Roberto Canessa
Roberto Canessa
Roberto Canessa (Montevideo, 70 años) es un hombre amable, con sentido del humor y que transmite paz cada vez que relata por enésima vez aquello que vivió hace 51 años en Los Andes. Él era uno de los 16 universitarios del equipo uruguayo de rugby ... Old Christians que sobrevivieron al accidente de avión que dejó 29 fallecidos un viernes 13 de octubre de 1972 tras estrellarse a 3.500 metros de altitud.
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Rodeados de cadáveres, abandonados a su suerte a 40 grados bajo cero, sin alimentos, medios y, casi sin esperanza, aquel joven estudiante de Medicina de 19 años, hoy un reputado cardiólogo infantil, fue el primero en desgarrar la piel y cortar la carne de uno de los cadáveres. Y también el primero en tomar la iniciativa de meterse un trozo en la boca para sobrevivir al hambre y el frío. Recuerda que rezó a Dios antes de hacer lo que sabía que era «lo correcto», y que entre la voluntad y la repugnancia, venció la primera. Derribando aquel tabú «irracional y primitivo» , el grupo salió adelante.
Pero hay más. A los 62 días del siniestro y muchas semanas después de que les dieran por desaparecidos y dejaran de buscarles, Canessa, decidió, junto a su compañero Nando Parrado, salir a buscar ayuda. Caminaron 70 kilómetros entre montañas nevadas, sin el equipo apropiado y con algunos pedazos de carne humana metidos en calcetines como únicos víveres. Al octavo día vieron al otro lado de un caudaloso río a un arriero al que pidieron ayuda. Aquel pastor se llamaba Sergio Catalán, y él y Canessa se hicieron inseparables, como cuenta en su libro 'Tenía que sobrevivir' (Alrevés, 2017).
Treinta años después del estreno de 'Viven', que relata aquella trágica odisea con final feliz, y a unas semanas del estreno en diciembre de 'La sociedad de la nieve', la película de Bayona que vuelve sobre aquel drama, Canessa, que sigue ejerciendo de cardiólogo en el Hospital Italiano de Montevideo, ha concedido una entrevista a este periódico en el marco de la convención anual de Compass Group España, en Toledo, Allí impartió una vibrante conferencia en la que contó cómo sus ganas de vivir le salvaron de una muerte segura.
-¿Necesitó ayuda psicológica?
-Mis hijos me dicen que como papá no fue al psicólogo, ellos tuvieron que ir al psiquiatra. Si lo hubiera necesitado, habría ido, pero no lo necesité y en eso ayudó la fortaleza mental de los que nos salvamos. Un psicólogo muy conocido en Uruguay me dijo mira Roberto si a vos te deconstruimos, no te armamos nunca más, así que mejor que sigas así, jajaja.
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-La vida le dio una segunda oportunidad y no la ha desaprovechado: cura niños, da conferencias por todo el mundo, es abuelo de siete nietos…
-Así es… mi nieto mayor me dijo un día tata (abuelo), yo quiero escalar montañas y salvar a mis amigos, como tú. Entonces subí con todos los nietos al lugar donde encontramos al arriero, y ahí cada uno plantó su árbol. Y mi nieto mayor se puso a dibujar y dibujó a todos plantando árboles y llorando mientras nuestras almas subían al cielo.
-¿Cómo fueron esos instantes antes de estrellarse en Los Andes? ¿Recuerda qué estaba haciendo?
-Cuando vi que el avión iba a chocar, me encogí, me hice como una pelota, salí despedido, pegué un golpe terrible contra la mampara del baño y mientras me desmayaba me di cuenta de que estaba vivo. Y poco antes del impacto, recuerdo que alguien dijo hoy es 13 de octubre y preguntó ¿es el viernes 13 o el martes 13 el día que trae mala suerte? Y otro le contestó, hoy lo vamos a averiguar. Y bueno... era viernes.
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-El hambre, el instinto de supervivencia les hizo alimentarse de los cuerpos de sus amigos. Suele decir que para edulcorar el canibalismo, lo llamamos antropofagia, pero hoy aceptamos que si nos pasara algo similar actuaríamos de igual manera, y ustedes derribaron ese tabú del canibalismo…
-Fíjate que estamos obteniendo vida de otro ser vivo. En el trasplante de corazón, la persona está viva cuando le sacan el corazón, o sea, que es mucho más sofisticado. Lo nuestro estuvo basado en que si yo me moría, sería un honor que mi cuerpo diera de comer a mis amigos, que formara parte de su proyecto de vida. Yo pude usar el cuerpo de mi amigo Roberto para vivir. Eso tiene una nobleza y un espíritu enormes. Por prejuicios no hemos razonado que nuestro cuerpo puede ser vida en lugar de ir a engordar gusanos al cementerio.Nos olvidamos de eso.
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-¿Se sintieron juzgados por la sociedad?
-Pasó algo muy interesante. Cuando a los diez días escuché por la radio que se había suspendido la búsqueda y nos consideraban muertos, me dije: qué derecho tiene a juzgarme esta sociedad que me ha dado por muerto, esta sociedad que no ha hecho nada por mí. Que ellos arreglen sus problemas, que yo me ocuparé de los míos. Sentirnos olvidados hizo que mi compromiso fuera con la familia de los que no habían vuelto. Los padres de los que no volvieron nos apoyaron en la generosidad desde el dolor.
