La niñez terminó el día que comenzaron los abusos sexuales. La culpa, los secretos, la impotencia entremezclados con las sensaciones precoces que todavía debían tardar en llegar. Tres personas que fueron arrojadoas al abismo de la adultez sin siquiera acercarse a la pubertad cuentan sus ... historias por el Día Mundial de la Infancia, dentro de la campaña 'Las cartas sobre la mesa' de la Fundación Vicki Bernadet. La ONG, especializada en la atención a las víctimas de este tipo de delito, alerta que un 80% de los casos de abusos sexuales se produce en el entorno familiar.
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«Para un niño resulta complejo asumir un abuso sexual por parte de un miembro de su núcleo de confianza, y es igual de complejo para el resto de los miembros adultos de ese mismo núcleo pensar que el abusador es un integrante del que debería ser el entorno de máxima protección», dice Vicki Bernadet, fundadora de la organización, que también fue víctima de abuso sexual desde los 9 hasta los 17 años. «El hecho diferencial que debemos resaltar es que los miembros adultos de una familia deben proteger a niños y no quedar paralizados por esos sentimientos».
Estas tres víctimas escriben por primera vez sobre su calvario. Coinciden en que se les impuso vivir en silencio, en que temían y confiaban a la vez en su abusador, y en que tuvieron que vivir un largo proceso hasta entender que el único culpable era el adulto que explotó su vínculo de afecto para abusar de él.
En sus breves misivas, los tres se enfrentan a ese «monstruo» que acabó con su niñez.
A los siete u ocho años sufrí mi primer caso de abuso sexual dentro de mi entorno de confianza, en casa. Me recuerdo a mí misma plantada en medio de la habitación, con sensación de ahogo, con un montón de interrogantes y sintiendo con tono de sentencia: '¡Ahora calla!' Y callé. Ahora tengo 70 años y ¡este silencio duele! Es como el agua estancada que se pudre y que contamina el medio, lo enferma. Este silencio hace que todo se tambalee, más aún la familia.
Hasta el instante antes del primer abuso sexual era una niña alegre. Después cambié repentinamente. Me sentía desconcertada, triste, sucia, sola. Lloraba, lloraba mucho, en silencio. Crecí con miedo. Me sentía vieja, fuera de lugar, examinada, tonta... Todo parecía tan normal, aunque no lo fuera, aunque las personas que cuidaban de mí ignoraran los hechos absolutamente. Esto es sólo una pincelada de mi experiencia.
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El camino ha sido largo y pesado pero por suerte he llegado hasta aquí, con perseverancia y esperanza. Hablo con la esperanza de liberar a la sociedad del tabú del abuso sexual infantil.
Fui víctima de abusos sexuales por parte de mi padre cuando era una niña. Pero lo peor para mí fue descubrir varios años después que, siendo mi hija pequeña, también los sufrió de mi expareja.
El sentimiento de impotencia por no haberme dado cuenta y por no haber podido protegerla y ayudarla cuando los abusos estaban teniendo lugar, me acompañará de por vida.
Me siento culpable por pensar que, como ya me había encontrado con un monstruo, tenía que centrar toda mi atención y preocupación en proteger a mi hija de él. Nunca imaginé que fuera posible hallar un segundo monstruo en esta vida, igual o peor que el anterior.
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Estos delitos no deberían prescribir, pues las secuelas de haber sufrido abusos sexuales durante la infancia nos acompañaran a lo largo de nuestras vidas.
Sufrí abusos sexuales a los diez años y no lo conté hasta cumplir los 47. Durante todo este tiempo no fue nada fácil la convivencia conmigo mismo ni con el resto de la sociedad. Me sentía culpable de todo y no sabía qué hacer.
Se suele creer que la mayoría de los abusos sexuales infantiles se viven lejos de casa, y lo cometen monstruos desconocidos que se pueden controlar. Pero la realidad es que la mayoría de los abusos suceden en el entorno de confianza del menor, por familiares y referentes. Me preocupo cada vez que escucho eso de que «en mi casa no pasará».
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Uno de cada cinco menores sufre algún tipo de abuso sexual infantil antes de los 17 años. Yo he sido ese uno de esos niños, yo formo parte de la estadística, y yo os digo que está en nuestras manos cambiar los números y luchar juntos por un futuro mejor.
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