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Joaquín Batista
Martes, 12 de noviembre 2024, 09:05
Rafa Gómez dedica su tiempo a ayudar a limpiar a amigos, familiares y conocidos. Y también su casa, pues la riada provocó daños en la planta baja. Vecino de Benetússer, vive en la zona del cementerio, que también se vio afectada aunque el agua no ... llegó al nivel de calles como Navarro Soler, en la que viven sus padres. Allí, igual que en las vías perpendiculares, la avenida fue catastrófica, acabando con el comercio, el polideportivo, la comisaría de la Policía Local y los dos centros educativos. También se llevó vidas. Y serían más si no hubiera tomado una decisión desesperada: con la ayuda de su padre -el primer Rafa Gómez, de casi 70 años- abrir a golpe de martillo un butrón de menos de un metro cuadrado que permitió rescatar a siete personas, entre ellas una mujer embarazada y dos niños de diez años.
La casa familiar se compone de primer y segundo piso, a los que se accede desde una escalera que nace en una puerta blanca, a pie de calle. Al lado se sitúa el bajo, también de la familia pero separado físicamente, que hasta el día 29 albergaba Nail Land, un negocio de manicura regentado por una familia china. Es decir, un tabique de ladrillo separa la escalera del local.
El fatídico martes Rafa salió de trabajar sobre las 17.30 horas. Como en toda l'Horta Sud, no llovía. Pero cuando llegó a su casa «ya había recibido varios vídeos de inundaciones por la zona de Chiva», así que preparó un par de bolsas de ropa y las metió en el coche, «por si llegaban hasta Benetússer y teníamos que irnos a casa de mis padres, que está en alto». Le terminó de decidir un último vídeo recibido en su móvil: la inundación del taller de su trabajo, un concesionario de coches de Massanassa situado muy cerca del barranco del Poyo.
«Con mi mujer cogimos a la niña (de dos meses), a las perras y nos fuimos hacia allí. Dejé el coche en la puerta de casa y el agua ya llegaba a los tobillos. Subimos las escaleras, descargamos y cuando me asomé por la ventana la riada ya se llevaba mi vehículo. Aluciné. Había gente en la calle, otros que bajaban a por los coches... y no dejo de pensar en que si nos hubiera pillado un semáforo en rojo igual no lo habríamos contado», reflexiona. Llegó a la casa familiar por el Camí Nou, a través del cruce con Navarro Soler. Esa zona, 24 horas después, era un cementerio de vehículos arrastrados por la avenida.
En la casa no se quedaron parados. Su primera reacción fue atar sábanas para poder ayudar a algún transeúnte. Hasta que llegaron los gritos: vecinos de otros pisos les decían que las chicas chinas estaban atrapadas. Rafa bajó por la escalera con la intención de sacarlas por el acceso del local, pero justo antes de llegar a la puerta de la vivienda un camión, que estaba estacionado en la frutería de enfrente, se estampó en su fachada.
«Era imposible salir, nos quedamos bloqueados dentro de la casa de mis padres y conforme pasaban los minutos el agua subía. Cada vez cubría más escalones. Y conocemos la altura de la planta baja, era desesperante porque pensábamos que no habría manera de sacarlas», dice. Entretanto, escuchaban ruidos en el suelo de la vivienda. «Se habían refugiado en un altillo que hay en el bajo, que ya estaba prácticamente inundado también, y desde ahí golpeaban el techo y gritaban: «¡Nos estamos ahogando!».
En ese momento de desesperación pensaron en la opción del butrón, que abrieron en la parte de la escalera donde no llegaba el agua. Se sirvieron de un martillo doméstico y comenzaron a golpear el tabique, tanto él como su padre. No tardaron en abrir hueco, y cuando Rafa hijo se asomó sólo se veía una lámina de agua, de entre 1,5 y dos metros de altura. «Chillé, preguntando cuántas eran, pues sólo son dos trabajadoras, pero había siete en el local. Entre ellos dos niños de diez años, que pasaban por la calle cuando empezó la avenida, una madre y una hija colombianas, que eran las únicas que sabían nadar, y otra mujer china», explica el joven.
Para la operación de rescate recurrieron a una escalera que milagrosamente permanecía apoyada en la pared del local y que pudieron coger y fijar bajo el butrón, así como a las sábanas que Rafa había anudado previamente. «Les dije que hicieran una cadena, con la mujer y la niña que sabían nadar en los extremos, y que agarrándose a la sábana fueran viniendo desde el altillo hacia al agujero, pegadas a la pared del fondo. Yo no tenía manera segura de bajar ahí, pero siguieron las indicaciones perfectamente», añade. A medida que llegaban, con medio cuerpo sacado por el butrón, iba subiéndolas hasta la casa. También les acogieron durante la noche, les dieron ropa seca y les curaron las heridas. Al día siguiente, con Benetússer devastado, por cierto, fueron adrede desde Valencia a darles las gracias y llevarles comida.
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