S. García
Sábado, 1 de abril 2023, 13:37
A Margarita Santamaría, un par de botas de cuero le cambiaron la vida. Y no fue para bien. Ocurrió hace años, a la vuelta de un viaje entre Vitoria y Valladolid, cuando empezó a notar molestias en los pies. Primero un persistente picor; luego un ... dolor intenso. Ya en casa era incapaz de quitarse las botas, y cuando al día siguiente se levantó no daba crédito a lo que veía. «Tenía los dedos como morcillas y la sensación de que me iba a reventar la piel». Un dolor tremendo, pero la angustia era peor. Fue al médico pero nadie sabía qué le pasaba. Así mes y medio. «Yo que siempre he calzado un 38, llegué a llevar un 43».
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En internet descubrió que no era la única. Se habían documentado casos como el suyo en Francia y Reino Unido después de comprar unos zapatos o un sofá. Envió las pruebas que le habían realizado y el calzado al Instituto Nacional de Consumo, en Madrid. Los resultados despejaron toda duda: «las botas contenían dimetilfumarato, un fungicida habitual en mercancías que viajan en barco desde Asia y están expuestas a la humedad, que en contacto con la piel causa irritaciones atroces». El informe alertaba también de la presencia de bencenos, toluenos, ciclohexanonas, formaldehídos y cromo 6, con que habían curtido sus botas. «Marga, me dijeron, es que en el pie llevas una bomba».
Santamaría preside desde hace trece años la Asociación Nacional de Afectados por Dimetilfumarato (Andafed), a la que han recurrido ya más de 3.500 personas. Una batalla, «desde pagar de tu propio bolsillo que analizaran una cazadora en una fábrica de La Rioja porque en Consumo se desentendían; hasta llevar los casos al Congreso y pelear por un etiquetado que detalle si el zapato está cosido a mano o si está pegado y con qué». Su mediación también propició la primera indemnización en España por esta causa. «Es importante que la gente se someta a exámenes médicos, que luche por demostrar que su prenda está contaminada».
Santamaría ha sido testigo de casos «dantescos». Como el de aquel vecino de Irún que reportaba a su médico quemaduras en espalda, orejas y nalgas cada vez que se echaba una siesta, y al que hicieron biopsias e irradiaron en la creencia de que tenía cáncer. «Descubrimos que había comprado un sofá y que otras tiendas de Europa que vendían el mismo modelo, también habían tenido problemas». El sofá estaba lleno de dimetilfumarato.
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