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J.V. Muñoz-Lacuna
Toledo
Viernes, 6 de marzo 2020, 13:20
Marta Gómez, una joven que reside en el pequeño pueblo de Montesclaros (Toledo), se ha propuesto luchar o, al menos, ralentizar su progresiva despoblación ayudando a los ancianos de esta localidad de la «España vaciada» de apenas 400 habitantes para que no se marchen ... a una residencia de mayores de la ciudad más cercana, Talavera de la Reina (Toledo), a 23 kilómetros de distancia.
Cada día se encarga de llevar comida de forma altruista a siete ancianos de este pueblo «para que no tengan que irse fuera a una residencia porque ellos quieren estar aquí en su casa». Los mayores a los que atiende reconocen que sin Marta ya se hubiesen ido y que «como ella, hacen falta muchos en el mundo porque es muy buena».
Marta llegó a Montesclaros, el pueblo de sus padres y abuelos, limítrofe con la provincia de Ávila, hace diez años huyendo del estrés que le provocaba trabajar de cocinera en un restaurante de Alcorcón (Madrid). En esta localidad toledana encontró un empleo en una empresa de catering que repartía comida a ancianos de pueblos de la comarca. Pero la empresa cerró y ella decidió continuar con su labor prestando ayuda diaria a siete mayores de su pueblo que están solos, que «han sido los riñones de este país durante mucho tiempo» y que corren el peligro de desarrollar anemias si descuidan su alimentación.
Gracias a su experiencia en la cocina, Marta les prepara platos variados, aunque no olvida que sus particulares «clientes» están acostumbrados a los más tradicionales de la zona como el potaje, el cocido o las lentejas. Pero su labor no se reduce a la cocina y su reparto, tarea que entiende como «cocinar para una familia numerosa». También está pendiente de la medicación que deben tomar y de sus niveles de glucosa en sangre, los acompaña al médico, les hace la cama y, sobre todo, les da compañía.
«Es un trueque de atenciones», explica, porque no sólo le regalan productos de la huerta que siguen atendiendo como pueden sino que le devuelven un cariño sincero. Es una luchadora en medio de la «España vaciada» en un pueblo que llegó a tener más de mil habitantes en la década de los 50 del siglo pasado y de cuyas canteras se extrajo el mármol con el que se fabricaron los famosos monumentos madrileños de Neptuno y La Cibeles, fuentes que se han convertido en lugares de celebración de victorias deportivas.
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