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El caso del internado de Notre-Dame de Bétharram ha tenido un efecto de mancha de aceite en Francia. Más de 150 exalumnos de este ... colegio católico situado cerca del País Vasco francés presentaron denuncias por violencias físicas y sexuales contra empleados de ese centro. Desde finales de enero, dio mucho que hablar esta historia que salpica al primer ministro, François Bayrou. Y se convirtió en el desencadenante de un movimiento más amplio de liberación de la palabra entre exalumnos de internados y escuelas religiosas. Hasta el punto de que la ministra de Educación, Élisabeth Borne, habla de «un #MeToo escolar».
«Cada semana hay dos o tres nuevos colegios que se ven salpicados por denuncias de este tipo», explica Laëtitia Bramoullé, portavoz del colectivo 'Stop al sufrimiento en los establecimientos católicos'. En la prensa francesa han contabilizado un mínimo de 20 centros -casi todos ellos religiosos, aunque también hay un par de públicos-, cuyos exalumnos han denunciado abusos de este estilo. «En realidad son muchos más», sostiene Bramoullé, cuya asociación está compuesta por más de un centenar de profesores de centros concertados.
«Era un lugar diseñado para que los niños fueran sumisos y obedientes. (…) Sin duda, era un espacio propicio para los pedófilos y los depredadores sexuales», recuerda Frédéric Benedite, de 64 años, sobre el funcionamiento de Notre Dame de Bétharram. Allí sufrió una violación cuando era un niño por parte de uno los religiosos a principios de la década de 1970. Como sucede en su caso, los hechos han prescrito para muchos de los exalumnos que hablan de ello en estos momentos. En lugar de ir a comisaría, prefieren denunciarlo en grupos de Facebook de exalumnos o en los comentarios de Google de esos establecimientos.
Siguiendo el ejemplo del colectivo de Notre-Dame de Bétharram, que empezó con un grupo de Facebook y luego desembocó en las denuncias, Stéphane, de 52 años, ha creado uno para el internado Saint-Martin de France, en el norte de la región de París. Allí sufrió reiteradas violencias físicas y psicológicas durante su adolescencia. «Había bofetones, puñetazos… Nos pegaban con las llaves o incluso algunos vigilantes utilizaban su sello para dejarnos marcadas sus iniciales en la cara», recuerda este escritor, que actualmente vive en Canadá, sobre esa experiencia traumática en los años ochenta.
No le fue mucho mejor en otro internado en el sur de Francia donde lo llevaron sus padres unos años más tarde. «Allí, el director me dio una paliza. Si aún estuviera vivo, lo denunciaría», asegura. Aunque no sufrió abusos sexuales, dice «estar convencido de que los hubo» en esos dos establecimientos donde estuvo. De hecho, la Policía se puso en contacto con su hermano después de que uno de sus amigos denunciara haber sido agredido sexualmente en Saint-Martin de France.
El entonces director fue condenado en septiembre de 2024 a un año de prisión por las agresiones físicas cometidas sobre seis exalumnos de Stanislas, otra escuela concertada de París y objeto de toda una polémica el año pasado. «Tres de mis mejores amigos se suicidaron. ¿Eso estuvo relacionado con la violencia que sufrimos de jóvenes?», se pregunta Stéphane.
La multiplicación de testimonios como los de Frédéric o Stéphane no resulta una gran sorpresa. Hasta 330.000 menores han sufrido agresiones pedófilas en Francia desde 1950 por parte de religiosos u otras personas vinculadas a organizaciones católicas, según la Comisión Independiente sobre los Abusos Sexuales en la Iglesia, un organismo impulsado por el estamento eclesiástico galo. Ese informe estimaba en 108.000 las víctimas en recintos educativos.
La mayoría de los hechos denunciados recientemente se produjeron entre 1960 y finales de la década de 1990. Pero también se han revelado situaciones parecidas que ocurrieron la pasada década. Uno de los vigilantes de Bétharram que ha sido acusado siguió trabajando en ese colegio hasta el año pasado. «Muchas de estas personas ya llevaban tiempo denunciándolo, pero ahora la sociedad las escucha con más atención», destaca Marie Derain de Vaucresson, presidenta de la Instancia Nacional de Reconocimiento y Reparación. Creado en 2021, este organismo sirve para indemnizar a las víctimas de religiosos cuando los hechos prescribieron.
El Gobierno francés ha prometido un aumento significativo de las inspecciones en internados y otros colegios católicos. Centenares de exalumnos denunciaron en las últimas semanas haber sufrido agresiones físicas y sexuales en esos centros. La labor de una comisión de investigación en la Asamblea Nacional ha contribuido a este «#MeToo escolar». Y hay una creciente presión sobre las autoridades para que corrijan los fallos del pasado.
«Hasta ahora había muy pocos controles administrativos, lo que favorecía una especie de impunidad», explica Christopher Weissberg, que entre 2022 y 2024 ejerció como diputado para el partido del presidente, Emmanuel Macron. Según el autor de un informe parlamentario sobre las escuelas concertadas, este funcionamiento ineficiente resulta una herencia «de las guerras escolares de los años ochenta -con un millón de personas en la calle en 1984 en contra de una fallida ley educativa-. Desde entonces, los distintos ejecutivos, ya fueran de izquierdas o de derechas, no se atrevieron a tratar esta cuestión».
Ante la actual ola de denuncias, la ministra de Educación, Élisabeth Borne, indicó que el 40% de estos establecimientos serán inspeccionados una vez cada dos años. Eso supondrá un cambio significativo respecto al funcionamiento actual. «En 2023 solo hubo cinco inspecciones en un total de 7.500 centros privados subvencionados», se queja Frédéric Benedite, de 64 años, que cuando era un niño sufrió una violación en el internado de Notre-Dame de Bétharram.
«Nos parece positivo que haya más controles. Hasta ahora el Estado no se había dotado de los medios necesarios para ello», afirma Hélène Laubignat, presidenta de la Asociación de Padres de Alumnos de la Educación Libre, el único colectivo autorizado en las escuelas privadas. Ella admite que hace unos años expulsaron de su asociación a un padre por haber denunciado los abusos que sufrió su hijo. «Me parece inaceptable. No volverá a suceder», promete Laubignat.
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