James Rhodes
James Rhodes
A James Rhodes (Londres, 49 años) lo conocimos detrás de un piano, divulgando su amor por Bach y derribando los muros de esnobismo que rodean a la música clásica. Pero también lo vimos abriéndose en canal con 'Instrumental' (Blackie Books), la autobiografía en la que ... relataba los abusos sexuales que sufrió en su niñez, enamorándose de España e incluso impulsando una ley en nuestro país para proteger a la infancia. Este verano, el pianista español –recibió la nacionalidad a finales de 2020– se pone al frente de 'En clave de Rhodes', un programa de entrevistas en la Ser donde la música tiene un gran protagonismo.
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–Este sábado se emite su segundo programa, ¿cómo surgió el proyecto?
-Desde mis inicios en España estaba como unos quince o veinte minutos con Javier del Pino cada fin de semana en 'A vivir' y era un momento maravilloso. Nunca me esperé el nivel que hay aquí de oyentes. De hecho fui al programa de Javier porque mi editor me dijo: «Mira, tío, tienes que ir». Yo le dije que un domingo por la mañana no nos iba a escuchar nadie, pero hice la entrevista y mi móvil estaba explotando. Coño, me encantaba. Yo siempre había escuchado la radio sobre las 2 o las 3 de la mañana, un poco como una compañía.
-Imagino que en todo este tiempo se ha empleado a fondo en el castellano.
-Es que tenía tres palabras de castellano cuando llegué. Era espantoso, qué vergüenza. Para mí el sueño era tener mi propio programa en la Ser, a diez minutos de casa y con un equipazo. ¡Es mucho menos estresante que tocar en directo ante 2.500 personas en el Auditorio Nacional! Pero tenía que mejorar mi castellano y sentirme cómodo en lo que voy a decir.
-¿Qué espíritu guía el espacio?
-No quiero polémicas, ni rifirrafes, ni titulares. Creo que todo el mundo está enganchado ahora a este sentimiento de indignación. Leen tres palabras de un titular y ya se indignan y no quiero nada de esto. Yo siempre estoy buscando el duende de Lorca y quiero un programa sin polémica, con cosas bonitas. Supongo que hoy en día es difícil hacer algo así.
-¿Cómo sedujo a la cadena?
-Escribí a Sira Fernández, directora de Antena y Programas en la cadena Ser, y después tuvimos un café para explicarle la idea: yo al piano, con el invitado, y con un tema central para cada episodio. Hablamos de las cosas que nos dan alegría, muy lejos de la política, del ruido… Después de dos o tres reuniones, me dijo que me iba a hacer un hueco con seis episodios para empezar. Y ahí fue cuando ya empezó la presión: ahora tengo que cumplir y con este acento de mierda. Soy como un Michael Robinson de Aliexpress (risas).
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-Normalmente, es usted el entrevistado. ¿Cómo ha vivido el cambio? ¿Se ha encontrado cómodo?
-Más que cómodo, es buenísimo. Es un sueño y puedo relajarme, a veces, porque algunos de los invitados son amigos, y me preguntan cosas para intentar, supongo, darme una pequeña hostia (risas). Pero para mí es genial. También es que estos invitados me fascinan. Si hablamos de Viggo Mortensen, la gente piensa: «Es actor». Pero no saben que es compositor, que escribe poemas en gallego y catalán y la música de sus películas. Es director, editor, guionista, así que hablamos de todo el proceso y de repente se va más allá. Yo tengo la idea de que los oyentes estén con nosotros tomando un té y escuchando una charla. Así de sencillo.
-La música es clave en el espacio.
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-Sí, hay dos pausas musicales. Una, donde yo toco una pieza que para mí está vinculada con el tema que he elegido. Y luego otra pieza que he elegido para escuchar juntos. Soy un poco sinvergüenza con esta idea de promover la música clásica. Si yo en la Ser, en 'prime time', puedo poner a Schumann, Rachmaninov o Bach, durante cuatro minutos, de puta madre, como lo he hecho en el 'Chester' de Risto o con Buenafuente.
