Embriones congelados en una clínica española.

El limbo de los embriones congelados

Dilema moral Los hospitales y clínicas de reproducción asistida de España custodian cerca de 600.000 cigotos. Algunos, desde 1988. La mayoría no se desarrollarán como fetos ni servirán a la ciencia. La ley no pone límites de tiempo a su criopreservación y deja abiertas todas las opciones, también la donación

Domingo, 25 de julio 2021, 00:24

La fertilización in vitro -la popular técnica de asistencia reproductiva que consiste en obtener cigotos en el laboratorio con los gametos femenino y masculino de los futuros padres, de un donante anónimo o de dos-, genera al cabo de cada año una buena cantidad de ... embriones, de los que solo unos cuantos serán escogidos para su implantación en el útero de una mujer que busca un embarazo. El resto se congelarán para nuevas transferencias, en caso de que esa primera gestación se malogre, o bien, de que esos padres o mujeres sin pareja masculina deseen ampliar más adelante la familia con otro u otros bebés. Una vez que sus deseos reproductivos quedan satisfechos, deben decidir qué hacer con ellos. La disyuntiva es delicada y compleja.

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No existe un registro de cuántos de esos embriones congelados se han donado a la investigación, pero «es la opción que prefieren gran parte de sus titulares», asegura desde el Hospital General de Valencia Irene Cuevas, directora del laboratorio de embriología de ese centro público. Sin embargo, con demasiada frecuencia, esas células acaban quedándose varadas en los tanques de criogenización. «Por desgracia, hay más embriones congelados cedidos a la ciencia que proyectos de investigación aprobados por la Comisión Nacional de Reproducción Asistida», admite.

Incapaces de acordar un futuro para esas células que les ha permitido cumplir su sueño de tener uno o varios hijos, otra legión indeterminada pero abultada de cigotos queda abandonada por su propietarios. Ocurre en seis de cada diez casos en las clínicas privadas, donde la preservación y custodia de esos embriones cuesta a sus titulares entre 300 y 600 euros al año, frente al coste cero que tiene en la sanidad pública. La ley española exige que los propietarios de los embriones revaliden cada dos años su consentimiento para que la clínica u hospital de turno siga manteniendo sus embriones a 197 grados bajo cero y asegurar así su preservación. En el 60% de los casos las cartas certificadas remitidas por los centros privados no encuentran a los destinatarios, que acaban desentendiéndose del espinoso asunto por el conflicto emocional que les genera, con lo que tienen que hacerse cargo de esos cigotos.

Estas situaciones han propiciado que los tanques de nitrógeno líquido de los más de 300 hospitales y clínicas españolas que practican técnicas de reproducción asistida tengan bajo su custodia 595.421 embriones humanos. Son los últimos datos recabados por la Sociedad Española de la Fertilidad (SEF) y que hacen referencia a finales de 2018. «Mientras que los que tienen menos de dos años de antigüedad muy probablemente se van a utilizar en nuevas gestaciones después de una o varias fallidas, o bien para ampliar la familia, para el resto de células, las oportunidades de acabar desarrollando una vida se desvanecen», expone la embrióloga y miembro de la junta de la SEF. El resto son nada menos que 411.041 cigotos. «Es una realidad inquietante e incómoda», reconoce la experta.

El caso de Molly Gybson

De esos embriones criopreservados sin futuro, los más antiguos podrían tener hasta 33 años. La clínica barcelonesa Dexeus Mujer, pionera en practicar la fecundación in vitro, fue también la primera en congelar un embrión, allá por 1987, con lo que el sonado caso de Molly Gybson, la niña nacida el pasado mes de diciembre en los Estados Unidos mediante un cigoto congelado hace 27 años, no ha impresionado en exceso a la comunidad médica española. Les preocupa más el problema del limbo en el que se encuentran los cigotos congelados a este lado del charco, y que crece de manera notable cada año.

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España es el país líder en número de tratamientos de reproducción asistida con cerca de 150.000 cada año. Y lejos de atemperarse el fenómeno, las intervenciones continúan creciendo, hasta un 23% en el último lustro. Esta ingente actividad propició que, al término de 2018, el número de nuevos cigotos sometidos al proceso de vitrificación -un sistema de congelación más eficiente y que ha mejorado de manera sustancial su tasa de supervivencia- rondara al menos los 155.000.

«En España, al igual que en otros países, como Finlandia, la ley no establece ningún límite de tiempo para su criopreservación, con lo que se almacenan sin saber si en algún momento se utilizarán o no. Esto abre un dilema moral importante que es necesario abordar», reclama Cuevas. Ella lo tiene claro. Aboga por establecer un periodo máximo de conservación de entre cinco y diez años, como ocurre en Gran Bretaña, donde superada esa década proceden a eliminarlos. «Es un plazo razonable para que las parejas hayan visto cumplido su deseo reproductor», razona la experta.

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La ginecóloga Marisa López-Teijón sostiene en brazos a la bebé número 1.000 nacida del programa de adopción de embriones de la clínica que dirige en Barcelona. Institut Marqués.

Una tercera alternativa para estos cigotos 'huérfanos' constituye la donación. Es decir, que sus titulares firmen la autorización para que sus embriones sobrantes se ofrezcan con fines reproductivos a otras personas, o bien, que, en su defecto, sean las propias clínicas las que hagan lo propio con los cigotos abandonados. La normativa española establece que los receptores de esas células no tendrán ninguna información sobre el origen de ese material genético, que los gametos no podrán proceder de mujeres mayores de 35 años ni de hombres que superan los 50 (en ningún caso habrán podido tener VHI), y que la donación, al igual que ocurre con la de órganos, será anónima y gratuita. Esas son las reglas.

