Cuando su padre dormía, Ismael Molina entró a su habitación y le acuchilló. La primera herida, por la espalda, no fue mortal. El padre se levantó e intentó defenderse. Las siguientes fueron en la nuca, el cuello y junto al corazón. Eran las ocho y ... media de la mañana. El asesino prendió fuego al piso, se cambió de ropa, la guardó junto al arma y objetos paternos ensangrentados en bolsas plásticas y, durante su huida, las tiró en un contenedor.
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El crimen se produjo después de que el hijo desertara de los estudios universitarios, saqueara las cuentas bancarias familiares, abandonara el hogar hasta dormir en la calle y malvivir. Cuando le detuvieron, confesó: «No vi otra solución que matar a mi padre», y reveló dónde había arrojado todo aquello que le incriminaba. En una sentencia, cuyo veredicto no ha sido recurrido en lo que respecta al parricidio, se determinó que Molina había actuado durante un brote psicótico y por tanto, según la Audiencia Provincial de Barcelona en noviembre pasado, estaba «exento de responsabilidad penal» por «alteración psíquica».
En su «delirio de perjuicio y persecución», Molina tenía una novia, llamada Julia, con la que había tenido mellizos por inseminación artificial, y trabajaba para un grupo parapolicial que mantenía una guerra abierta por las calles de Vilanova i la Geltrù con una mafia que amenazaba tanto a Julia, una millonaria que había sido explotada sexualmente por la banda, como a sus dos hijos recién nacidos.
Meses antes del asesinato del padre, ocurrido en junio de 2019, Molina ya encontraba loable las prácticas criminales del escuadrón de la muerte al que supuestamente pertenecía. «Nunca quedará claro cuándo empezó la enfermedad. Llega un momento en que la muerte es el día a día: se han cargado a uno, han secuestrado a otro... para mí se convirtió en algo habitual», afirma Ismael Molina, ahora en libertad, tras pasar tres años (entre 2019 y 2022) en la unidad de Psiquiatría del centro penitenciario catalán de Brians.
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Molina obtuvo la absolución como un año antes otro hombre que intentó matar a un vecino en Ourense; en 2019 un consumidor habitual de cocaína en Madrid, otro que atentó contra cuatro personas en Pedreguer (Valencia) y un tercero por la misma causa en Córdoba. O un asaltante en Alicante (2018) y una mujer que trató de asesinar a sus hijos en Almería (2017), según la documentación del Consejo General del Poder Judicial.
Aunque no existen cifras específicas en el Ministerio del Interior sobre el destino de las personas con esquizofrenia cuando son juzgados, «en el 90% de los casos que se alega una enfermedad mental por parte del perpetrador de un delito violento, la sentencia es condenatoria, independientemente si el juicio se celebraba con jurado o no», indica César San Juan, profesor de Psicología Social de la Universidad del País Vasco (UPV / EHU), a partir de una investigación de 2019 con sentencias de los cinco años anteriores. «Sólo se plantea como estrategia de defensa si realmente la persona que se juzga padece algún tipo de trastorno mental».
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Con esta estrategia de defensa, «lo que hay que demostrar es que en el momento del asesinato padecía un brote psicótico y que el crimen fue perpetrado como consecuencia del mismo», prosigue San Juan. «La evaluación forense requiere no solamente una serie de pruebas psicológicas una vez que es detenido. También hay que investigar su pasado, sus relaciones sociales, cómo era su relación con el mundo. Y una esquizofrenia paranoide, no tratada con fármacos, resulta difícil disimular».
El brote psicótico de Molina «anulaba totalmente sus capacidades intelectivas y volitivas», coincidieron los expertos ante el tribunal catalán, desde el de San Joan de Deu hasta la de Instituciones Penitenciarias. «En el caso de Ismael se le ha considerado inimputable porque él actuó en el transcurso de un brote psicótico, lo que queda absolutamente demostrado, y no por la esquizofrenia», explica Aurora Muro, abogado defensor de Molina, en un caso que a finales de este mes proseguirá con una segunda fase, la impugnación de la absolución de la otra acusada, Alba Andreu, como inductora del crimen.
