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Mientras se pinchaba con mefedrona (una droga estimulante de la familia de las anfetaminas) I. N. se vio por primera vez en un espejo. Llevaba casi un año fascinado con el chemsex, las sesiones de droga y sexo que están de moda en la comunidad gay y que son «como beber agua», dice I. N., que salía de 'chill' desde el viernes por la noche y no paraba hasta el domingo por la tarde. Sin comer ni dormir. A base de drogas, inyectadas en vena.
No son grandes fiestas, ni tienen un organizador. Los que quieren participar en una chemsex quedan por aplicaciones como Wapo o Grindr, donde hay palabras clave, como 'kolocón', 'sesión', 'colk', 'vicio', 'slim' y variantes a partir de estos vocablos. Luego, en el chat salen términos como 'chill' o 'chuches', para referirse a estas prácticas de sexo químico, indica un informe del Ministerio de Sanidad. «Lo buscas por redes sociales», reconoce I. N.. «Jamás he ido a una discoteca para pincharme. Se buscan palabras clave y hay quien pone un emoticono de caramelito. Quedas con esa persona y quizás buscas un tercero. Está normalizado. Quedas con alguien para pincharte y pasar una noche o dos en sesiones íntimas. Con el tiempo haces un grupito y conoces a la gente. ¿Te apetece una sesión, un 'chill'? Vas conociendo a los que lo hacen y a los que no lo hacen. El vicio es la noche. ¡Hay gente tan guapa y tan joven enganchada al 'slam'! (pincharse droga)».
Los presuntos asesinatos en serie de Bilbao con éxtasis líquido han podido tener su inspiración en las citas de sexo químico, según creen los expertos. La Ertzaintza relaciona a un joven colombiano con dos intentos de homicidio y cuatro muertes, en las que se habría utilizado drogas. Había conocido a sus víctimas en una red de contactos gais.
Las prácticas de sexo químico preocupan cada vez más a los médicos, sobre todo a los dedicados al control del VIH, lo que ha promovido la creación de un grupo de estudio específico de chemsex en el Ministerio de Sanidad. «En estas fiestas hay varios tipos de drogas que te meten el subidón», confiesa I. N., graduado en arte dramático, de 41 años y dedicado a la hostelería. «Yo viví más el 'slam', que es pincharte con 'mefe'. No sé de qué está compuesto. Viene en bolsitas, como la farlopa, pero más barato. Un gramo, 30 euros. Comencé esnifando. Veía a los que se pinchaban y decía que yo jamás lo haría así. Pero a los tres meses, ya me pinchaba».
En las sesiones de 'slaming' los participantes «se inyectan un montón de productos para estar tres días seguidos en enganche permanente y tener sexo con hasta 30 personas distintas», mantiene María Jesús Pérez Elías, jefa de Sección del Servicio de Enfermedades Infecciosas en el Hospital Ramón y Cajal, donde controla a pacientes con VIH. «Nos trae muchísimos problemas de infecciones asociadas con drogas e intoxicaciones graves. Estamos perdiendo algún paciente que desaparece completamente. Perdemos el contacto, no coge el móvil, se pierde al 100%».
La práctica de chemsex está asociada a conductas de riesgo. Las app facilitan el paso por el abismo. «Para ligar en Wapo, por ejemplo, suelen preguntar, antes de quedar, si eres «apelero», es decir, si «lo haces a pelo o sin preservativo», sostiene Ángel, un usuario de estas plataformas. Es el juego de llegar al límite en estas fiestas clandestinas pero muy conocidas en el mundo gay.
Está de moda desde hace ya un par de años y va más allá de las reuniones de una noche donde se hacían orgías con popper (nitrito de amilo o de isobutilo), cristal o cocaína. «Las chemsex son un desfase total y ha cambiado mogollón el tema a la hora del sexo con juegos extremos donde no hay límites». Lo ratifica I. N.: «En el chill el 90% no usa preservativos. Es a pelo».
Las drogas más consumidas son el GHB/GBL (gammahidroxibutirato), la cocaína, la mefedrona ('mefe') y la metanfetamina, según un informe del Ministerio de Sanidad elaborado en 2019, que sigue el fenómeno con «preocupación creciente». Son sustancias que desinhiben y estimulan sexualmente, para lograr «tener relaciones sexuales por un periodo largo de tiempo (varias horas, varios días)». Se llama 'slamming' o 'slamsex' cuando se usan vía intravenosa. «El chemsex es un medio para socializar en el entorno sexual», indica Ignacio Pérez-Valero jefe de la Unidad de VIH de Enfermedades Infecciosas del Hospital Reina Sofía de Córdoba. «En un momento dado el consumo puede ser problemático. Se pasa al diario, en soledad, de ser oral a ser pinchado. La diferencia es que con la heroína te pinchabas una vez al día. Aquí el pico es de 30 minutos y en una sesión se pueden pinchar 50 veces. Llegan al hospital chorreando pus en los dos brazos». En efecto, dice I. N., «aunque sepas pincharte, quieras o no a veces te sales de la vena».
