Ecos del mundo
El museo de los horrores gastronómicos o cómo hacerse veganoDisgusting Food Museum ·
20.000 personas visitan al año el centro de Malmö, en Suecia, que exhibe bocados no aptos para todos los estómagos. Berlín acoge una sucursalSecciones
Servicios
Destacamos
Ecos del mundo
El museo de los horrores gastronómicos o cómo hacerse veganoDisgusting Food Museum ·
20.000 personas visitan al año el centro de Malmö, en Suecia, que exhibe bocados no aptos para todos los estómagos. Berlín acoge una sucursalJoana Serra
Sábado, 23 de marzo 2024, 18:02
Qué entendemos por comida asquerosa? ¿A qué estamos dispuestos a renunciar, si lo que comemos atenta contra la ley del bienestar animal o nuestras línea rojas de la sensatez? Son dos de las preguntas que se le plantean al visitante del Disgusting Food Museum, sea ... en su sede fundacional de Malmö, en Suecia, o en su sucursal de Berlín. ¿Es repugnante lo que le chirría a un paladar occidental, pero no lo que ese mismo paladar acepta sin reparos si se lo ofrece un buen restaurante francés? ¿Es nauseabundo algo que tal vez sabe estupendamente, da igual la procedencia del paladar, pero que implica tortura a un animal?
El museo de los horrores gastronómicos original se abrió en Malmö en 2018 por iniciativa de un psicólogo estadounidense llamado Samuel West. Fue unos años después de haber abierto también en Suecia un Museo del Fracaso, destinado a inventos e innovaciones tecnológicas que no llegaron a funcionar. Lo de los horrores gastronómicos se le ocurrió a raíz de las primeras incursiones de comidas a base de insectos en Europa. Malmö, la ciudad que vibrará con la final del Festival de Eurovisión el 11 de mayo, es el segundo gran núcleo urbano del país escandinavo, comunicado con Dinamarca a través del puente de Oresund. Un buen destino turístico en esa región, lo que facilita que al museo abierto por West acudan unos 20.000 visitantes al año.
Su sucursal en Berlín está a dos manzanas de uno de los puntos más visitados de la capital alemana: el Checkpoint Charlie, antiguo control entre el sector occidental estadounidense y el comunista. Ahí se encuentra el museo del mismo nombre. En su interior se recrean algunas fugas célebres en las décadas en que el Muro berlinés marcó la Guerra Fría y la traumática separación física entre berlineses de uno u otro lado y, por extensión, de la partición alemana y europea en bloques.
El Disgusting Food Museum no compite ni de lejos con ese gran imán turístico, envuelto ahora entre tiendas de souvenirs y bares de comida rápida, que es el Checkpoint Charlie. Pero se beneficia de su ubicación. Ocupa una planta baja que bien podría ser un centro de fitness o un supermercado. Es el mismo lugar donde se abrió hace unos años el llamado Currywurst Museo o museo de la más popular salchicha alemana, pero que cerró hace cinco años. Se accede a él previa compra de la entrada online a 16 euros.
Lo primero que recibe el visitante es una irónica bolsa para vomitar, semejante a las que encuentra frente a su asiento en un avión o un ferry. Pocos deben necesitarla para ese fin. Lo único realmente nauseabundo serán algunos aromas embotellados que el visitante puede o no oler, según se decida a levantar la tapa del frasco o desista de ello. O, si se es muy sensible, las descripciones y vídeos transmitidos por monitores sobre la alimentación forzosa a que se somete a patos y ocas, a través de tubos metálicos destinados a atiborrarles para engordar su hígado. De esa práctica, proscrita en algunos países pero no en Francia, surgirá el mejor foie.
Fuera de esas imágenes, el resto son representaciones más o menos realistas de sopa de murciélago -de la isla de Guam, en el Pacífico-, jugo de rana -Perú-, un licor con ratones diminutos -China-, quesos altamente fermentados -casi todos franceses- u ojos de oveja caramelizados en salsa de tomate -procedente de Mongolia-. También algunos ejemplos de golosinas de gelatina como las que consume cualquier niño occidental y bollería industrial común. Cada uno de estos objetos va acompañado de un cartel sobre su elaboración. Incluye información sobre si su destino es meramente gastronómico o se le atribuyen cualidades curativas, afrodisíacas u otro tipo de atractivos. También si se sigue consumiendo o si con el avance de la civilización quedó prohibido.
Para algunos, el elemento más aterrador es la especialidad groenlandesa, consistente en abrir en canal una foca e introducir dentro pájaros vivos, que quedan encerrados tras coserse de nuevo al animal. De esa tortura surge una especialidad gastronómica nacional. Para otros, la constatación de que algunos de los elementos presentados como exponente del 'disgusting' no difieren de lo que a veces comemos en nuestras meriendas o cena -morcillas de sangre, presentadas como alemanas pero que podrían ser del colmado de la esquina-. Un gran mural de latas diversas -sean riñones o carne de rata- recuerda los mil motivos para desconfiar de las conservas, además de los alimentos procesados. El muestreo es aleatorio, admiten desde el museo de Malmö. No pretende ser exhaustivo, ni un paseo por todos los rincones del mundo donde se consumieron o consumen aún atrocidades con la mayor naturalidad.
Al final de la exposición se ofrece al visitante una pequeña barra de bar para degustar algún ejemplo de lo visto, incluidas especialidades a base de insectos o larvas. Saliendo de la sucursal berlinesa, uno puede acercarse a cualquier puesto de 'Currywurst', cuya elaboración no difiere de las de otros embutidos presentados en la muestra. O pasarse al veganismo. Al menos ahí no se incurre en sacrificio o tortura animal.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.