China se sumó tarde a la conquista del espacio. De hecho, no puso en órbita su primer satélite artificial hasta 1970, un año después de que Neil Armstrong pisara por primera vez nuestro satélite natural. El gigante asiático estaba demasiado ocupado cazando contrarrevolucionarios, y bastante ... tenía con dar de comer a la población más nutrida del planeta. Pero todo cambio a finales del siglo XX, cuando China se abrió al mundo y al espacio: en 1999 lanzó el Shenzhou-1, su primera nave no tripulada.
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Desde entonces, su ascenso ha sido astronómico. Literalmente. En 2011 puso en órbita el primer módulo de su estación espacial Tiangong (que ya tiene tres) y, dos años después, el país dio un salto de gigante con la sonda Chang'e-3, que logró desplegar sobre la superficie lunar el robot Yutu, de 140 kilos. Pero hasta 2019 no hizo algo que jamás se había logrado antes: aterrizar en la cara oculta de la luna. Fue la confirmación de que China ha sustituido a la Unión Soviética en la conquista del espacio y de que está pisando el acelerador para ponerse en cabeza.
No en vano, en 2020 logró recoger dos kilos de muestras lunares, algo que ahora pretende repetir en la cara oculta de la luna. Si el Chang'e-6 cumple la misión que inició la semana pasada, China marcará un nuevo hito y estará en la senda adecuada para hacer realidad un sueño: llevar a un astronauta a la luna, concretamente al polo sur, en 2030. A ser posible, antes de que lo hagan las potencias occidentales, que también tienen en su hoja de ruta el regreso a la luna -el programa Artemis debería hacerlo en 2025-.
Pero, ¿por qué le da China tanta relevancia a su programa lunar? Claudio Feijóo, catedrático Jean Monnet en diplomacia tecnológica y soberanía digital en la Universidad Politécnica de Madrid, señala varias razones. «Volvemos a reproducir elementos de la Guerra Fría, que era una carrera para llegar a cualquier cosa primero. En el caso de la carrera espacial, hay un elemento de orgullo nacional y de reputación que va de la mano del desarrollo de capacidades tecnológicas», señala a este periódico.
Feijóo señala que China está tratando de crear una constelación de satélites en torno a la luna para solucionar el problema de comunicación con su cara oculta. «Ya ha sido la primera en colocar uno en un punto de Lagrange, que es muy difícil, y los satélites le ayudarán también a ubicarse en la superficie lunar. Se confirman así unas competencias tecnológicas que puede rentabilizar como suministrador de otros países», explica.
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Estados Unidos teme que China quiera plantar la bandera y reclamar la soberanía sobre un territorio que puede ser mucho más relevante de lo que aparenta a primera vista. Primero, porque puede ser una parada vital en la exploración del sistema solar. Y las dos potencias tienen como objetivo llegar a Marte en la próxima década. Segundo, porque la luna puede convertirse en una golosa mina, rica en materias como helio-3, titanio o tierras raras, excepcionalmente valiosas para el desarrollo tecnológico global y actualmente en manos casi exclusivamente de China. «El objetivo a largo plazo debería ser explotar los recursos minerales», afirmó ya en 2002 el científico Ouyang Ziyuan. «La luna puede ser también una interesante fuente de energía», añadió.
Joseph Silk, investigador del Instituto de Astrofísica de París, cree que la minería podría arrancar en solo una década. Feijóo es más cauto, y únicamente considera que esa posibilidad resultaría atractiva «en el caso de que la tensión entre bloques fuese enorme y un mineral que se encuentra en la luna resultase crítico». Eso sí, ambos coinciden en señalar que todas estas tecnologías espaciales son duales; o sea, que se pueden utilizar tanto con fines civiles como militares.
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Por eso, Silk reconoce el peligro de que la luna acabe siendo estratégica para esos últimos: «Los 104 signatarios del Tratado para el Espacio Exterior en el marco de Naciones Unidas acordamos la desmilitarización de la luna y limitar la contaminación. Tenemos, por lo tanto, una guía para actividades militares y la extracción de materias. Otra cosa es que se implemente».
El director de la NASA, Bill Nelson, es más contundente. «Deberíamos tener miedo de que China llegue a la luna y diga 'ahora esto es nuestro, marchaos'», advirtió la semana pasada. «Estamos convencidos de que su programa civil es en realidad de naturaleza militar», apostilló. El temor reside en que Pekín pueda desplegar en la luna sistemas para derribar satélites, ya sea con misiles o con naves desarrolladas con ese fin. Parece ciencia ficción, pero quizá ese escenario esté a la vuelta de la esquina. «Si controlas los recursos lunares, tienes una gran ventaja en la futura exploración espacial», añade el profesor Kazuo Suzuki, de la Universidad de Tokio, en declaraciones a The Guardian.
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Pekín, por su parte, afirma que estas sospechas son infundadas, y quiere relajar los ánimos con la promesa de compartir el material que pueda obtener de la cara oculta del satélite para que científicos de diferentes países puedan estudiarlo en paralelo. Y ya lo hizo en la primera ocasión. Tanto sus dirigentes como la prensa oficial resaltan siempre el valor de la cooperación frente al de la confrontación y subrayan que la Estación Internacional de Investigación Lunar que quieren establecer en torno a 2035 no la levantarán solo chinos. De momento, aunque está «abierta a todos los países interesados», solo Rusia participa activamente, aunque ya han mostrado su interés Venezuela, Sudáfrica o Azerbaiyán.
Se produce una simbiosis interesante en el eje. «Aunque los rusos están fuera de la carrera actual, tienen buen nivel científico y tecnología que resulta diferente a la estadounidense. China se apoya en este conocimiento y aporta el músculo económico necesario para poner en marcha los proyectos», explica Feijóo, que apuntala sus palabras con un hecho inusual: el National Research University Moscow Power Engineering Institute ruso ha obtenido licencia para establecer un campus en Hainan, junto a la cuarta base de lanzamiento de cohetes espaciales. «Es muy raro, porque las universidades extranjeras suelen utilizar la licencia de la contraparte china con la que se asocian», añade. Según el diario chino The Paper, el Instituto se centrará en «la investigación y la docencia en aviación y ciencias aeroespaciales». Si todo va según lo previsto, abrirá sus aulas el curso 2025-26, una década antes de que China ponga en marcha su estación lunar.
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