«Nadie va a mutilar a mi niña»
Ablación ·
Decenas de mujeres, víctimas de una práctica ancestral en 90 países, se someten en España a cirugía para la reconstrucción del clítorisAblación ·
Decenas de mujeres, víctimas de una práctica ancestral en 90 países, se someten en España a cirugía para la reconstrucción del clítorisFatumata Baldé no recuerda nada, apenas tenía año y medio. Fue su madre quien tiempo después le relató que, cuando vivían en Guinea-Bisáu, la vecina se la llevó un día a su casa y le cortó el clítoris en el baño. Lo hizo sin ... consentimiento de los padres, en la creencia de que les hacía un favor, a ellos y a la pequeña, por aquello de que una mujer no podía llegar al matrimonio sin 'el corte'. «Sería una viciosa, siempre en busca de hombre -describe con tristeza-. Una afrenta para cualquier marido». Su propia madre admitió que de no haber ocurrido así las cosas, ella misma tendría que haberlo hecho. La pequeña vivía con sus tías y sus hijas, seis mujeres en total, todas mutiladas.
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Fatumata emigró con su familia a España con 10 años y el desembarco fue traumático. La primera visita al pediatra desveló una realidad atroz: «Mis padres decían que no fueron ellos, que cuando ocurrió tampoco sabían que iban a acabar viniendo aquí. Casi les mandan a la cárcel (el Código Penal contempla penas de entre 6 y 12 años para quien realice estas prácticas y hasta la retirada de la patria potestad). Ahora, con 24 años, es auxiliar de enfermería en Lleida, tiene pareja y tres pequeños. La mayor, una cría de ojos limpios como los de su madre y trenzas prietas que se le derraman por la frente despejada. «Nadie va a mutilar a mi niña, no tendrá que pasar por lo que pasé yo».
La joven guineana se sometió el pasado 14 de diciembre a una reconstrucción genital en la Clínica Dexeus de Barcelona, una intervención gratuita por la que en ese centro han pasado ya 139 mujeres. Lo hizo después de que varias amigas le hablaran del programa y de cómo le iba a cambiar la vida; a ella, que nunca había sentido un orgasmo, que se sentía incompleta, «inservible» y además se culpaba por ello. «Cuando estaba en África no había problema, es lo normal allí. Pero en cuanto vienes, te conviertes en 'la rara'».
«Tardé cuatro años en decidirme, en convencer a mi pareja de que era lo mejor, en vencer los temores que me inculcaron desde pequeña y que me han acompañado toda la vida. Sólo escuchaba 'no' a mi alrededor, incluso de gente cuyo apoyo daba por supuesto. Mi madre -desliza- todavía no lo sabe». Un mes después, Fatumata es otra mujer, como lo es su vida sexual. «Mira que lo pasé mal, que tuve que dejar un tiempo el trabajo, que la recuperación me ha llevado algo más de un mes... Mi pareja llegó a decirme que si hubiera sabido lo que iba a sufrir, no me habría dejado hacerlo. Pero aquí estoy, y no me arrepiento. Lo volvería a hacer. Una y mil veces».
La historia de Fatumata es la de muchas mujeres en todo el mundo. Según el último Mapa de la Mutilación Genital Femenina en España de la Fundación Wassu-UAB, entre los 5,4 millones de extranjeros que residen en nuestro país, más de 80.000 mujeres -de ellas 19.000 menores de 14 años- provienen del África subsahariana, donde persiste esta práctica ancestral que las migraciones han convertido en fenómenos globales y que viaja con esa diáspora. 28 países donde la mutilación es más frecuente -aunque no es el único foco- y donde su prevalencia oscila entre el 99% de Somalia, el 94% de Guinea o el 87% de Egipto, y el 23% de Senegal o el 2,4% de Ghana.
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«Hay más de 90 estados donde se sigue practicando la ablación y aunque en 51 de ellos hay leyes específicas en su marco jurídico que penalicen esta práctica, eso no significa que no se haga, porque quien se lo propone encuentra la manera», explica Idoia Ugarte, de Médicos del Mundo. Esa realidad es la que mañana denunciará la celebración del Día Mundial de la Tolerancia cero con la Mutilación Genital Femenina. Porque si algo pone de manifiesto el estudio anterior es la pervivencia de un fenómeno que atenta contra la integridad de las mujeres y conculca derechos fundamentales.
Pere Barri aprendió en un hospital de Francia las técnicas de reconstrucción del clítoris y desde entonces ha practicado más de 150 operaciones. Conoce como pocos la realidad de África, adonde lleva años viajando en misiones humanitarias (el 19 de febrero volverá a Camerún). Es el artífice del programa gratuito al que recurrió Fatumata, que ha practicado la reconstrucción a 139 mujeres, trece de esas cirugías sólo el año pasado y en el 25% de los casos con pacientes nacidas en España. Las candidatas deben residir aquí, ya que la iniciativa no contempla traslados desde África ante el riesgo de que las mujeres sean repudiadas una vez devueltas a su país.