-¿Se le ha quedado alguna espinita clavada? ¿Algún invitado que no haya podido acudir?
-Sí, un montón. Rosalía, por ejemplo, pero estaba fuera del país y trabajando en un nuevo disco. A ver si hay una segunda temporada. Es que tenemos una lista larga de gente. Yo soy bético y mi sueño ha sido entrevistar a Hector Bellerín, que para mí es un futbolista de lujo, de 10. Pero qué buen trabajo, ¿no? Yo tengo una lista de gente que me fascina y de repente estamos aquí tomando un café, hablando.
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-Y sus colegas, ¿le han dado algún consejo?
-Tomé un café con Del Pino, justo antes del primer episodio. Claro, yo nunca he hecho algo así y menos en mi segundo idioma, y me dijo que el guion, si lo hay, es una guía, nada más, que todo iba a fluir. Se trata de escuchar, y más en esta época donde todo el mundo está haciendo ruido todo el rato, hablando y gritando. Para mí, escuchar a Rosa Montero hablar es un lujo y yo me callo. O a Viggo leyendo un poema en galego en la Ser… Es que Galicia es mi comunidad favorita de España y me da algo. Es que hay tanto ruido, que a veces es muy bonito callar, ¿no?
–La música es una necesidad: emociona, acompaña, sirve de terapia… Pero existen personas a las que la música no les mueve absolutamente nada. ¿A qué cree que se debe?
–¡No hay gente así! No están escuchando la música correcta, te lo juro. Si alguien tiene este problema, yo voy como médico a hacerle una receta con una larga lista de piezas y garantizado que al menos una lo cura. ¿Cómo no va a funcionar si la música va más allá de las palabras y de todo? En el programa tenemos un poco de todo. Yo tocando Bach, escuchamos a Shostakovich y hasta Miles Davis.
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-Llegó a España hace más de seis años.
-Sí, casi siete ya. Estoy un poco enfadado porque me ponen como 'el pianista británico'. ¡Es que no soy puto británico! Soy español, coño.
-Se enamoró del país a primera vista. ¿Le ha dado ya tiempo a desencantarse?
-Claro. Es que mira, por ejemplo, yo llegué aquí ingenuo y dije: «Ay, bueno, existe la posibilidad de trabajar un poquito en conseguir una ley de protección infantil. ¿Cómo vamos a hacerlo? Pues, obvio, vamos a Moncloa. ¿Quién es el presidente? Este tipo: Pedro Sánchez». Y eso de un día para otro, yo estaba flipando. Y sin embargo nunca pensé que una ley así era algo polémico y que me iba a granjear amenazas de muerte o a Vox intentando, literalmente, deportarme. Así que sí, entiendo que en cada país hay cosas y aquí con la corrupción, la extrema izquierda y la extrema derecha... Los extremos no son nada bueno en ningún sentido. Es que este país es un país de polémicas. Yo pongo en mis redes que soy sincebollista en la tortilla y, bueno, es que me quieren matar. Lo único que puedo hacer es intentar disfrutar al máximo y hacer las cosas que me dan la chispa.
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-¿Y cómo lleva eso de que la ley se conozca popularmente con su nombre?
-Pues yo sigo un poco… Es que no debería tener mi nombre, eso está bastante claro. Recuerdo que toqué en Barcelona y a la mañana siguiente me desperté en mi hotel, y estaba Pablo Iglesias en La Sexta diciendo: «Vamos a llamarla Ley Rhodes». Y yo: «¿perdón?» Ni un mensaje, ni nada. Es la Ley de Infancia y chimpún. Pero bueno, es algo muy bonito y lo importante es que ya está en vigor. Lo triste es que no debería costar tanto algo tan básico, tan bonito. No se trata de impuestos o cosas así. No debería ser tan complicado. Casi cuatro años más tarde lo conseguimos. Ahora estoy con mis 49 años y no pienso en convencer a nadie de nada. Yo quiero enfocarme en cosas bonitas, creativas, la fotografía, la música... Una de las cosas que siempre pregunto a la gente es cómo cuida su cabeza, qué terapia hace, cosas que quiero saber para tener un poco de ayuda. La vida es ahora más difícil que nunca y no tengo el chichi para farolillos. No quiero gastar energía en gilipollas.
