Gustavo Suárez Pertierra
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Gustavo Suárez Pertierra
Gustavo Suárez Pertierra (Cudillero, Asturias, 1949) fue ministro de Educación y Defensa en los Gobiernos de Felipe González. Procedía de la Universidad, donde había obtenido la cátedra de Derecho Canónico en la Complutense al comienzo de la Transición. Su vinculación directa a la política concluyó ... en 2000, cuando al final de la legislatura abandonó su escaño en el Congreso. Entonces regresó a la docencia e impartió cursos en distintas universidades hasta que en 2006 fue nombrado presidente del Real Instituto Elcano. Desde 2018 está al frente de Unicef España.
Todas estas experiencias, en la política, la academia, las organizaciones dedicadas al análisis estratégico y los organismos internacionales le dan una visión con muchos ángulos y matices de cuanto sucede a nuestro alrededor. La infancia es lo que más le preocupa a día de hoy, pero no olvida el contexto. Y en ese horizonte, el del contexto, advierte sobre el peligro de la intolerancia.
- La pandemia causó un notable daño a la infancia. Sin embargo, las mayores quejas llegaron por los ancianos y no hablo de los que murieron en las residencias, sino del aislamiento que sufrieron en sus casas centenares de miles. ¿Fue peor lo de los niños?
- Fue un gran problema para los mayores, pero los niños fueron los más vulnerables. Siempre insistimos en eso, porque necesitan más apoyo y más cuidados. Y esto se ve en países de rentas bajas y también en los de rentas altas. La infancia ha progresado en el mundo en las últimas décadas como nunca antes, sobre todo a partir de la Convención de 1989. Pero luego llegaron la crisis de 2008, una pandemia, una guerra en Europa y otros conflictos. Y todo eso tiene un gran impacto. Ahí está el enorme volumen de refugiados y desplazados: unos cien millones y casi la mitad de ellos son niños y jóvenes.
- Si hablamos de España no estamos ante ese problema, claro.
- No, aquí la pandemia tuvo un gran impacto en la educación. Con el cierre de los colegios, los menores se quedaron sin un espacio de socialización y eso afectó sobre todo a los más vulnerables, causando agravios y males que tardarán mucho tiempo en resolverse. Habrá una generación afectada por ello, sin duda. Pensemos que en España aún hay unos 100.000 hogares sin internet y los niños de esas familias no pudieron recibir educación alguna durante mucho tiempo.
- ¿No se está revirtiendo nada de eso?
- La española es una sociedad muy solidaria. Las sucesivas crisis han demostrado que la familia es fundamental para los más desfavorecidos. Y, fuera de ella, la respuesta ha sido también muy directa, con una gran generosidad. Eso lo que demuestra es que hay una trama de sociedad civil que ya trabaja con intensidad. No alcanza el volumen de las sociedades anglosajonas, pero en el ámbito social ya tenemos 30.000 entidades y esto es una gran ayuda a las familias. Estamos hablando de un sector que da empleo a más de 500.000 personas. De todas formas, contra lo que se piensa, en los países ricos hay muchos niños pobres.
- Sin embargo, la imagen siempre ha sido otra: la de que los niños eran los reyes de la casa.
- La realidad es que en España tenemos un problema serio de pobreza infantil y peligro de exclusión. Lo que sucede es que con frecuencia no llegamos a ámbitos sociales donde se vive la pobreza. Y son ámbitos en los que tienen menos oportunidades de cara al futuro. Uno de cada tres niños vive en estos momentos en hogares con dificultades para tener una vida normalizada.
- ¿A qué se refiere?
- Se entiende que están en esa situación si viven en hogares donde no alcanzan al menos siete de los trece indicadores de calidad de vida.
- Cuando hablamos de la infancia, ¿de qué hablamos? ¿Hasta qué edad? ¿En qué momento se acaba la infancia?
- Unicef trabaja como un concepto que se extiende hasta los 18 años, aunque es un grupo social que lógicamente no resulta unitario. No tiene nada que ver la infancia en los países ricos con la de los pobres. Pero incluso dentro de los ricos, como le decía, hay diferencias. En la OCDE, la organización donde están las grandes economías del mundo, hay 30 millones de niños pobres. Y luego están territorios afectados por graves conflictos y lugares asolados por emergencias de todo tipo, en los que son frecuentes el hambre y la miseria. Nada tiene que ver la infancia en Europa con la del Sudeste Asiático o Sudán, por poner dos ejemplos extremos.
