Pasa inadvertido, pero lleva ahí más de 40 años, y eso que casi todas las semanas sale en los informativos, eso sí, de refilón. Suele ocurrir cuando el ministro de turno es asaltado por los periodistas en la galería que da acceso al hemiciclo del ... Congreso de los Diputados.
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Y si no es un ministro, es el portavoz de algún grupo parlamentario el que se detiene ante los micrófonos y allí al fondo se adivina una figura de perfil aguileño, rostro afable y primorosamente peinado hacia un lado. Ataviado con corbata y traje de chaqueta, el tipo regala una sonrisa de cordialidad y ofrece una cálida bienvenida a quien penetra en el sanctasanctórum de la soberanía popular.
Es el busto de bronce de don Julián Besteiro Fernández (Madrid, 1870-Carmona, 1940), catedrático de universidad y primer presidente de las Cortes Constituyentes tras la proclamación de la Segunda República en 1931, y hombre notable del socialismo y sindicalismo español. Presidió el PSOE entre 1925 y 1932 y también la UGT, sucediendo a Pablo Iglesias en ambas organizaciones.
La obra, esculpida en 1932 por el valenciano Gabriel Borrás Abella, fue un encargo de los diputados de las Cortes Constituyentes de la Segunda República para rendir homenaje a su primer presidente. Desde 1977, ocupa un lugar privilegiado, al lado izquierdo de la entrada a la cámara, en el 'pasillo del Orden del Día'.
Besteiro, al que el hispanista británico Paul Preston, definió como «un pacifista en la Guerra Civil», se situó en el ala más moderada del socialismo cuando los convulsos años de la contienda invitaban a la radicalidad. Durante la guerra rechazó reiteradamente el exilio y siempre mantuvo que su lugar estaba cerca de sus electores. Participó en el Consejo Nacional de Defensa del general Casado (un gobierno provisional que en marzo de 1939 desbancó a Negrín y que, frente a la postura de éste, proponía negociar la paz con Franco y acabar con el choque entre españoles) y aceptó la cartera de Exteriores en los estertores de la guerra.
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Muy debilitado físicamente, Besteiro se instaló en los sótanos del ministerio, donde prácticamente vivía y donde finalmente fue arrestado por las tropas franquistas. Juzgado el 8 de julio por un consejo de guerra, fue condenado a 30 años de prisión. Murió en la cárcel sevillana de Carmona, donde cuentan las crónicas que «a pesar de las penosas circunstancias en que se encontraba demostró una enorme dignidad».
A esa dignidad se aferra el diputado de mayor edad del Congreso, y seguramente el más respetado, el socialista Agustín Zamarrón, de 76 años, que ve a Besteiro como un referente. «Fue un intelectual honesto que intentó buscar la concordia y comprometido con los más débiles. Merece de sobra el lugar que ocupa. Hacen falta más como él», dice Zamarrón que promete «inclinar la cerviz» la próxima vez que se lo cruce a su paso.
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