Ramón Larramendi, en su casa de El Escorial, en la sierra madrileña, donde vive parte del año. Óscar Chamorro

Ramón Larramendi | Explorador polar

«Groenlandia es lo más parecido al paraíso en la Tierra»

El aventurero cree que ni Trump podrá con la naturaleza salvaje de la 'isla del tesoro', pero lamenta que la haya puesto en un foco de tensión

Sábado, 1 de febrero 2025, 13:11

En el piso donde Ramón Larramendi (Madrid, 59 años) vivía con sus padres y sus ocho hermanos no había televisión, pero sí una buena biblioteca y una enciclopedia Life con tomos de los desiertos, los mares, las montañas, los volcanes... y los Polos, «que era ... lo que más leía». Ahí se despertó su pasión por la naturaleza y las regiones polares, así que el chaval se apuntó a los scouts, conoció la nieve en la sierra de Madrid y con 19 años se calzó unas tablas de esquí para atravesar los Pirineos durante 53 días, su bautismo de fuego como aventurero.

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Antes de los 21, y tras dejar la carrera de Geológicas que había iniciado, Ramón ya había cruzado Islandia y Groenlandia y empezaba a gestar la que hasta ahora ha sido la gran exploración circumpolar española, una travesía de tres años (1990-1993) entre Groenlandia y Alaska, 14.000 kilómetros en kayak y trineo tirado por perros, un hito mundial al que han seguido otras gestas como la llegada al Polo Norte geográfico sin ayuda de perros en 1999, y las travesías de la Antártida con el trineo de viento de su invención.

Larramendi, que vive a caballo entre Narsaq, al sur de Groenlandia, y El Escorial, mantiene encendida la llama de ese espíritu aventurero organizando expediciones a través de su empresa Tierras Polares, al tiempo que sigue desarrollando la tecnología de su trineo de viento en proyectos científicos, como el que le llevará al norte de Groenlandia esta primavera para calibrar los efectos del cambio climático. El explorador nos recibe en manga corta en su piso escurialense, donde reside junto a su pareja Getsemaní y el hijo de ambos, Inuk, de 17 años. Allí charlamos de su vida con los inuit, de sus expediciones, del frío y los osos polares, y de las ansias de Trump por hacerse con Groenlandia y sus tesoros minerales.

- España es un país de extraordinarios exploradores, pero nunca suficientemente reconocidos… a usted en Reino Unido ya le habrían puesto una calle…

- Sí, eso es muy español. Históricamente somos muy malos vendedores de lo nuestro, es algo que nos define, mientras que los ingleses y los americanos son unos fenómenos. Además, la exploración circula en los márgenes, no está en el discurso principal, y eso también forma parte de su encanto, tiene ese elemento romántico. Es como el Ártico, que sales fuera del eje central del mundo. Para mí estar allí es el equivalente a hacer un viaje al espacio sin salir al espacio.

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- ¿Qué rincón del universo polar le fascina más?

- Groenlandia. Porque combina la naturaleza salvaje con la calidez humana de los inuit. Es lo más parecido al paraíso que hay en la Tierra.

- ¿Y la Antártida?

- En la Antártida no hay nadie, la escala es casi sobrehumana y mira que la he explorado tres veces. Yo soy más del Ártico. El Ártico tiene alma, siento que estoy en mi casa. Y la Antártida es algo sobrecogedor, es otro nivel.

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- ¿Qué ha aprendido de los inuit?

- Su profunda humanidad, su verdadera preocupación por el otro, es un pueblo amable y generoso. Y me sigue asombrando esa armonía de fusionarse con la naturaleza extrema, esa mentalidad de ver un entorno increíblemente hostil como su hogar. Yo me considero un poco inuit.

- Ese entorno hostil también ofrece estampas tan bellas como las auroras boreales...

- Sí, las más espectaculares las he visto en Groenlandia y curiosamente las primeras que vi hace ya casi 40 años fueron bestiales, unas increíbles auroras rojas de belleza extrema que surgieron cuando yo ni sabía lo que eran.

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Los inuit

«Son generosos, de una profunda humanidad, y se preocupan siempre por el otro»

- Ha estado en Siorapaluk, la población inuit más septentrional de Groenlandia y del mundo ¿Cómo es la vida allí?

- No hay bar, pero hay una tienda para comprar suministros básicos. Viven unas pocas familias en sus casas. Y la gente hace su vida con su rutina. En estos poblados aislados hay una increíble vida comunitaria. Una vez estuve en un pueblo que no llegaba a los mil habitantes y aluciné porque todo el mundo estaba todo el rato visitándose y haciendo pequeñas fiestas. La gente hacía más vida social que en Madrid. Las casas siempre tienen abiertas las puertas y tú les visitas y no te hace falta dar una explicación. A la mía venía la gente y se sentaba ahí y no decía una palabra. Eso es muy normal. No hace falta comentar nada. Basta la presencia de la otra persona y eso ya tiene un efecto curativo contra el aislamiento.

El fracaso, «la mejor escuela»

- Conoce los polos desde los años 80, ha visto con sus ojos el efecto del cambio climático en estas últimas cuatro décadas…

- Cuando fui a Groenlandia por vez primera en 1986, todavía ganaba hielo y ahora lo pierde a lo bestia, miles de millones de toneladas al año.

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- Así que su oficio está en peligro de extinción...

- Tampoco hay que exagerar. No es tan fácil derretir Groenlandia, la masa de hielo es de tal calibre que ni poniendo calefactores. Pero a corto plazo habrá cambios por la apertura de los canales marinos que antes estaban sellados y eran infranqueables por el hielo.

