

Atalaya hacia dos mundos
Ingeniero y librero ·
El riojano Javier García del Moral se desdobla en 'The Wild Detectives' y reivindica el libro «como refugio»Secciones
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Ingeniero y librero ·
El riojano Javier García del Moral se desdobla en 'The Wild Detectives' y reivindica el libro «como refugio»Las misteriosas leyes del azar, regidas por un código secreto incluso para los propios damnificados, reservaban para Javier García del Moral (Logroño, 1978) una fenomenal ... sorpresa. Aunque relativa. Porque hasta el cruce de caminos hacia donde le fue enredando su vida llegó provisto de un equipaje espiritual de largo aliento (su vocación lectora, su alma curiosa) que desembarcaba de manera natural, como un afluente en el río madre, en su condición de librero «accidental», por recurrir al adjetivo que él mismo elige para inaugurar la entrevista. Mediodía en la calle San Juan. Es una heladora mañana de invierno, silenciosa. Sólo se escucha en la estancia el adormecedor susurro de García del Moral, ingeniero de profesión, que va contando a media voz el relato de su biografía asombrosa, de La Rioja a Estados Unidos, pasando por Oriente Medio y otros destinos propios de quien se gana el sustento con su oficio pero alberga en su corazón otras ambiciones, menos terrenales. García del Moral cierra los ojos y vuelve a verse a sí mismo , como si fuera un sueño, convertido en propietario (a medias con su socio, el también ingeniero Paco Vique) de una librería en Dallas (Texas).
A lo largo de la charla, mientras repasa con naturalidad esa peripecia sin embargo extraordinaria, observará que la doble militancia que le distingue (ingeniero, también librero) no debería despertar tanta sorpresa. En realidad, la ingeniería debe entenderse como una rama del humanismo, de manera que él detecta «un síntoma preocupante» de la deriva de la sociedad actual en el hecho mismo de que su trayectoria llame tanto la atención. En la naturaleza insólita de su aventura, hermanada con su propio carácter, muy tendente a una curiosidad genuina, donde descarta severas incompatibilidades entre sus dos actividades: los libros, avisa, generan la misma pasión por descubrir el mundo que ejerce en su ánimo el oficio de ingeniero, la propensión a reflexionar sobre «la profundidad de una esquina». Es una imagen sugerente, que condensa la personalidad proteica de alguien cuya principal virtud se resume en una palabra: entusiasmo. El que se desprende de estas palabras: «Una librería fomenta el diálogo, sirve a una comunidad. Es otra manera de entender tu entorno».
Amén. Porque esa ilusión motriz, la semilla engendrada desde temprano por sus tías, que alentaron su vocación de lector impenitente explorando la biblioteca familiar en busca de los libros de Asimov y otras golosinas de la ciencia ficción, permanece todavía hoy, vertebrando un discurso lúcido y racional, ensimismado a ratos. Inconformista, García del Moral tal vez sigue atrapado por la visión del mundo que edificaron sus primeras lecturas juveniles, un optimismo incurable que va derrotando a las adversidades que ha ido encontrando por la vida, esas contrariedades que depositan un suplemento de coherencia en su mirada. Es la luz del novato, la suerte del principiante, la que ilumina la conversación, como si el sentido de la responsabilidad fuera una virtud sobrevalorada, porque eliminaría de nuestras vidas a quienes, como él, se dejan llevar por el instinto y abren a miles de kilómetros de su hogar nada menos que una librería, en medio de un ecosistema hostil para la supervivencia de la cultura clásica, la libresca. «Ser diferente te ayuda porque te expande la mente», cavila. Conclusión: «La diferencia es muy beneficiosa».
Lo explica mientras reflexiona sobre el privilegio que supone para él contemplar la complejidad del mundo desde una doble atalaya: su condición de mitad ingeniero, mitad librero, le permite tener un pie a cada orilla de la actividad humana, entre lo prosaico y lo espiritual. Pero es que, además, residir en Dallas convierte a Javier en un vigía muy pertinente para calibrar cómo evoluciona «la auténtica conversación» de nuestros días, el siempre aplazado diálogo entre norte y sur que ha mutado hacia otro conflicto, de raíz análoga pero manifestaciones diferentes. El choque entre lo urbano y lo rural, la colisión que se observa no sólo en Estados Unidos sino también en el resto del orbe civilizado (España incluida) entre el campo y la ciudad. Que no despierta su optimismo: «Hoy no hay tiempo ni ganas para entender la complejidad del discurso, ni para asumir que quizá la persona que tengo enfrente tenga algo que decir que sea beneficioso para mí». Moraleja decepcionada: «En esta era de la comunicación, vivimos terriblemente incomunicados». Y coda suplementaria: «Tenemos tanto acceso a lo que queremos oír que es muy difícil escuchar lo que no queremos oír».
Amén de nuevo. Pero ese no es el único pecado que percibe en el universo de las relaciones humanas. Desde el mostrador de su librería texana, durante sus viajes a los dos lados del Atlántico o en sus frecuentes incursiones por México, García del Moral se ha topado con el peor enemigo de la convivencia en la actual coyuntura: el feroz individualismo. Que se materializa ante sus ojos, por el método de comparación, entre los ritos de la sociedad estadounidense y los protocolos propios de la española, que tienden a uniformizarse. Para el gringo medio, el modo de vida de un español corriente era antes un privilegio, «algo casi inalcanzable»: esa acogedora malla social tejida por el arraigo familiar, las amistades que discurren entre generaciones. «España es un reflejo de cómo la globalización significa el triunfo del individualismo, la mayor mentira que nos han vendido». Una perversa enfermedad que tiene remedio: el de toda la vida, el libro. Porque, concluye Javier, «el libro siempre trasciende el objeto. Siempre es un refugio».
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