-Al hilo de lo que dice, ¿puede un joven tener esperanza?
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-No sé. Yo creo que mi generación debe un montón de disculpas a la siguiente. Es que hemos jodido el mundo para ellos y creo que somos la primera generación en la historia que ha empeorado el mundo para los que vienen, cuando debería ser al revés. Ellos deben terminar la universidad sin deudas, con trabajo, con un piso... Y en lugar de decir, ay, coño, ¿qué hemos hecho? ¿Cómo podemos arreglarlo? Lo siento mucho, muchísimo. Vamos a cambiar las cosas. No, decimos cosas como «esos putos adolescentes no saben nada, son muy blandos». ¿Perdón? Están jodidos y es nuestra culpa, de los medios de comunicación, de las redes, de los políticos.
-Quízá sea una explicación del auge de la extrema derecha.
-Sí, tienen un peso más importante donde hay más miedo y más inseguridad. Son muy manipuladores. Saben perfectamente que hay un montón de miedo y desesperación y lo usan. A ellos no les interesa nada mejorar el mundo, es bastante obvio. Quieren poder, quieren dinero, pero bueno eso siempre va a existir.
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-¿Hay alguna solución?
-Pues si cada persona puede encontrar un trocito de alegría. No sé, haciendo algo, sacando fotos, preparando una torrija de puta madre, algo... Para mí es la única forma de salir.
-¿Qué le diría si pudiera a su yo de 8 años?
-Aguanta, aguanta lo más que puedas y no te preocupes tanto de lo que la gente va a pensar de ti. Disfruta de tu vida y ya está.
-Sin X, el antiguo Twitter, ¿se vive mejor?
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-¡Adivina! Yo cada mañana abría esa puerta y había como 10.000 personas tirando mierda en mi cara. ¿Por qué abría esta puerta? ¿Es que soy loco o qué? Y todo basado en mentiras. Ahora solo tengo Instagram, que es mucho más suave y tranquilo. Pero las redes son un espejismo. Soy muy fan de esta idea de prohibir los smartphones hasta 16, 17 o 18 añitos. ¡Son como el tabaco o más peligrosos!
-Le apasiona el castellano. ¿Cuál es su palabra favorita?
-Me encanta morriña, que creo que viene del galego.
-¿Y un buen taco?
-Eso es algo que me flipa, cómo se usan los tacos aquí en la radio o en la televisión. En la BBC, si dices un taco te cortan en vivo y ya está, no vuelves. Pero aquí, yo que me casé con una argentina, puedes decir 'la reconcha de tu madre' y da igual.
-Dígame una canción o una pieza musical que le vuelva loco.
-'Mediterráneo' de Serrat. Sé que es un poco obvio, pero es tan bonita y lo admiro tanto como persona.
-¿Y una canción para cuando quiere levantar un día malo?
-Uff, bueno. 'Flaca', de Calamaro.
-Y, finalmente, ¿otra canción para cuando quiere regodearse en ese día tristón?
-Bueno, cualquier canción de Serrat o de Charlie García, que es mi ídolo. No sé si es muy conocido aquí, pero recomendaría a cualquier persona que esté leyendo esto investigar a Charlie García porque para mí es el Mick Jagger latinoamericano.
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-¿Cuánto tiempo al día le dedica al piano?
-Entre 1 y 4 horas.
-¿Qué pasa si permanece varios días sin poder sentarse al instrumento?
-Es que, mira, hay mucho trabajo, que puedes hacer lejos del piano. Puedes trabajar en la memoria, que es la única manera de que pueda dormir por la noche, chequeando la memoria para calmarme un poquito. Hay muchos músicos que van a decir: «Ay, no, es como mi brazo, me siento desnudo». No, no pasa nada, esto no es como una cirugía y no va a morir nadie, pero más allá de dos tres días sin un piano, estoy un poco irritable.
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