Tienen más peligro que el Vaquilla en el Salón del Automóvil. Alekséi Stolyarov y Vladimir Kuznetsov, más conocidos como Lexus y Vovan, se han convertido en la pesadilla de instituciones y autoridades públicas, hasta el punto de dar un nuevo sentido a la palabra bromista. ... De hecho hay un término para referirse a ellos –a sus víctimas seguro que se les ocurre alguno más–: 'prankers', expertos en suplantar la identidad de gente que goza de admiración con la intención de ridiculizar a sus interlocutores, por lo general políticos occidentales u opositores al régimen de Vladimir Putin, arrancándoles testimonios que menoscaban su reputación. La suya les precede: se han convertido en expertos en el oscuro mundo del 'deepfake', desarrollando imágenes generadas por ordenador con ayuda de la inteligencia artificial les hacen pasar por quienes no son. Se les vincula con el Servicio federal de Seguridad Ruso –el FSB, heredero del KGB–, extremo que ellos niegan, aunque no dudan en afirmar que «no haríamos nunca nada que pudiese favorecer a los enemigos de Rusia».
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Entre sus víctimas figuran ilustres como Boris Johnson, su secretario de Defensa, Ben Wallace, o la mismísima J.K. Rowling, a la que preguntaron haciéndose pasar por Volodimir Zelensky por la identidad sexual de los personajes de sus novelas. El opositor venezolano Juan Guaidó, el expresidente norteamericano George W. Bush, alcaldes de toda Europa... También María Dolores de Cospedal, contra la que cargaron después de que ella acusara a Rusia en la OTAN de fabricar noticias falsas para impulsar el procés. Cuando entró en su radar adoptaron la identidad de un ministro de Defensa letón para advertirla de que Puigdemont era en realidad un espía ruso, 'Cipollino', y que la mitad de los ciudadanos de aquel país que iban a Cataluña pertenecían al servicio secreto del Kremlin. En la batalla de la desinformación, Lexus y Vovan no hacen prisioneros.
Su última presa en España ha sido José Luis Martínez-Almeida, el alcalde de Madrid, que cayó en sus redes el pasado junio, aunque el episodio no trascendió hasta hace un par de semanas. Diecisiete minutos de conversación en los que el mandatario local, que cree estar hablando con su homólogo de Kiev, Vitali Klitschko, hace declaraciones embarazosas en la confianza de estar hablando con su homólogo ucraniano, agravadas por su inseguridad con el inglés. Desde el Ejecutivo local, donde han calificado lo ocurrido de «estafa de la propaganda rusa», señalan que se denunció lo ocurrido «de inmediato» y que «la Policía investiga los hechos».«Rajoy descolgó y fui el primer sorprendido»
Ana Santos es experta en Social Media Marketing y muy crítica con los fallos de seguridad que episodios como este sacan a la luz. «El mundo de hoy te enfrenta a escenarios que hace unos años eran impensables –'deepfakes', suplantaciones de identidad, filtrados en redes sociales–, pero que ahora ni un político ni su gabinete de comunicación se pueden permitir el lujo de ignorar». Ha pasado a gente tan importante, arguye, que «es inadmisible no poner todos los mecanismos de control en funcionamiento». Una matriz de riesgos y protocolos de seguridad que, en el caso de Martínez Almeida y a la luz de las pruebas, se han ignorado de manera clamorosa.
La alcaldesa socialdemócrata de Berlín también fue víctima en junio de Lexus y Vovan, que se hicieron pasar por Klitschko. «Hablaba, se reía y se movía como él», decían sus colaboradores. El engaño se desveló cuando el interlocutor pidió un intérprete de ruso-alemán, idiomas que el de Kiev habla a la perfección. La videollamada fue denunciada y ahora la investiga la Policía Criminal del Estado.
La leyenda dice que esquivó la muerte en 600 ocasiones, pero lo que no pudo evitar fue caer en el engaño de un programa anticastrista que contactó con él en 2003 haciéndose pasar por Hugo Chávez. Su respuesta al descubrir la celada ha quedado para la historia.
