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Belén Hernández
Valencia
Martes, 16 de enero 2024, 20:16
Un crimen atroz y premeditado. Un hombre capaz de matar a su hijo, sangre de su sangre, con sus propias manos. Un monstruo insensible dispuesto a acabar con la vida de un niño indefenso de 11 años «para causar el mayor dolor posible» a su ... exmujer. Un camaleón dispuesto a intentar escabullirse de su responsabilidad con mil y una excusas inhumanas durante más de una semana de juicio. Con el alcohol y su estado mental como parapetos. Sin pestañear. Sin una lágrima. Sin atisbo de arrepentimiento. Hasta que el jurado ha dicho basta. Con un veredicto contundente y sin paliativos: José Antonio sabía lo que hacía, asesinó a sangre fría a su hijo y buscaba sumir a su exmujer en un pozo del que ningún ser humano puede salir. Ahora, ante el parricida de Sueca, se abre otro abismo: la prisión permanente a la que le aboca el severo dictamen emitido este martes por nueve ciudadanos de un jurado popular.
José Antonio A. no ha podido escudarse en ningún tipo de alteración psicológica. Los peritos fueron muy claros durante el juicio: mató a Jordi a conciencia. Y ni siquiera se arrepentía. Tenía una nula carga afectiva hacia su hijo. Ya lo dijeron los expertos. El abogado de la defensa intentó justificar el asesinato diciendo que el enjuiciado era alcohólico. Luego, que había sufrido una enajenación mental transitoria. En el alegato final, la defensa nombró que José Antonio tenía una tía esquizofrénica en un intento desesperado por librar a su cliente de la prisión permanente revisable.
Nada. Ninguna de las excusas ha logrado convencer al Tribunal del Jurado. Han tenido muy claro que José Antonio A. mató a su propio hijo de tan sólo 11 años para generarle un sufrimiento insoportable a su exmujer. María Dolores le pidió el divorcio. Él la maltrataba continuadamente. También ha quedado probado. La humillaba. Le decía que todas sus amigas «estaban más buenas que ella». Incluso la intentó violar. La cogió del cuello y la empujó contra la cama. Cuchillo en mano. Le colocó el frío filo contra el cuello para obligarle a mantener relaciones sexuales con él. Pero María Dolores pudo repeler el ataque y tirar el arma por la ventana.
Jordi no tuvo capacidad de defenderse. Aquel maldito 3 de abril de 2022 José Antonio engañó a todos. Hacía dos días que el pequeño había cumplido los 11 años. Por un fallo en la interconexión de los juzgados se había ratificado el divorcio de común acuerdo y la custodia compartida del menor sin que se tuviera en cuenta de que ya había sido condenado por violencia de género y tenía una orden de alejamiento contra su exmujer. El enjuiciado dijo que quería celebrar el cumpleaños de su hijo. El pretexto para urdir su maquiavélico plan.
Ya en la vivienda, el asesino cogió dos cuchillos y le dijo: «Jordi, voy a por ti». Al niño le dio tiempo de mandarle un mensaje de WhastApp a María Dolores en el que le decía: «Mamá, ¿puedes venir a recogerme?» Pero el parricida se aseguró de que nadie llegara a tiempo. Y comenzó a acuchillarle. Hasta 27 puñaladas le asestó al pequeño. Mientras le arrebataba la vida de manera sanguinaria le dejó contestar la llamada de su exmujer. Un grito ahogado. «¡Mamá!» Fue la última palabra que pronunció el pequeño antes de fallecer.
El parricida se aseguró de que su exmujer escuchara agonizar a su pequeño, lo que más quería del mundo. Un caso indescriptible por su crueldad. Generándole a María Dolores unas secuelas psíquicas de las que difícilmente se podrá recuperar. También se ha considerado probado por el jurado. Aunque el asesino de su hijo permanezca para siempre en prisión, nada le devolverá a su pequeño. No podrá verlo crecer. No volverá a soplar las velas. No tendrá un futuro ni será capaz de cumplir sus sueños. Todo porque un asesino sanguinario decidió arrebatarle la vida porque su exmujer se había cansado de que la maltratara constantemente. Repulsivo.
La Guardia Civil pilló a José Antonio momentos después de que cometiera el crimen. Ahí estaba el cadáver y las armas que había utilizado para matarlo. Por eso, aunque admitiera haberlo hecho no se ha aceptado su confesión como un atenuante. Con una voz fría. Ronca. En valenciano. Farfullando para sí mismo declaró ante el tribunal: «Me dijo que yo no era su padre. Lo agarré del cuello y le clavé el cuchillo varias veces».
Su rostro, impasible durante todas las vistas de este juicio. Ni una lágrima ha derramado. Ningún gesto de repulsión hacia sus propios actos. Reyes Albero, la abogada de la acusación particular, lo retrató perfectamente en una de las declaraciones que hizo a los medios: «En esta sala hemos llorado todos. Menos el asesino de Jordi».
Hubo miembros que no fueron capaces de observar las fotografías del cadáver. Una imagen demasiado dura. Las lágrimas brotaron de los ojos del este tribunal popular cuando los forenses confirmaron: «Jordi sufrió mucho». El parricida se aseguró de ello. Todo porque no tenía manera de seguir controlando a su exmujer. Lo tenía todo planeado. María Dolores había rehecho su vida. Tenía trabajo. Amigos. Un gran apoyo familiar. Y él no lo podía soportar. Ya lo dijo una de los testigos: «No soportaba verla sonreír».
Y encontró la manera de arrebatarle la sonrisa del rostro para siempre. La mujer ha escuchado el veredicto detrás del parabán para no tener que volver a mirar los ojos sin vida de ese monstruo. Unos ojos que no albergan nada más que maldad. José Antonio incumplió la orden de alejamiento en incontables ocasiones. Iba a la puerta del colegio para intentar recuperar a María Dolores. Presionándola. Asediándola. Y cuando vio que la había perdido para siempre se aseguró de matarla en vida.
Ya se lo advirtió a su excuñado. «Ahora voy a ser malo». Y tanto que lo fue. Una descripción demasiado amable para referirse a alguien capaz de matar a su propio hijo. Su propia sangre. No tenía bastante con haber asesinado a sangre fría a Jordi. También le quiso entregar a la víctima su casa como pago de responsabilidad civil. El lugar en el que mató a su hijo. Su prima y su abogada lo consideraron demasiado cruel y se lo ocultaron a la mujer. Rechazaron esa vivienda de los horrores. El jurado tampoco ha considerado la atenuante de reparación del daño.
No ha podido convencer al jurado. Ahora caerá sobre él todo el peso de la ley. José Antonio A. se enfrenta a una pena de prisión permanente revisable y siete años más por el maltrato, las amenazas, el quebrantamiento de condena y las lesiones psíquicas. También piden que indemnice a María Dolores con 300.000 euros y a los abuelos maternos con 60.000. El parricida no volverá a arrebatar más vidas. No volverá a crear y a destrozar más familias. Pero ninguna condena paga lo que le hizo al pequeño Jordi y a su madre.
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