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Boten iba a convertirse en una de esas ciudades fronterizas que se crean de la nada y que florecen gracias al comercio. Situada en la línea que divide China y Laos, es la primera parada en suelo laosiano del nuevo ferrocarril que une ambos países, y cuya ambición es vertebrar la región entre la ciudad china de Kunming y Singapur. Desde la concepción de su zona económica especial, un territorio en el que se aplican leyes específicas, los empresarios que se interesaron por Boten tuvieron claro que era un lugar ideal para que los chinos diesen rienda suelta a sus vicios: alcohol, prostitutas y juego. El dinero iba a llegar a espuertas sobre todo gracias a los casinos, dedicados a una población que no puede apostar legalmente en su país y a la que, sin embargo, le encanta fiar todo a la suerte.
Pero el lugar se convirtió en una ciudad fantasma llena de esqueletos de grandes edificios inacabados que ha terminado atrayendo a otro tipo de negocios que proliferan desde la pandemia en zonas fronterizas de varios países del sudeste asiático, como Myanmar o Camboya, así como en Filipinas: el de las mafias que se dedican a las estafas cibernéticas. «Se han identificado en la región multitud de centros dedicados a estos fraudes, donde los operadores se dedican a labrar una relación con las víctimas para que inviertan en productos fraudulentos, incluidas criptomonedas, o para arrebatarles dinero mediante otras vías», relata el Instituto para el Desarrollo Internacional (ODI) en un estudio publicado el pasado mes de diciembre en colaboración con el Centro contra el Tráfico y la Trata ASEAN-Australia.
Estas mafias, a menudo lideradas por ciudadanos chinos, se establecen en países pobres con leyes laxas y corrupción endémica, vital para delinquir a gran escala. Operan centralitas donde multitud de personas se hacen pasar por todo tipo de gente, ganándose la confianza de víctimas a miles de kilómetros, enamorando a solitarios y embaucando a ingenuos, para acabar saqueándoles las cuentas bancarias. Son lo que en inglés se conoce como 'pig butchering', el sacrificio del cerdo al que se ha ido cebando. Desde aquí se lanzan muchas campañas de 'estafas del amor', y también parecen estar detrás de algunas oleadas de timos por WhatsApp, como el que se hace pasar por un familiar en apuros, y de los clásicos emails fraudulentos.:
Un problema añadido a la hora de abordar esta situación es que muchos de estos estafadores son, a su vez, víctima del tráfico de personas. «Las mafias reclutan a personal cualificado que quiere trabajar fuera, y que, tras caer en su trampa y tener el pasaporte confiscado, es forzado a cometer delitos», explica ODI. Naciones Unidas estima que son 120.000 solo en Myanmar, la antigua Birmania; 100.000 más en Camboya. En Laos se han establecido ya 12 zonas económicas especiales como la de Boten, y 40 más están en proyecto. De esta forma, un negocio que mueve miles de millones de dólares llega cada vez más lejos. «Antes reclutaban solo en China y el sudeste asiático, pero ahora hemos documentado casos en África, Latinoamérica y Oriente Medio», afirmó Rebecca Miller, coordinadora del programa contra el tráfico de personas de la ONU en el sudeste de Asia y el Pacífico, en declaraciones a Voice of America.
La llegada de personas de diferentes nacionalidades permite extender la red del fraude más allá del mundo chino y angloparlante. «Buscan nuevos mercados. Si quieren estafar en Brasil o en India, necesitan a gente de esos países que hablen el idioma y tengan contactos», añade Jason Tower, responsable de los estudios sobre Myanmar en el Instituto por la Paz de Estados Unidos.
Es un problema global y, como tal, requiere una respuesta a nivel internacional. La ONU añade que «se aprecia una creciente diversificación en las actividades ilícitas en estas zonas, infiltradas cada vez más por el crimen organizado transfronterizo». Por eso, Interpol ha tomado cartas en el asunto. A finales del año pasado puso en marcha la Operación Storm Makers II, que movilizó efectivos de 27 países diferentes y realizó 270.000 inspecciones en 450 puntos calientes del tráfico de personas. «El coste humano de los centros de ciberestafas continúa creciendo. Solo acciones coordinadas a nivel internacional pueden atajar la globalización de este delito», afirma Rosemary Nalubega, asistente del director de la organización policial.
«Las víctimas eran reclutadas a través de falsas ofertas de trabajo y obligadas a cometer fraude a nivel industrial bajo abusos físicos abyectos. Las estafas incluyen inversiones en criptomonedas así como timos en loterías, juegos 'online' y ofertas para ganar dinero desde casa», detalla Interpol, que cerró el operativo con 281 detenciones, la liberación de 149 víctimas del tráfico, y la apertura de 360 nuevas investigaciones, muchas de las cuales siguen su curso. El pasado día 13, China informó de que 130 de sus ciudadanos habían sido repatriados de Camboya a la ciudad de Wuhan para enfrentarse a las acusaciones de fraude. Son el primer grupo de 670 sospechosos identificados.
Son pequeñas victorias, pero una de las grandes dificultades en la lucha contra estos centros radica en la connivencia de las mafias con políticos y fuerzas del Estado que también se lucran: ya sea a través de los ingresos que dejan los casinos -hay 340 identificados en la región- y el juego 'online', del propio tráfico de personas, o de otro tipo de mordidas. No en vano, eso es lo que ha permitido también que lacras como el turismo sexual infantil se hayan desplazado de países como Tailandia a Laos o Camboya. Además, el pago a través de criptomonedas complica la tradicional labor policial de seguir el rastro del dinero.
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Sergio Martínez | Logroño
Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
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