Los expertos creen que el brote de viruela del mono detectado esta semana en Madrid está relacionado con estas prácticas. Aunque esta infección que se extiende por Europa no distingue género ni edad y puede afectar a niños, adultos, hombres y mujeres, sea cual sea su opción sexual, el brote que ha prendido en la capital de España ha afectado sobre todo a la comunidad gay. Detrás de las primeras cadenas de contagio del virus de la viruela habría prácticas de riesgo en orgías con estupefacientes o fiestas de 'chemsex', según los primeros datos de la investigación epidemiológica que ha emprendido la Comunidad de Madrid. Allí hay ya varios positivos y una treintena de casos sospechosos.
Relacionadas con las fiestas chemsex no hay cifras de muertes anuales (las de las víctimas del supuesto asesino en serie de Bilbao fueron atribuidas a causas naturales en un primer momento), ni de personas enganchadas a estas prácticas. Algunos estudios de hace varios años indican que un 12% de la población gay ha participado en 'party drugs' con un perfil joven, de edades entre 25 y 39 años, y altos niveles educativos. ç
Solo hay testimonios: «Aprendes a pincharte. El efecto dura media hora o 45 minutos, según la intensidad o el tiempo que lleves. Aunque el efecto bueno es el de la primera vez que lo haces, cuando llevas droga en el cuerpo sigues cachondo. Lo que te inyectas siempre va acompañado de viagra. El 'mefe' es lo más asequible. Una bolsa te puede durar tres o cuatro pinchazos, lo que usaba yo en una noche. En las primeras pones unos 20 microgramos en la jeringuilla; en las últimas, 30. Se te va el dinero. Hay gente que se ha arruinado por el 'slam'». Además, indica Sanidad, «el policonsumo es habitual», con ketamina, éxtasis o MDMA y poppers.
Uno de los mayores retos del chemsex es romper con el círculo de drogas. «Si ya es difícil salir de las drogas, es más difícil salir de esta conducta», indica David, el coordinador del grupo de apoyo Sexo Adictos Anónimos, que fue adicto al popper, con inhaladores que le «quemaban la nariz y los dedos del uso». Ya lleva una década limpio. «No es solo las drogas, es el sexo también, que puede ser adictivo. Se empieza con la pornografía, la prostitución... un vacío interno que no acaban de llenar, y ponen en peligro sus vidas con situaciones de riesgo, porque no usan condón. Si juntas a una persona con adicción al sexo y encima juntas las drogas, es una bomba. En estos casos de chemsex, la persona que viene al grupo dicen que tienen un problema de sexo, pero en realidad es de drogas. Yo pregunto siempre: cuando tienes ganas de consumir, ¿en qué piensas primero? ¿En las drogas o en el sexo?».
«Somos yonkis», reconoce I. N. «Había gente que podía quedarse dos horas mirando una pared porque no sabían parar. Otros lo mezclaban con 'G' (éxtasis líquido), que son gotitas que echas en alcohol. Lo más importante en una chemsex es la droga. Llega un punto que el sexo es secundario. Lo que te hace sentir bien es el pinchazo». Los que están enganchados al chemsex «han mezclado dos adicciones», dice David. «No saben hacer sexo sin drogas y no saben drogarse sin sexo. Necesitan las dos cosas y la adicción va a más. Es muy peligroso decir que se puede controlar y hacerlo con seguridad. Un adicto necesita ayuda, sólo no puede porque al final le explota en la cara».
David cuenta que, ya limpio de la adicción a los narcóticos, tuvo una recaída en su adicción al sexo. Acudió a una chemsex, una orgía, en la que la gente llevaba sus «sustancias». «Hablaban, follaban, se montaba una orgía, uno le pegaba a otro... cada persona puede desviar su conducta sexual si no hace daño a los demás y es feliz. Eso no lo juzgo. Pero sí hay un problema cuando entra en compulsión y obsesión». Con la chemsex, dice quien lo ve en las sesiones de su grupo de apoyo con personas cada vez más jóvenes, de 19 y 20 años que no se quedan por falta de fuerza de voluntad, la situación está «cada vez más desfasada. Muchos acaban en urgencias. Con comas etílicos, sobredosis, paros cardíacos. Cada vez va a más».
La historia de I. N. tiene un buen final. Por trabajo dejó Madrid, donde se había enganchado a la chemsex, y donde según Sanidad ocurre la mitad de este tipo de fiestas. Dejó las chemsex poco a poco, después de ver su imagen en ese espejo que decoraba una habitación «por morbo», inyectándose 'mefe' comenzó a drogarse solo «con una película porno», porque «no podía dejarlo de golpe. Borré los contactos de los camellos en Wapo, que además te la traen a casa si compras dos bolsas. Con 60 ya venían», mantiene quien llegó a estar con cinco hombres a la vez, aunque «ya tres era demasiado» y perdió «peso muy rápido durante esos meses y se puso muy triste. La droga ya empezaba a afectarme el sistema nervioso y lloraba por cualquier cosa después del 'chill'». Ahora respira otro aire.
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