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«Declararon seis médicos y todos estuvieron de acuerdo en que la enfermedad de Ismael era clara», continúa Muro. «Él presentaba todos los rasgos propios de un enfermo psicótico. Lo único que se sale de lo normal es que el delirio suele ser inventado, fruto de la imaginación, pero en este caso el delirio era creado por terceros y él se creyó esas mentiras». Este periódico contactó con Andreu, dedicada ahora a la promoción de una línea cosmética por redes sociales, con casi 4.000 seguidores, sin obtener respuesta.
En terapia y absuelto, Ismael Molina acusa ahora en un libro, 'Enemiga íntima' (editado por Alrevés y escrito por Susana Peix), a la persona que le engaño durante un año, cuando le dio el contacto de una supuesta amiga que quería conocerle, Julia. De julio de 2018 a junio de 2019, cuando asesinó a su padre, la relación sentimental de Molina por quien era en realidad Alba Andreu llegó hasta el punto de creer que había tenido hijos con ella por enviarle un frasco con esperma.
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Andreu había creado varias personalidades (la novia, dos policías, una psicóloga) para tejer una enrevesada trama que alejó a Molina de su familia y amigos, y por la que llegó a quitarle (no se demostró estafa en el juicio) más de 7.000 euros. «Nunca sospeché que Julia no existía», dice ahora Molina. «Iba a su casa, me presentaba en los sitios que ella me decía. Siempre pasaba algo, pero las explicaciones que me daba (por mensajería de texto) me las creía».
Después del crimen Molina tardó cinco meses -en prisión y con terapia y fármacos- en comprender que ni Julia, ni sus hijos ni la mafia eran reales. Pero ese año de universo fantasioso y paranoide se recrea en estas páginas, donde se intercalan elementos del sumario con la versión de Molina «tal como él lo vivió», indica Peix, que también es la madre de uno de los mejores amigos de infancia de Molina. «El vivió todo con intensidad extrema. La policía al principio pensó que él se lo había inventado todo, pero luego vio que eran perfiles falsos y no invenciones». Siguieron el rastro y llegaron a Andreu, que fue detenida varias semanas más tarde.
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En esa historia, Julia era una testigo protegida en una operación contra narcotraficantes y sicarios, a los que el padre de Ismael debía dinero. De ahí la motivación del crimen. «Percibes una amenaza y actúas en defensa propia. Te ves entre la espada y la pared. Lo haces por supervivencia», insiste Molina, que asegura que fue «engañado y manipulado» por Andreu, aunque el tribunal no encontrara pruebas suficientes en su contra.
«Cuando una persona diagnosticada de esquizofrenia paranoide comete un delito violento, lo perpetra condicionado por la paranoia que padece que, por lo general, es poco permeable a manipulaciones externas», explica San Juan, en concordancia con la sentencia que absolvió a ambos acusados. Sin embargo, «el trastorno del acusado no exime a personas involucradas que hayan cometido un delito en plena posesión de sus facultades mentales. Pero en este caso no se han encontrado pruebas directas suficientes, evidencias, de que realmente le estuviera manipulando con el fin de inducirle a cometer un asesinato».
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Para Molina, en su historia convergen dos elementos, de los que quiere alertar. Uno, es padecer esquizofrenia y vivir con un estigma que aumenta tras cometer un crimen violento, y el segundo, «el peligro de las redes sociales». «Mucha gente que padece una enfermedad mental o ha sido manipulada lo primero que siente es vergüenza. Yo también la sentí al principio. Pero si me callo, va a seguir pasando y siendo tabú. Me interesa que la gente conozca más sobre la psicosis y los engaños que pueden ocurrir en internet. Mi experiencia es la de alguien que pudo ser tu hermano o tu vecino. Alguien que puede trastornarse tanto, hasta el punto de llegar a matar a un familiar por una manipulación o por un brote psicótico». Y, en este caso, un cóctel de ambas.
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