-Y a pesar de aquellas terribles circunstancias, mantuvieron el sentido del humor…
-Sí, sí… recuerdo a Gustavo Zerbino (otro de los supervivientes) diciendo 'Si a mí no me comen, vuelvo y los agarro a piñazos'. Y el resto contestándole 'Gustavo, a vos no te vamos a comer nunca porque nos envenenamos seguro. Así que por favor, no te mueras'. No hay nada como el humor para superar la distancia entre lo sublime y lo ridículo. No me canso de decirlo. Por eso tenemos que sacar todo ese acartonamiento de la vanidad que lo único que esconde es un gran vacío.
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-Sin olvidar la generosidad…
-Hay una escena lindísima en la película de Bayona en la que Gustavo sale a caminar y vuelve congelado, ciego, con los dientes flojos… y yo tenía que mascar la carne humana congelada para dársela, para que él pudiera comerla. Eso es la epopeya de los Andes, la épica, la historia de cómo un amigo ayuda a otro. Cuando vos hacés algo por los demás te olvidas de ti mismo.
-Esa escena de la película… ¿ocurrió así en la realidad?
-Tal cual.
-¿Pensaron alguna vez en no contar lo que pasó?
-Teníamos un problema grave con lo de decirle al mundo que habíamos usado los muertos sin hablar antes con las familias. Yo quería ir a dar la cara, a decirles lo que nos había pasado. Tampoco pretendía que me entendieran, ni lo aceptaran ni nada, pero quería que supieran la verdad.
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-A unos metros de usted estaban sus amigos fallecidos. Cuando uno tiene la muerte tan cerca, ¿cambia su relación con ella?
-Bueno, yo sé que algún día nos vamos a morir todos. ¿No? Pero ¿qué pasa con los demás días? De eso trata la vida, de robar días a la muerte.
-Cuando emprendió el viaje con Nando Parrado en busca de ayuda describe que era una cumbre tras otra hasta que al final dejó de ver nieve y vio unos prados verdes y una lagartija, y cuando vio esa lagartija supo que estaban salvados…
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-Fue como un viaje milenario del hombre, nosotros veníamos de la era glaciar, de la edad de hielo, de una sociedad de la nieve que caduca en el momento en que veo una lagartija que me miraba y decía primo, qué haces acá. Pero nos faltaba la era del ser humano, el contacto final con el hombre y cuando nos encontramos al arriero, me dije ya está, ahora la pelota está en la cancha de él.
-¿Ha podido ver 'La sociedad de la nieve? ¿Refleja mejor lo que pasó que 'Viven'?
-Sí, es una película más moderna, está hablada en español y hecha por actores que hablan en uruguayo. A los argentinos les obligamos a hablar en uruguayo, jajaja. Y además se puede usar todo lo que hizo en la otra película. Se rodaron 400 horas y ponen dos. La gente va a ver una versión más artística de lo gigantesca y fascinante que es la cordillera de los Andes al lado de la muerte y la pobreza de donde estábamos nosotros. Y la banda sonora de Giachinno es un espectáculo musical.
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-¿Se ve reflejado en la película?
Sí, estás ahí sentado y pareces uno más en la cordillera, sentado en el fuselaje del avión. No vas a sentir frío o hambre, vas a sentir desazón. Es una ventana a ti mismo, porque en la vida todos tenemos cordilleras que subir.
-Dice Bayona que nadie nos enseña a morir.
-Cuando estaba bajo el alud y después de esfuerzos terribles para sobrevivir, sentí que me iba yendo, como que la vida se te va diluyendo y pensé bueno, morirse no es tan grave, no es tan horrible. Aprendí a no tenerle miedo a la muerte, y luego en mi profesión vi a niños con cardiopatías congénitas muy complejas a los que tratas de salvar, pero a veces mueren. Y me da paz cuando Dios toma una decisión por mí. Creo que hay que aceptar la muerte, es una buena manera de vivir.
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-Pero hay muertes y muertes…
-Es muy raro, porque cuando vas a un entierro de alguien que quieres, te da lástima por él. Y allá arriba cuando se moría alguien, te daba lástima por ti, porque eras el siguiente en la lista de espera. ¿Cuánto falta para que yo muera? La montaña tiene muchas aristas de lo que es el ser humano, aristas que no sabes que las tienes. Se despiertan recovecos de tu alma y de tu corazón.
-¿Creo que es muy creyente?
-Sí, sí. Más en la montaña, menos ahora. Dios es un mal amigo al que necesitamos y vamos a visitar muy poco.
-Lleva décadas dando conferencias por el mundo a todo tipo de públicos… ¿guarda especialmente alguna charla en su memoria?
-Sí, cuando entre el público ha estado alguna persona que pasó por un campo de concentración. Los que estuvieron ahí saben de lo que estamos hablando.
-Por cierto... cuando en Uruguay se sube a un avión… ¿qué le dicen?
-Que este es el avión más seguro del mundo. Si viene Canessa no se va a caer otra vez, jajaja.
-¿De una experiencia tan extrema se acuerda uno todos los días?
-No, no…, a veces uno lo vive como si le hubiera pasado a otro.
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