Un joven, apuesto y rico viaja a una zona rural con un coche de alta gama, se deja ver en el pueblo, empieza a enamorar a una de las chicas más bonitas, le regala flores, la invita a cenar, conoce a sus padres, les convence ... que sus medios de vida son lícitos y abundantes. Ese cortejo doble, tanto a la mujer como a su familia, dura veinte días contados. Entonces, el joven, esa especie de Richard Gere a la inversa, le propone a la chica hermosa e ingenua que vivan juntos en la ciudad. En el domicilio de él, en sus predios, ella vive una luna de miel, en los que el joven continúa ofreciéndole su riqueza: le obsequia ropa y bisutería, la lleva a fiestas y restaurantes.
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Pero quince días después, el joven y apuesto príncipe moderno le hace «siempre la misma pregunta», explica Ismael Delmás Lirola, jefe del Grupo Operativo 8 de la Brigada Central de Trata de Seres Humanos de la Policía Nacional. Una pregunta que viene precedida de un anuncio. «Me he quedado sin trabajo, he perdido mi fortuna, no tenemos con qué vivir, tenemos que hacer algo». La mujer divaga propuestas, muestra su disposición y fe en salir adelante como pareja. Entonces él concluye: «Yo no me puedo prostituir, pero tú sí».
Así actúa el 'lover boy', un perfil habitual en la red de captación de mujeres de Europa del este y de Latinoamérica, para la explotación sexual y la pornografía. Con la aceptación de la mujer, empieza el delito de trata. «La chica sigue estando enamorada y no declarará contra esa persona», mantiene Delmás, en el foro 'Acceso a la justicia y la compensación a víctimas de trata', organizado por Proyecto Esperanza, Adoratrices y Justice at Last.
Como la víctima de trata no denuncia, el delito de explotación sexual permanece oculto. «Los casos de los 'lover boys' se consideraba violencia de género, y no un delito de trata de seres humanos, porque la víctima denunciaba un maltrato», explica la magistrada Carmen Delgado, en la sede del Parlamento Europeo.
Los pasos del proxeneta siguen un patrón. Captación, transporte, acogida, explotación e intercambio o transferencia del control sobre la mujer. «Son tratadas como mercancías y no como personas», refiere Delmás. Sin embargo, el perfil del 'lover boy' implica los sentimientos de la víctima, lo que no sólo ayuda a encubrir el delito, sino también a impedir la indemnización que debe corresponder a la mujer explotada, y de la que puede llegar a desistir. «Debemos asegurarnos que la renuncia expresa al resarcimiento no se hace por presión o amenazas», indica María Pilar Izaguerri, fiscal delegada de Extanjería de Barcelona.
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