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«¡Ma-má!». A Ana Claudia le ha hecho más ilusión escuchar estas cuatro letras de la boca de su hijo, Alex, Alexandru Andrei Ionita, ahora que acaba de cumplir 25 años que cuando las pronunció por primera vez siendo bebé. Gracias a dos meses ... de intensa rehabilitación en una clínica privada especializada en fisioterapia de Barcelona, el joven ha conseguido grandes progresos, muy por encima de lo que nadie esperaba. Con su fuerza y el apoyo incondicional de su madre y su padre, Alex ha obrado el milagro.
Después del salir del coma, en el que estuvo al borde de la muerte debido a los golpes brutales que le propinaron una quincena de chavales en la cabeza con patadas, puñetazos y objetos contundentes el 25 de julio de 2021 en un parque de Amorebieta, los médicos temían que nunca más podría volver a comer, ni hablar ni andar. Con grandes dificultades, 'Alex' ha dicho 'ma-má' en varias ocasiones y ya puede comer por sí mismo. Anteayer le retiraron la sonda por la que se alimentaba a base de líquido desde hace más de dos años. «Ahora come como una lima, bueno engulle. ¡Tiene un hambre!», se emociona su madre, que se dirige a él en un cariñoso y dulce rumano.
En la clínica ha reaprendido a deglutir. Empezó poco a poco y ahora ya ingiere todo tipo de alimentos. Hoy (por ayer) su madre le ha hecho de menú una sopa de verduras y carne de pollo de segundo. Como postre, tomará dos yogures. Aunque, sin duda, lo que más le gusta es la coca-cola. Ana Claudia le ofrece una si le llama 'ma-má'. El muchacho, sentado en una silla eléctrica especial y que le sujeta el cuello para que no se le ladee la cabeza, lo intenta con todo su alma. Mueve los labios, pero el sonido no llega a salir esta vez. Cuando su madre le acerca la pajita para que chupe de su refresco favorito como recompensa, Alex sonríe sonoramente y llena sus preciosos ojos azules de vida, esa que estuvieron a punto de arrebatarle.
Cuando los periodistas llegamos a su casa, Alex esperaba en la puerta con su madre, sentado en su silla. Ya no es necesario que nos pongamos una mascarilla. El joven ha engordado 14 kilos desde que estuvo ingresado en Gorliz, ha cogido fuerza y no entraña tanto peligro una infección pulmonar. Animado por su madre, levanta el puño en señal de saludo. En uno de sus dedos se puede leer un tatuaje con la palabra 'hard' (duro en inglés). Para contestar sí o no, mueve la cabeza.
«Espero que la próxima vez que vengáis, Alex ya ande y sea él quien os abra la puerta», anhela la madre, consciente de que es un imposible, o al menos eso es lo que siempre han sostenido los médicos por lo irreversible de las secuelas neuronales que sufre. Los fisioterapeutas y osteópatas de Barcelona prefieren no marcar retos. «Están muy contentos con sus avances, pero van día a día». Ana Claudia y él se han instalado durante dos meses en la ciudad condal. Cada día completaba cuatro horas de rehabilitación hasta quedar exhausto. «Ahora aquí sólo quiere dormir y estar en la cama», sonríe su madre. Allí, «le ejercitaban todos los músculos entre tres, dos 'fisios' y la madre. Han trabajado también las cuerdas vocales y en una cama que se movía» para mandar un flujo continúo de información a su cerebro. También han intentado el «desbloqueo» de las articulaciones y que «reconozca de nuevo su propio cuerpo».
«Le colocaban en un andador y daba pasos», repasa Alexandra, amiga de la familia y traductora, a la que Ana llama «mi princesa» por todo lo que les ha ayudado. Una benefactora llamada Roxana se hace cargo de los gastos extra para que el joven recupere toda la movilidad y funciones que sean posibles. Sólo un mes de rehabilitación cuesta 4.700 euros; la silla especial, 10.000 y aún necesitan cambiar un soporte para la cabeza. Además deben viajar en una ambulancia hasta allí y pagar el alquiler y la comida cuando vuelvan en agosto. «Y Alex come ya como un mayor».
Ana Claudia le ha prometido a su hijo que «cuando se ponga bien, le cogeré de la mano y nos iremos juntos a Rumanía». El odio ha dejado paso a la esperanza. De los agresores -ocho de ellos, los menores, ya juzgados, y siete adultos pendientes aún de juicio-, «no quiero saber nada más. Que se pudran y no salgan nunca».
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