César García Magán, de 60 años, obispo auxiliar de Toledo y hombre de acreditada experiencia en la diplomacia vaticana y la secretaría de Estado de la Santa Sede, ha sido elegido este miércoles secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE). Magán obtuvo en la ... primera votación la mayoría absoluta de los votos de la asamblea plenaria de obispos, que se reúne a lo largo de esta semana. El nuevo rostro visible de la Iglesia se define como un «hombre exigente al que le gustan las cosas bien hechas». De su pensamiento se desprende que la Iglesia no es una comunidad uniforme, sino plural, como las piezas de las vidrieras de una catedral.
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El flamante secretario general quiere tomarse su tiempo antes de tomar decisiones. La primera de ellas será si desdobla las funciones de su cargo y delega la responsabilidad de portavoz en otra persona ducha en labores de comunicación y opinión pública, un cargo que algunos sectores de la Iglesia quieren sea ocupado por una un laico, sobre todo una mujer. Esta hipotética apuesta deberá ser refrendada en todo caso por los demás obispos.
En sus primeras declaraciones a la prensa, el nuevo secretario general escapó de las definiciones ideológicas al uso de izquierda/ derecha y de los binomios moderado/conservador. «La doctrina social de la Iglesia no la ha materializado ni el más radical de los partidos de izquierda», dijo el prelado, para quien la defensa de la vida humana no es sinónimo de conservadurismo político.
García Magán reemplaza a Luis Argüello, que presentó su renuncia cuando fue nombrado este verano arzobispo de Valladolid. El prelado, nacido en Valladolid, se impuso en la votación a otros dos candidatos propuestos por la Comisión Permanente del episcopado: Arturo Ros, auxiliar de Valencia, y Fernando Giménez Barriocanal, vicesecretario de Asuntos Económicos de la CEE, el único laico de la terna.
Uno de los problemas que hereda y con el que pronto habrá de lidiar el nuevo secretario es de la pederastia clerical. «Un solo abuso es reprobable y execrable», dijo el obispo auxiliar de Toledo, que, como su antecesor, subrayó que las agresiones sexuales en la infancia son un problema social, no solo de la Iglesia. «Hay un compromiso serio y sin fisuras para acoger y estar siempre de parte de la víctima», adujo el mitrado. «La Iglesia también se ha visto afectada, contaminada, manchada por este problema social», apostilló.
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García Magán partía como favorito en la elección, dada su amplia experiencia de gobierno eclesial y una dilatada carrera en la escuela diplomática de la Santa Sede, una trayectoria que le ha llevado a ocupar el cargo de consejero en las nunciaturas apostólicas de Colombia, Nicaragua, Francia y Serbia. Gracias a su diálogo con representantes de embajadas y cancillerías ha labrado buenas amistades en el mundo diplomático. En este sentido, tiene buena sintonía con el ministro de Exteriores, José Manuel Albares. A la vista de que ni el presidente Juan José Omella ni el vicepresidente Carlos Osoro, se querían desprender de sus hombres de confianza para colocarlos en la secretaría general, García Magán ha encontrado allanado el camino.
También posee experiencia en lo que atañe a la interlocución con el Gobierno. No en balde, ha sido vocal de la Comisión Asesora de Libertad Religiosa del Ministerio de Justicia entre 2009 y 2014, en representación de la Iglesia católica.
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La secretaría general del episcopado lleva aparejada en la mayor parte de los casos el desempeño de la portavocía de la jerarquía católica. En este sentido, el más preparado para ejercer el puesto era a priori Giménez Barriocanal, acostumbrado a comparecer ante la prensa para explicar las cuentas de la Iglesia española y la evolución de la asignación tributaria. Sin embargo, el auxiliar de Toledo se maneja también con soltura con los informadores y tiene buenos contactos con los periodistas de información religiosa.
García Magán llega a la cúpula de la Iglesia en un momento de galopante secularización y desapego de la sociedad española respecto a los dogmas religiosos. El último barómetro del CIS reflejaba que solo un 55,4% de españoles se declaraba católicos en noviembre, cuando en 1978 esa proporción se encaramaba a un 90,5%.
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