Los polos

«Yo soy más del Ártico, tiene alma; la Antártida es otro nivel, es algo sobrecogedor»

- Liderazgo, audacia, resistencia, espíritu de sacrificio, fortaleza física… ¿con qué se identifica como explorador?

- Con el fracaso. No hay mejor escuela que el fracaso. Pero hay que ser capaz de levantarte y eso cuesta. El fracaso desmotiva, te hace pensar que no eres la persona adecuada, que no vales. El saber levantarte es una cualidad en la expedición y en la vida. Vale sí, la he cagado, pero en vez de atormentarme voy a aprender de los errores. Y para eso se necesita perseverancia.

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- Ha escrito una página de oro de la expedición mundial con aquella travesía de tres años cruzando Groenlandia, el Ártico canadiense hasta llegar a Alaska. 14.000 kilómetros sin GPS ni teléfonos satélite. Es difícil hacerse una idea de la magnitud. ¿Cómo se prepara esa aventura?

- Es imposible preparar algo así. Aparecen problemas que tienes que ir resolviendo paso a paso. Por ejemplo, contratamos cazadores inuit, pero no encontraron caza y se volvieron. Nos quedamos sin comida para los 50 perros que teníamos y estábamos en la isla de Ellesmere, el fin del mundo no, lo siguiente. Tuvimos que sacrificar diez perros para alimentar a los otros. Fue supervivencia pura.

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- Y uno de sus compañeros cayó al agua helada al volcar el kayak, ¿qué se hace en esos casos?

- Salir como puedas, quitarte la ropa mojada, ponerte una seca y antes de congelarte esprintar como loco, 50 metros para allá, 50 para acá.

- Usted sí sabe lo que es pasar frío…

- Sí. ¿Quién no ha pasado frío en su vida? A 40 grados bajo cero y con viento, el frío es de una agresividad brutal. Y ahí lo importante es aprenderlo a gestionar. El mejor plumífero, por miles de euros que valga, es un porcentaje de tu defensa. El otro es cómo activas la circulación para que la sangre caliente llegue a las extremidades. Pero no hay frío en las manos que no te quiten 50 palmadas dadas con verdadera mala leche.

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40 grados bajo cero

«No hay frío en las manos que no te quiten 50 palmadas dadas a mala leche»

- La muerte de frío es 'dulce'…

- Por fortuna no lo he experimentado, ni tengo intención. Dicen que tiendes a abandonarte, que te entra como un sopor y empiezas a dejar de sentir el frío que es cuando realmente te estás muriendo. Si sientes el frío, estás jodido, pero todo va bien.

-¿La tecnología ha restado romanticismo a la expedición?

- ¡Claro! La tecnología te crea una sensación de seguridad. Sin duda te acompaña, pero puede fallar. Y esa es la norma número uno de la expedición: todo falla. Así que no hay que perder de vista que estás solo y aislado y te tienes que valer por ti mismo.

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El explorador, en pleno manejo de las cometas. R. C.

- ¿Qué le ha enseñado el hielo?

-Que la frontera entre la vida y la muerte es muy pequeña.

- 'Cien años de soledad' empieza con el recuerdo del hielo de Aureliano Buendía ante el pelotón de fusilamiento…

- El hielo marca cuando es lo excepcional. En Groenlandia viví en una zona donde la noche polar dura tres meses y un vecino me preguntó una vez ¿pero en España en invierno hay sol? 'Joder, vaya pregunta', pensé. Pero es lo que le sorprendía porque el sol en invierno para él era lo excepcional.

- ¿Ha estado cerca de la muerte en tantos años de expediciones?

- Muchas veces. La más cercana cuando crucé Groenlandia con 20 años (55 días de travesía) en los que perdí los crampones en una tormenta y nos metimos en un infierno de grietas que había que ir saltando sin resbalar en el hielo para evitar caer a un vacío de 50 metros. Estaba convencido de que iba a morir, cada paso era un riesgo y milagrosamente no me resbalé.

- ¿Y encontronazos con los osos polares?

- Decenas, pero nunca he sido atacado por uno. No tengo una historia de que me han estado a punto de devorar. Por supuesto he pasado un montón de noches en una tienda de campaña, durmiendo abrazado al rifle y el oso rondando alrededor.

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- Trump quiere invadir Groenlandia…

- Quiero creer que es una manera de hablar. Si busca seguridad, Groenlandia en el fondo ya es americana, lleva 70 años con militares americanos y ahora mismo hay soldados americanos en una importante base de misiles balísticos. Y si busca los recursos naturales y las tierras raras, seguro que le resultará fácil encontrar algún acuerdo preferencial con el gobierno sin necesidad de recurrir a la fuerza.

- ¿Le preocupa?

- Por supuesto. Lo que me gusta del Ártico es que es un lugar aislado de todo, de absoluta calma, donde el mundo es diferente. Y de repente Trump lo ha puesto en el centro de todas las tensiones.

- ¿Cómo se imagina el Ártico dentro de 25 años?

-La naturaleza salvaje va a seguir siendo naturaleza salvaje. Aunque haya bases militares estarán muy localizadas en cuatro puntos de una isla con más de dos millones de kilómetros cuadrados. Habrá mucho menos hielo, pero la majestuosidad de la naturaleza no va a cambiar.

- ¿Qué haría el último día de su vida?

- Despedirme de las personas que han sido relevantes en mi vida.

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