Un holandés jubilado ha levantado un castillo en su jardín con materiales reciclados
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Sin nociones de arquitectura, el antiguo empresario ha erigido casi sin ayuda una fortaleza de estilo abigarrado que culminarán sus nietosGregorius Halman, un holandés jubilado de 76 años, ha levantado en su jardín un castillo de cinco alturas que es todo un derroche de fantasía. La construcción, de aire medieval, está coronada por un dragón hecho con trozos de metal reciclado, una figura que rinde ... tributo a la cultura china, por la que siente devoción. El artífice del fortín ha tardado en culminar su obra. Ha necesitado nada menos 34 años en ver su sueño hecho realidad. El edificio se alza en Blesdijke, un pueblo encantador en la provincia de Frisia (Países Bajos) que, aunque es pequeño (apenas está poblado por medio millar de habitantes), se halla relativamente cerca de Ámsterdam, a unos 112 kilómetros.
El empeño de Halman no tiene nada que ver con construir castillos en el aire. En medio de un idílico paisaje salpicado de verdes prados, canales y lagos, se yergue la imponente mole, que se compone de cuatro torres, una sala principal y un sótano, un conjunto al que no le falta detalle y que recibe el nombre de castillo de Olt Stoutenburght. Alcanza 27 metros de altura, uno menos del que le impusieron las autoridades municipales.
El propietario, casi sin ayuda de nadie, ha erigido el castillo dando rienda suelta a su imaginación. Si se pasea por las interioridades del castillo se encontrarán armaduras, una exótica lámpara de araña comprada en Estambul y una balaustrada 'art noveau' procedente de Libia. Son detalles con que se puede topar el visitante en el vestíbulo y que hablan de la pasión de don Gregorius por la historia y el coleccionismo. Halman carece de experiencia en eso de convertir los sillares en arquitectura, lo cual engrandece su empeño.
Los materiales empleados son modestos: abundan ladrillos viejos provenientes de casas en ruinas y carreteras desaparecidas. Las robustas puertas de entrada proceden de una antigua prisión, mientras que la gran mesa de conferencias se encontraba originalmente en un ayuntamiento cercano.
Antes de retirarse de la vida laboral, el trabajo principal de Halman consistía en regentar una tienda en Zwolle dedicada a alquilar disfraces y ropa para fiestas y ocasiones especiales. Entre cliente y cliente iba amasando su ilusión: construir un castillo de hechuras redondeadas y fluidas, lejos del racionalismo imperante hoy en el diseño de edificios. Eso sí, durante la pausa para la comida, leía con avidez libros de arquitectura en la biblioteca. «Siempre me inspiro para mi trabajo en los libros y en la visita a otros castillos», dice este hombre con ambiciones de alcaide.
En la mente de Gregorius Halman, también conocido como Gerry, bullen como en un torbellino estilos y estéticas muy dispares. Ama la rotundidad de las edificaciones de Roma, adora el románico y reconoce ser admirador de las formas oníricas de Salvador Dalí. Sus nietos se han comprometido a terminar su sueño almenado.
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