Françoise Hardy, el adiós de la parisina exquisita
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La famosa cantante francesa, víctima de una enfermedad terminal y grandes sufrimientos, reclama una ley de eutanasia en su paísFrançoise Hardy escuchó una versión instrumental de la canción americana 'It Hurts to Say Goodbye' y se enamoró de la melodía. El gran compositor Serge Gainsbourgh la dotó de letra y así nació un éxito pop arrollador que se llamó en francés 'Comment te dire ... adieu'. Hoy, casi medio siglo después, la cantante, icono de la música de los años sesenta, reclama al presidente Emmanuel Macron la agilización de los trámites necesarios para que Francia legalice la eutanasia y ella, enferma terminal, pueda decir adiós, definitivamente.
El mundo se enamoró de aquella muchacha tímida, estudiante de literatura germánica, que componía, tocaba la guitarra y cantaba en clubes de París. Fue un flechazo. Françoise Madeleine Hardy había fichado con el sello Disques Vogue en 1961 y su tema 'Tous les garçons et les filles' fue difundido en un interludio musical durante la noche del 28 de octubre del año siguiente, mientras se difundían los resultados de un referéndum nacional.
Aquella historia sobre una adolescente que lamentaba desconocer los placeres del amor se convirtió en un hit de los de antes, de los que se traducían en millones de 'singles' vendidos, y pasó a ser considerada la quintaesencia del estilo yé-yé. Al año siguiente representaba a Mónaco con 'L'amor s'en va', un título que también ejemplificaba bien ese poso melancólico tan característico. No ganó, pero, nuevamente, volvió a proporcionar otro clásico. En muy pocos años, la joven era una de las cantantes francesas con mayor proyección mundial.
Había nacido un mito, pero su identidad llegó después, cuando conoció al fotógrafo Jean Maríe Perier, una suerte de Pigmalión que la convirtió en el arquetipo de la joven parisina, urbana y resuelta, con estilo propio y muy bella, algo distante y exquisitamente pop. Los triunfos se sucedieron y Hardy subió al Olimpo galo de la música en el que reinarían también France Gall o Jane Birkin.
Pero la imagen que genera el mundo del espectáculo y la cotidianidad no siempre se avienen bien. Françoise Hardy no era tan sólo una muchacha que cantaba y ejercía de modelo de Yves Saint Laurent, André Courrèges o Paco Rabanne, actuaba para Jean Luc Godard y John Frankenheimer, o seducía a celebridades como Bob Dylan. Su larga melena y el 'glamour' innato escondían una vida complicada que relató, en buena parte, en la autobiografía 'La desesperación de los simios y otras bagatelas', publicada hace siete años.
Las memorias descubren a alguien con un pasado doloroso, que padecía un cierto síndrome del impostor y miedo escénico, y que nunca soportó demasiado bien el asedio fotográfico al que fue sometida. Además, la sofisticada joven que se codeaba con la jet-set y protagonizaba portadas en 'París Match' o 'Salut les copains', la revista musical por antonomasia de Francia, había sufrido una infancia dickensiana.
Su aspecto de joven privilegiada engañaba. Era hija de madre soltera con escasos medios porque su padre, casada con otra mujer, apenas aportaba nada a la economía familiar. Creció tan acomplejada por su físico larguirucho que se sorprendió cuando Mick Jagger le reveló que ella constituía su ideal de mujer. El amor pareció redimirla. Tras Périer, se enamoró de Jacques Dutronc, otro famoso cantautor del país vecino. Como Jane Birkin y Serge Gainsbourgh, o Johnny Hallyday y Silvie Vartan, constituyeron parejas emblemáticas de la canción y, como ellos, rompieron a causa de mutuas infidelidades.
Tras la primera fase de deslumbramiento, Hardy se erigió en una artista de culto que ha desarrollado una carrera respetable durante medio siglo. Pero los hechos más terribles se han sucedido en su vida. Sorprendentemente, su progenitor falleció víctima de la agresión de un prostituto y Michele, la hermana menor, afectada por una esquizofrenia paranoide fue hallada muerta en 2004, un año terrible para ella porque fue entonces cuando le diagnosticaron un cáncer linfático.
Parecía que la vida le daba una tregua y, tras superar la enfermedad, regresó a los escenarios. En 2018, grabó 'Personne d'autre', su vigésimo octavo álbum, y un videoclip en el que la Françoise de los años sesenta cantaba on la septuagenaria actual, tan bella como siempre y con un aspecto de madura serenidad. Pero todo iba mal. La enfermedad había regresado y dos años antes había superado un coma. El disco destilaba un aire de despedida.
Las últimas noticias hablan de una persona atormentada por el sufrimiento. Las agresivas sesiones de radioterapia e inmunoterapia le han provocado gravísimos daños en las cuerdas vocales, la pérdida de la visión en un ojo, desequilibrio y angustiosos episodios de asfixia. Ella reclama una ley de eutanasia, procedimiento que, según ha confesado, aplicó con la ayuda de un médico a su madre, también víctima de un mal incurable. Su proyección mediática puede influir en la puesta en marcha de un debate público que impulse la puesta en marcha de la norma.
En realidad, Françoise Hardy se ha despedido ya. Hace doce años, cantaba 'Rendez-vous dans une autre vie', cita en otra vida, con una letra que suponía toda una declaración de intenciones. La intérprete reconocía que era el último acto y se disculpaba si se iba a hurtadillas, aunque prometía el reencuentro en otro lugar para amar más y mejor que hoy. Ahora sabemos que ella no ha sido sincera realmente. Françoise Hardy siempre supo decir adiós, con sensibilidad y exquisita elegancia, muy parisina, tan chic como siempre.
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