Paiporta representa desde este domingo el tercer Rubicón que ha tenido que cruzar Felipe VI desde que hace una década asumiera el trono y, con él, la jefatura del Estado. Que lo hiciera en un momento en el que la Corona era de espinas, ... cuestionada como nunca antes por los devaneos de Juan Carlos I que precipitaron su abdicación y señalada por una 'nueva política' inclinada al republicanismo, entrenó al Rey en el obligado manejo de las adversidades no exento de críticas hacia él mismo.
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Las escuchó -lo sigue haciendo, de hecho, años después- del independentismo y de sectores de la izquierda por su discurso del 3 de octubre de 2017, dos días después de que la Generalitat de Carles Puigdemont desafiara la legalidad constitucional y estatutaria con el referéndum para segregar Cataluña de España. Las escuchó, también, cuando el 15 de marzo de 2020 retiró la asignación al rey emérito y renunció a la herencia paterna mientras el Gobierno de Pedro Sánchez tomaba el mando del estado de alarma para hacer frente a la pandemia que atenazaba ya el país.
Este domingo Felipe de Borbón pudo medir a pie de calle la riada de otra conmoción, esta teñida de rabia y desesperación: lla de los valencianos que lo increparon, que le lanzaron bolas de lodo y que también le lloraron en el hombro por el desamparo que sienten ante la respuesta ofrecida por las instituciones del Estado. Y el jefe de ese cuestionado Estadooptó por quedarse, por aguantar las recriminaciones y atenderlas.
Que la respuesta de los poderes públicos «no es suficiente» lo admitióel presidente Pedro Sánchez en su comparecencia en la Moncloa del sábado, cuando siguió dejando la dirección de la crisis en manos del Consell de Carlos Mazón, señalado desde el inicio de la hecatombe por su gestión de la alerta meteorológica y cuando ya subía la ola de las críticas también el propio Gobierno por la demora en desplegar el Ejército con todo su potencial más allá de la Unidad Militar de Emergencias. Con ambas administraciones, la autonómica y la central, evidenciando las carencias y la frialdad de su forzosa colaboración y el eco creciente de las voces airadas de quienes han perdido a sus seres queridos y se han quedado con lo puesto, los Reyes decidieron desplazarse este domingo a Paiporta y Chiva, epicentro de la tragedia, donde la ayuda no termina de consumarse y donde la desolación está a flor de piel. Era una imagen tan contestada por su oportunidad como esperada en términos de unidad de las instituciones del Estado. No la hubo de su despacho extraordinario con Sánchez en la Zarzuela cuando la destrucción de la DANA era ya una sobrecogedora realidad.
La Casa Real pudo percibir la hostilidad larvada desde primera hora, cuando fuentes conocedoras del viaje salieron 'sotto voce' al paso de las especulaciones que corrían por las redes sociales, transformadas en altavoces de lo mejor pero también de lo más dañino en esta tragedia, para subrayar que las restricciones a los desplazamientos ciudadanos no se debían a la comitiva que integraban los Reyes, el presidente Sánchez y el presidente Mazón, sino a la necesidad de mantener despejados los accesos a las zonas anegadas para rescatar a los muertos y socorrer a los vivos. Lo experimentado después, ya a la llegada a Paiporta, incorporó una instantánea en el álbum histórico del país igual de inédita, en términos políticos e institucionales, que la envergadura que ha alcanzado la peor catástrofe del siglo.
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Bajo otro torrente, este de insultos tildando de «asesinos» a todas las autoridades que pisaban el barro de la zona cero por primera vez, exigiendo dimisiones y conminando a que se fueran del pueblo, con el cordón de seguridad desbordado y un hilo de sangre surcando el rostro de un guardaespaldas herido por los grupúsculos violentos a los que la Policía investiga por su presunta inspiración de ultraderecha, el Rey cruzó su tercer Rubicón. Ese que le llevó a resolver sobre la marcha que no solo no podía marcharse en el coche oficial de un escenario de dolor e ira semejante, sino que tenía que afanarse en imponer la calma rompiendo la hornacina protocolaria y sintiendo sobre la parka las manos enfangadas de sus conciudadanos.
Con la Reina sumándose a la escucha con el rostro oscurecido por las manchas de lodo y las lágrimas, Mazón confundido entre un gentío muy tensionado y Sánchez evacuado por los servicios de escolta ante el hostigamiento que los socialistas atribuyen a elementos ultras organizados, Felipe VI pidió a quienes le interpelaban que desoigan «las intoxicaciones» que solo buscan alentar «el caos» y que confíen en las instituciones a las que las víctimas del duelo colectivo apuntan porque sienten que las han abandonado a su infortunio. Escuchó cómo una mujer se condolía por no tener comida ni pañales. Cómo un joven le reprochaba su visita -«¿Me quedo en Madrid?», acertó a justificarse- antes de cargar contra los gobiernos concernidos, a los que el monarca amparó. «Hay que entender el enfado», dijo después junto a la Reina -cuya expresión demudada ha dado la vuelta al mundo- en la reunión del Centro de Control de Emergencias que compartió con Sánchez y Mazón.
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Los dos presidentes asumieron el malestar social, pero con un discurso no coincidente. El líder socialista, que fue sacado de Paiporta por los escoltas después de ser abucheado y de que le hicieran añicos a palos la luna trasera del vehículo que lo desplazaba, hizo mención expresa a la violencia, que condenó definiéndola como propia de conductas «marginales». «No permitiremos que grupúsculos radicales se aprovechen del dolor de la gente y nos desvíen de lo prioritario», abundó ya por la noche la vicepresidenta María Jesús Montero, mientras el ministro Óscar Puente aseveraba que el recorrido no había sido «oportuno».
Por su parte, Mazón, que permaneció junto a Felipe VI en las calles, quiso subrayar, al igual que el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, el comportamiento «ejemplar» de los Reyes. Las reuniones a las que ha convocado este lunes por la tarde el ministro de la Presidencia y de Justicia, Félix Bolaños, a los portavoces en el Congreso, al séptimo día desde que se desatara el drama, calibrará el ánimo político. La responsable de Podemos, Ione Belarra, ha tachado de «puro asco» las visitas institucionales a los puntos catastróficos.
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El 3 de octubre de 2017 el Rey pronunció el discurso que preferiría no haber ofrecido en su despacho de La Zarzuela. El 15 de marzo de 2020 nadie vio el desgarro personal de anteponer la institución a la familia. Este domingo, 3 de noviembre de 2024, todo el país pudo contemplarlo protegiendo la Monarquía en medio del lodazal que está estresando al conjunto del Estado del que ostenta la jefatura, aunque la Constitución le despoje de todo poder ejecutivo para permitirle, únicamente «arbitrar y moderar».
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