Aunque esta opción puede resultar interesante, ya que ofrece una salida al excedente de embriones congelados y una posibilidad extra de tener descendencia para aquellas personas que lo han intentando sin éxito mediante diversas fórmulas, en la práctica no está aún muy extendida. De los 88.147 cigotos criopreservados que se descongelaron en 2018 para propiciar nuevos embarazados entre sus titulares, apenas 2.600 se transfirieron al útero de una mujer en calidad de donación.

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«Hay muchas reticencias tanto en los donantes, como en los receptores. En los primeros, porque ven esos embriones como a otros hijos o, al menos, como a hermanos de sus hijos. Por eso, la mayoría no se siente capaz de decidir qué hacer con ellos», explica Amalia Bayonas, responsable del gabinete psicológico de la clínica privada FIV Valencia.

En la otra cara de la moneda, la pareja o la mujer sola que ve cómo tienen que renunciar a toda huella biológica propia en ese futuro hijo. «Tienen que pasar lo que llamamos un duelo genético. Es decir, la tristeza por la incompetencia de tu cuerpo de gestar y por la pérdida de la continuidad familiar. Recibir la noticia de que no vas a poder ser madre o padre con tus propios óvulos o espermatozoides es una carga de profundidad contra todo lo que esperabas y contra tu propia autoestima. Una de las motivaciones para ser padres es dar continuidad a tus ancestros y a tu linaje familiar. No pueden evitar pensar que no tendrá los ojos de su madre o que no se parecerá a su padre. Es algo que no se cuenta, pero que siente emocionalmente de manera muy intensa», relata.

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De acuerdo con su experiencia, al principio, el 60% lo rechaza de pleno, pero las charlas sobre genética y epigenética que les ofrece les hacen reconsiderar su postura. «Lo aceptan mejor cuando les contamos que los humanos tenemos en común el 98,5 del ADN y que hay un trasvase de información genética entre el feto y la madre», cuenta Bayonas.

Parecidos razonables

La selección de los embriones congelados que los especialistas realizan ayuda a garantizar otros parecidos razonables. «Además de la compatibilidad sanguínea se buscan similitudes inmunológicas y fenotípicas entre donantes y receptores. Es decir, que el color del pelo, la complexión o la talla sean semejantes», señala Monste Boada, directora de los laboratorios del Servicio de Medicina de la Reproducción de Dexeus Mujer. El centro barcelonés, que custodia un banco con 30.000 embriones congelados, realiza cada año 150 de estas transferencias de cigotos con una tasa de embarazo del 52%.

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  • 9% es el porcentaje de bebés españoles que finalmente son fruto de un tratamiento de reproducción asistida anualmente, según los datos aportados por la Sociedad Española de Fertilidad.

  • Líderes en Europa en tratamientos España es el país que más tratamientos de este tipo efectúa. En 2018, último año del que se tienen datos fehacientes, se practicaron cerca de 150.000 fecundaciones in vitro, lo que representa un notable incremento del 28% en los últimos cinco años.

  • 155.000 son los embriones generados en esos tratamientos a lo largo de todo 2018 que se criogenizaron para futuras gestaciones o para darles otro tipo de usos científicos en caso de que los donantes renuncien con el tiempo a conservarlos.

Una buena labor de 'matching' y el viaje de la vida juntos hace que, al final, «los bebés se acaben pareciendo a sus padres aun no siendo biológicos, y que los padres ni se acuerden de aquel duelo genético que pasaron», certifica la psicóloga.

La ginecóloga Marisa López-Teijón, directora del Institut Marqués, también en la Ciudad Condal, es un apasionada defensora de esta técnica. En 2004 puso en marcha el primer programa mundial de adopción de embriones y, desde entonces, ha propiciado el nacimiento de más de 1.700 bebés en 124 países diferentes. «Cuando me encuentro con personas reticentes, siempre les pongo la foto de un embrión y les digo 'si lo ponemos en un útero preparado, nueve meses después llora'. Detrás de cada bebé nacido de un embrión congelado hay una historia absolutamente apasionante de amor y muchos años de lucha. Es la verdadera esencia de un hijo. Porque tener un hijo no es clonarte», enfatiza. «Les contamos que esto consiste en dar vida a una vida abandonada y en ese momento a muchas personas se les caen sus condicionamientos éticos, religiosos o morales. Yo personalmente he embarazado a tres monjas y a varios miembros del Opus Dei».

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«Los genes no son relevantes; el amor detrás de mi hijo, sí»

Anna, nombre ficticio de una barcelonesa de 40 años, supo que quería ser madre con 21. Ese deseo íntimo e irrenunciable le llevó a romper diez años de relación, a acariciar la idea de adoptar y a reemplazarla por la acogida durante ocho años de un menor procedente de una familia «compleja». Una experiencia «maravillosa de maternidad» que no apagó su idea de gestar un hijo biológico. Lo decidió a los 38 y con una reserva ovárica escasa. Aun así, quiso intentarlo con sus propios ovocitos y con semen de un donante. Se quedó embarazada a la primera, pero no prosperó. Lo volvió a intentar varias veces más sin éxito. Después probó con la fecundación in vitro «pero mi cuerpo ya llegaba tarde». «Entonces me propusieron ser la madre de un embrión congelado. Me resultó muy chocante. No sabía que algo así existía, pero me gustó la idea de adoptar el esfuerzo de otra mujer o de una familia por ser padres. Pensé en su generosidad y en que mi hijo sería fruto de mucho amor, el suyo y el mío». Anna se emociona al revivirlo. Hace diez meses dio a luz a un niño «precioso» que ha borrado todas las lágrimas del camino. «Los genes no son relevantes. Lo es el amor».

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