Madrid, donde también se encuentra el laboratorio de Criminalística, con el que colabora en el esclarecimiento de los siniestros con fuego. Sus unidades se distribuyen por Galicia, Castilla León, La Rioja, Valencia y Andalucía. Cada una cuenta con una plantilla formada por entre tres y cuatro agentes.
Qué fuegos investiga: Aquellos en los que hay fallecidos o heridos graves, los que tienen gran repercusión mediática o económica o si presentan indicios de la comisión de un delito. No intervienen en incendios de carácter forestal, cuya investigación corresponde en exclusiva al Seprona.
90% es el porcentaje de éxito en la investigación de siniestros que acredita el ESIN en el año en curso.
Por ejemplo, en un caso en Quintanar de la Sierra (Burgos), sucedido en 2015, se cumplió la primera premisa, la de la venganza, pero con cierto toque de innovación. «Era el bar del camping, un edificio de madera. Clavaron teas, cortezas de pino con bastante resina, y prendieron fuego pensando que se propagaría y calcinaría todo. Alguna de ellas no se quemó y así pudimos determinar que fue intencionado», describe Martín.
La investigación ocular es fundamental en todos los casos, pero también «la información añadida que se pueda obtener», dice el sargento. Un trabajo de campo que incluye entrevistas con posibles testigos o afectados, con vecinos, con las personas que ayudaron en la extinción... Una reconstrucción de los momentos inmediatamente anteriores puede reorientar la investigación: «Cuando llegas al escenario, te haces una idea, pero en ocasiones te sorprendes de cómo evolucionan los casos», coinciden.
La toma de muestras es minuciosa -se remiten al laboratorio de Criminalística central para, por ejemplo, determinar si en un siniestro concurre el uso de acelerantes-. También lo es la reconstrucción del fuego, que en ocasiones es literal, o el detenido análisis de elementos (cocinas, estufas, braseros...) que pudieran provocar o ser coadyuvantes del suceso.
Aun así, a veces al puzzle le faltan piezas y, pese a que su experiencia les dice qué pasó, los agentes no lo pueden objetivar en su informe final. Eso no implica que exista el incendio perfecto, aquel del que nunca se sabrán sus causas. «Todo depende de dónde y cómo se haya producido. Si el fuego ha calcinado hasta el suelo y no ha quedado nada, ninguna señal, será complicado... Pero incluso entonces podemos adivinar muchísimas otras cosas», afirma el sargento Lalanza. La tasa de éxito del ESIN, superior al 90% en el ejercicio en curso, lo evidencia.
El equipo que acudió al incendio de Laredo no lleva un buen año: acumula 31 siniestros con siete fallecimientos, dos de ellos investigados como presuntos homicidios. Pero nada comparable con lo que vivieron en Tordómar (Burgos). En la madrugada del 22 de febrero del 2004, seis miembros de una misma familia (la abuela, sus dos hijas y tres de sus nietos) perdían la vida en el incendio de la casa rural en la que celebraban una fiesta familiar. «Fue un fuego muy pequeño. Era una vivienda de tres plantas y colocaron por accidente varios cojines sobre un aplique halógeno. Cuando se fueron a dormir, se quedó encendido y el alto calor que desprende hizo que se calentara todo y que los cojines prendieran el sofá. Se quemó la mitad. Fue muy pequeño, insisto, pero el ácido cianídrico de la combustión asfixió a todos. Uno se despertó y consiguió alertar a los seis que se salvaron...».
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Carnero a Puente: «Antes atascaba Valladolid y ahora retrasa trenes y pierde vuelos»
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.