Carmen Martín, en Madrid, esta semana. José Ramón Ladra

«Había madres diagnosticadas tarde que veían morir a sus hijos»

El mayor miedo de la mujer con VIH llega después del parto. La probabilidad de transmisión es ínfima, pero «te provoca terror», dice Carmen Martín

Sábado, 30 de noviembre 2024

Diagnosticada de VIH cuando tenía 19 años, Carmen Martín planificó su embarazo quince años después de aquella «sentencia de muerte». «Ya me había informado de que la posibilidad de que se produjera la transmisión vertical con tratamiento era muy pequeña», recuerda la mujer, cuyo hijo ... tiene ahora 18 años. «Me daba miedo ponerme de parto porque quería que me practicaran una cesárea programada para evitar más riesgos, y cambié de tratamiento, a otro con más pastillas de las que estaba tomando, pero menos tóxico», explica.

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Durante aquellos meses, hubo momentos en los que se sintió juzgada por personal sanitario «sin formación», como cuando le recomendaron abortar en el momento en que el test de embarazo dio positivo. «Sentí el estigma. Te juzgan por tener VIH», dice. Pero en las unidades especializadas le hicieron un seguimiento minucioso. «Consideraron que era de alto riesgo. Me cuidaron, me mimaron y me trataron muy bien. Pero en servicios sanitarios fuera del entorno, me sentí discriminada».

Después del parto surgieron los mayores miedos. «Comencé a preguntarme si era verdad que no le había transmitido la infección, si no habría consecuencias para su salud», afirma Martín, secretaria de la Coordinadora Estatal de VIH y Sida (Cesida) y directora de la Asociación Cántabra Antisida de Cantabria (ACCAS). «Mi hijo tuvo que tomar un tratamiento durante las primeras seis semanas de vida, para evitar algún riesgo de transmisión. Yo puse todas las medidas a mi alcance: la cesárea, mi tratamiento y el de él. Pero era como cumplir un sueño amargo. No tenía la completa seguridad de que estaba sano. Había un pequeño resquicio». En 2005 nació su hijo.

Los bebés de madres con VIH dan positivo los primeros meses, debido a que tienen rastros del virus que proceden de ella. «En las pruebas que buscan anticuerpos. Aparecen, por estar en contacto con mi sangre, pero no tienen capacidad de infectar sus células. Su carga viral es cero y con el tiempo esas mismas pruebas dan negativo», explica Martín, de 52 años, educadora y monitora de las asociaciones donde trabaja. «Cuando le extraían la sangre para hacer una analítica me provocaba mucho dolor». Ese primer año y medio fue «duro». «Había madres diagnosticadas tarde que veían morir a los hijos y que después tenían una evolución de la enfermedad muy complicada. En el inicio las mujeres parían bebés sanos y enfermos».

Las buenas noticias llegan por carta. Al año y medio, llegó el alta de su pequeño. Ella estaba en casa de sus padres. «Lloré mucho, de alegría. Fue maravilloso. Estaba convencida en un 99,9% pero con ese pequeño 0,1% a veces el miedo se hace muy grande. Aunque sea una probabilidad ínfima, te provoca terror pensar que podía pasar».

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Ocultarse y volver

Después de varios años de activismo, con la maternidad decidió retirarse de la esfera pública. «Me oculté por mucho tiempo por miedo a que a mi hijo le pudieran hacer daño en el colegio, donde hay madres y alumnos desinformados y profesores sin formación. Vuelves al armario de la invisibilidad. Mi hijo no estaba preparado par que le dijeran 'tu madre es una sidosa'. Desgraciadamente es una palabra que está de moda».

Ahora vuelve a dar voz a las personas con VIH y su hijo la ha acompañado a algunas de sus charlas, como la que dio en el escenario del Orgullo, donde habló de su experiencia con el embarazo. «Sabe muchas cosas, como que vivo con VIH, pero no detalles. Yo estoy muy orgullosa de mi hijo».

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