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Una vez en el quirófano, Barri extrae el tejido cicatricial, fruto de infecciones y de quemaduras con que se ataja la hemorragia. Accede desde allí a lo poco o mucho que queda de clítoris -un órgano que originalmente mide unos 10 centímetros- y secciona el ligamento suspensorio, todo ello respetando los vasos sanguíneos y los nervios, y recolocándolo lo más externamente posible. Anestesia general, algo menos de una hora, tratamiento ambulatorio... «La cirugía permite restituir anatómicamente los órganos genitales afectados en casi un 90% de los casos -a las chicas les da mucho reparo su estado y una reconstrucción estética evita dar explicaciones cuando tienen un encuentro-, y su funcionalidad hasta en el 75% de las pacientes, lo que es mucho en personas sin capacidad de estimulación».
Barri ha sido testigo de todo tipo de brutalidades, quizá la más agresiva la ablación 'faraónica', en la que no sólo se mutila parte del clítoris y los labios menores, sino que además se cosen los labios mayores, de manera que la paciente orina contra la cicatriz, llenando la vagina y teniendo que drenarla por un pequeño orificio. Las consecuencias no se hacen esperar: dolor, falta de sensibilidad, infecciones urinarias, desgarros genitales, fístulas, estirilidad...
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«Pero quizá sean peores las secuelas psicológicas», concluye el director del programa de la Fundación Dexeus Mujer. «Hablamos de jóvenes, la mayoría de entre 20 y 35 años, que por lo general han crecido en un entorno occidental, escolarizadas aquí, que tienen amigas y comparten sus expectativas. En África, el porcentaje de ablaciones es más elevado, así que aquí la afectación psicológica ligada a las relaciones es muy superior, porque descubren que son diferentes sin haberlo escogido y eso se lleva francamente mal».
Coincide con él Alba Palazón, psicóloga. «Cuando estas chicas llegan para la primera evaluación, antes de la intervención quirúrgica, comprobamos en ellas síntomas de tres tipos: ansiedad (se sienten vulnerables, todo lo perciben como una amenaza), alerta constante (están hipervigilantes) y un escenario depresivo (sentimientos de culpa, la autoestima muy deteriorada, como si haber sido mutiladas les hiciera valer menos). Muchas comparten, además, la frustración de que sus padres no las hayan puesto a salvo. Palazón destaca su coraje, porque estas jóvenes a menudo no hallan comprensión por parte de sus familias ni de sus maridos, en muchos casos, matrimonios de conveniencia».
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Según la psicóloga, «no es fácil desmontar creencias irracionales y miedos. Muchas veces para estimular el erotismo primero hay que desenterrarlo. Hablamos de un mundo donde la mutilación es poco menos que la garantía de la mujer, el precinto». Un escenario que se complica con las secuelas que deja una experiencia tan traumática, que impide a muchas pacientes tener relaciones sin sufrir dolor por la penetración, o alcanzar el orgasmo incluso después de haber pasado por quirófano».
Para Idoia Ugarte, que además de enfermera es antropóloga, toda práctica debe ser analizada desde sus propios códigos culturales. «La figura del mediador es clave, no es lo mismo que yo te transmita un mensaje a que lo haga otra mujer de tu mismo país, que tenga hijas y que incluso haya sido mutilada». Cataluña, Madrid, Castilla-La Mancha, Aragón o Andalucía son las autonomía donde los recursos asistenciales están más en contacto con esta realidad por el peso migratorio que soportan. «Hace falta una sensibilidad especial para abordar el problema y para calibrar el riesgo que supone para esas niñas visitar sus países en vacaciones, por ejemplo», dice la experta.
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Ugarte se refiere en este sentido al 'compromiso preventivo' que los padres deben firmar antes de regresar a su país para que sometan a su hija a una exploración genital al emprender el viaje y a su regreso.Porque la amenaza persiste, confiesa Fatumata. «Yo a mi hija no la pierdo de vista ni un minuto».
Atajar prácticas tan brutales como la ablación requiere de «una labor divulgativa que destierre del imaginario colectivo creencias que se dan por ciertas y que no lo son», explica Idoia Ugarte. Entre ellas destacan que la religión obliga a hacerlo, lo que es rotundamente falso (tiene más que ver con la zona y la etnia); o que es más higiénica, cuando puede provocar hemorragias, infecciones y ser la puerta de entrada de enfermedades como el tétanos y otras endémicas (sida, hepatitis). Tampoco es «bueno para las niñas», que a menudo deben acreditar el 'corte' para encontrar marido y poder así asegurarse un futuro.La ablación -que no es exclusiva de África, y puede encontrarse en regiones de Oriente Medio y Asia o en tribus indígenas de Latinoamérica- es, al contrario de lo que se cree en el seno de estas comunidades, perjudicial para la salud y atenta contra los derechos fundamentales de mujeres y niñas. No es equiparable a la circuncisión masculina (sin repercusiones en la salud ni en las relaciones sexuales) y tampoco es en absoluto garantía de que la mujer sea fiel ni llegue virgen al matrimonio, o de que el hombre obtenga más placer. También carece de sentido que prevenga problemas de salud en los bebés o la transmisión de enfermedades en los hombres. «Mitos todos ellos que cuesta desmontar cuando los has oído toda la vida».
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