Preguntada por si este tipo de episodios menoscaban la credibilidad de la víctima y pueden ser el detonante de crisis de reputación, Santos no alberga dudas. «Por supuesto, es que no sólo te la han colado, encima se ha filtrado. A un político no se le juzga por el mismo rasero que a un ciudadano corriente; es dueño de sus palabras y lo que dice puede servir lo mismo para encumbrarle que para hundirle. Se les presupone responsabilidad y lo que no pueden hacer es lanzarse a hablar de según qué cosas si no tienen siquiera certezas sobre a quién tienen delante. ¿Qué pasa, que te llama el alcalde de Kiev y no hay nadie que verifique la identidad de tu interlocutor, por ejemplo con la Embajada de Ucrania? Si olvidas esto, es que eres vulnerable a todo».
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«Yo creo que existen ya mecanismos para poner a salvo a los políticos, otra cosa es que no se apliquen y que urja revisarlos», dice Miquel Pellicer, profesor de Comunicación Corporativa de la Universidad Oberta de Catalunya. «¿Se imagina alguien una reunión entre Sánchez y Aragonés sin que se llamen antes sus secretarias o sus jefes de gabinete? Es que si no estás vendido, y más cuando enfrentas a alguien que maneja muy bien la propaganda y la desinformación». Un «terreno peligroso», advierte el experto, «porque genera un ambiente malicioso y de desconfianza».
Pero Pellicer va más allá y habla de la dificultad de nuestra clase política para manejarse en un idioma que no es el suyo y que es fuente constante de malentendidos. «Un hándicap que entronca con la escasa preparación de nuestros representantes. Lo veíamos con Rajoy, no así con Sánchez, lo que más allá de las ideologías es un cambio a mejor». A su juicio, dejar a Martínez-Almeida «en brazos» de impostores comoLexus y Vovan es hacerle un flaco favor, y pone de manifiesto «la necesidad de poner la comunicación corporativa en manos profesionales y no en cargos de confianza, como todavía es bastante habitual».
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Y una vez que el mal esta hecho, conviene tener cierta cintura. Pellicer pone como ejemplo a Boris Johnson, «que ha roto muchos moldes a nivel de comunicación pese a ser la viva imagen de las meteduras de pata –en Reino Unido se le ha comparado con Mr. Bean–, lo que paradójicamente le hacía parecer más auténtico». O a Joe Biden, cuyo gabinete lleva tiempo gestionando crisis de reputación sirviéndose de memes.
De nuevo Lexus y Vovan, esta vez embaucando al premier británico al que hicieron creer que hablaba con el primer ministro armenio Nikol Pashinian. Relaciones Exteriores emitió una queja: «Estas acciones infantiles demuestran la poca seriedad de quien está detrás».
Los 'prankers' Vladimir Krasnov y Alexei Stoliarov se hicieron pasar por Vladimir Putin e interpelaron al cantante sobre los derechos de los homosexuales. El Kremlin desmintió el contacto y dijo que «la broma no ha estado bien».
Para Diana Rubio, experta en protocolo, imagen y comunicación política, sucesos como estos minan los cimientos sobre los que se levantan las instituciones. «El humor se convierte aquí en una herramienta de propaganda absoluta, una falta de respeto dirigida no sólo a la persona a quien se gasta la broma sino también a todos aquellos a los que lidera».
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Rubio considera que «reírse se uno mismo siempre ha sido algo que humaniza al político, otra cosa es servirse de esa inocencia para crear una opinión internacional sobre un país, una ciudad o una institución. Para desestabilizar, en definitiva. Si eso se denuncia y luego se reconoce abiertamente, no debería haber mayor problema, siempre y cuando el político no se meta en camisas de once varas por un afán de ayudar o un exceso de empatía, que es lo que, honestamente creo, ha guiado al alcalde de Madrid».
Joaquín Reyes, conocido por sus parodias e imitaciones en teatro y televisión, no comparte este tipo de humor. Asegura que a él como cómico no le gustan las bromas telefónicas «porque la víctima está en desigualdad de condiciones. Si Martínez-Almeida no sale bien parado es porque él no es cómplice de la broma, él habla en serio. Es más, se le ve loco por agradar a su homólogo hasta el punto de decir que sí a auténticas barbaridades y lo hace sin contar con las necesarias certezas».
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Reyes opina que en un terreno resbaladizo como éste, el humorista debe ser responsable de sus palabras. «Toda broma tiene un discurso detrás y es conveniente que alguien lo asuma. Esto no es un todo vale. Eso de que el humor esté blindado a la crítica y que escudándote en él no tengas que dar explicaciones, no es de recibo».
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