Ésta debía ser la Cumbre del Clima que daría paso a la acción. La que dejaría atrás las buenas intenciones para acordar medidas concretas para frenar el calentamiento global. La que marcaría un antes y un después en las políticas globales para salvar el ... planeta. Con el programa aún por conocer y sin que trascienda ninguna confirmación de los mandatarios que asistirán a la COP25, la ministra de Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha enfriado las expectativas que se tenían con que en Madrid se diera un paso tan significativo como el dado en París. «Tenemos que acostumbrarnos a que pasamos a una etapa en que el logro no se mide por el peso de los papeles que integran las decisiones finales, sino por la capacidad de innovar, generalizar y profundizar en la acción climática», dijo Ribera, al ser interrogada por los compromisos firmes que debían alcanzarse en la COP25 para considerarla un éxito. «Hay unos elementos que forman parte de la agenda oficial que están pendientes de ser resueltos, que son relativamente pocos y probablemente encontraremos alguna dificultad».
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«Lo importante», prosiguió, «es salir con la convicción de que ese enfado y esa demanda de la calle es traducido por un compromiso expreso de incrementar la ambición por parte de los asistentes». Así, la línea entre el éxito o el fracaso de la COP25 ya no va de las políticas específicas para limitar el calentamiento global, sino de la «capacidad de diálogo entre actores que no forman parte de los gobiernos y los propios gobiernos».
El cariz político más que medioambiental que el Gobierno ha impreso a la Cumbre del Clima se reafirmó antes de empezar. En el estrecho salón se apersonaron seis ministros, además de Ribera. Estaban el de Fomento, José Luis Ábalos; el de Interior, Fernando Grande-Marlaska; la de Sanidad e Igualdad, María Luisa Carcedo; el de Cultura, José Guirao; el de Ciencia, Pedro Duque y la de Educación, Isabel Celaá, la única en tomar la palabra: «Si Teresa Ribera fuera una pintura sería una pincelada impresionista de Van Gogh, con muchos matices de verde», dijo Celaá, antes de nombrar «los grandes problemas» que tratar en el marco de la COP25: «agua, salud, equilibrio con el entorno natural, crecimiento e intolerancia». Eso para que el mundo sea «económicamente solvente y socialmente justo».
Al hilo de la introducción de Celaá, la ministra de Transición Ecológica aseguró que «hablar de cambio climático es hablar de acción social, inclusión e innovación», para «la transformación estructural de nuestro modelo económico y de producción y consumo». La «trascendencia» de la COP25 está en «salir con la convicción de que es imprescindible» tomar medidas. Mantuvo que la responsabilidad no es única de los gobiernos, sino de los consejos de administración, los gobiernos locales, la ciudadanía. «Esta nueva era no se trata de lo diplomático sino de innovar más allá».
Con este nuevo punto de partida sin haber alcanzado la casilla de llegada, en la que la agenda circunscrita a los compromisos concretos y realistas para frenar el cambio climático resulta «insuficiente» e «incompatible», el Gobierno casi en pleno refrenda añadir «debates sobre cómo afrontar nuestras realidades más próximas» afectadas por el cambio climático, que la ministra prefiere llamar «emergencia climática» y dejar el primer término a los científicos.
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Con la idea de crear un «espejo hacia el exterior», dice Ribera, el pabellón paralelo que montará España en Ifema, al lado de la gestionada por la ONU, donde se celebrarán las negociaciones, tiene claros matices políticos locales, bajo la llamada de la «transición justa». Desde luego, la ministra remarcó el liderazgo del presidente Sánchez en varias ocasiones. Al terminar, el ministro Ábalos fue el primero en salir. Se alejaba en dos coches negros. Uno de ellos, cómo no, era híbrido.
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