- Hablamos de lugares donde hay niñas obligadas a casarse y muchachos que empuñan las armas con entusiasmo. No es fácil definir un colectivo con características tan variadas.
- Pero sí podemos asegurar que en todas partes las niñas son más vulnerables, ya hablemos de matrimonio infantil o de agresiones sexuales. En todos los ámbitos se han dado progresos pero de nuevo estamos ante un riesgo de regresión. Se habían reducido los matrimonios y el trabajo infantiles pero con la pandemia han vuelto a crecer. Sucede lo mismo con la salud. Se ha rebajado mucho la mortalidad infantil por causas remediables pero aún así mueren cinco millones de niños al año por ellas. Y la covid ha recortado la vacunación infantil en el mundo. Vivimos un momento especialmente crítico.
- Acaba de hablar de abusos a niñas. Lo que llama la atención, en España y fuera, es que cada vez hay más casos protagonizados por niños de menos de 14 años. ¿Qué está pasando? ¿Es fruto de no poner límites a los pequeños creyendo que así los protegemos?
- Hoy tenemos más información y eso puede alterar un poco la apreciación del fenómeno, pero es cierto que hay violencia en los ámbitos más próximos a la infancia. Y ahí creo que tienen algo que ver las redes sociales. Más del 90% de los niños españoles se conecta a internet cada día. Eso genera problemas para los que ni la familia ni la escuela están suficientemente preparadas. Más del 40% de los niños ha recibido alguna experiencia erótico-sexual en la red. Y no estamos preparados para hacer frente a eso, como le decía.
- La educación pública ha sido el mejor ascensor social desde los años cincuenta. ¿Le preocupa que ya no lo sea, como denuncian algunos expertos?
- Ha cambiado la sociedad, han cambiado las necesidades, los comportamientos… Hay que adaptar las fórmulas a los nuevos tiempos; es preciso actualizar el contrato social que nos ha servido hasta ahora. El sistema público de enseñanza garantiza el parámetro de igualdad. Fuera del mismo no sería posible. La clave es una mayor inversión pública y acuerdos de base que permitan avanzar en algunas enseñanzas. Ya se está haciendo, por ejemplo, en la integración de la formación académica con otra más profesionalizada. No hay nada socialmente tan importante como la educación.
- ¿Le preocupa la integración de los menores que llegan a España solos y que muchas veces son atendidos en centros donde únicamente se relacionan con otros en su misma situación?
- No se están haciendo las cosas suficientemente bien aunque admito que es una tarea muy difícil. Nuestro sistema es bueno en su diseño pero exige un desarrollo y una acción permanente y muy eficaz. Se prevén los pasos para acoger a los inmigrantes, sobre todo menores, su permanencia, cómo obtener la residencia a la que tienen derecho, y por nuestra parte la obligación de acogerlos. El problema es que el sistema se satura, no hay coordinación suficiente entre administraciones, ni un método para hacer frente a las contingencias, ni mecanismos para dar oportunidades de empleo o mejorar la convivencia en los centros. La española es una sociedad tolerante y solidaria. Tenemos las bases para asumir la diversidad, pero hay que regularlo teniendo en cuenta todo eso de lo que estamos hablando para que quienes llegan puedan desarrollar aquí sus vidas.
- ¿Estamos preparados en Occidente para vivir en sociedades donde haya muchos menos niños que ancianos?
- Ese es uno de los grandes desafíos de las sociedades modernas. Debemos implantar políticas de ayuda familiar a la crianza, políticas fiscales que se centren en las familias monoparentales o inmigrantes… El gran reto es que con menos activos debemos asumir además el mantenimiento de las personas mayores.
- Me gustaría preguntarle por algunos asuntos de la política nacional. ¿Le preocupa la crispación que se vive en el Parlamento y en la calle?
- Sí, claro. La ciudadanía debe estar preocupada por la crispación debida a una polarización que se da en la política y en otros ámbitos. Se ha instalado una cultura del enfrentamiento que oscurece el espacio intermedio en el que habita el diálogo sin el cual no hay una convivencia estable. Eso está favorecido por populismos con pulsiones de intolerancia. El cambio que hemos vivido ha sido tan revolucionario en muchos ámbitos, con un gran impacto cultural, que lo hace incluso más relevante que la Revolución Industrial. Y eso supone que la escala de valores se llena de incertidumbres, discutimos sobre los pilares de nuestra convivencia, hay falta clara de liderazgo.
- ¿Ve relación entre populismos y polarización?
- La intolerancia alimenta los populismos y estos, la polarización. Hay que recuperar el espacio en el que nos entendíamos. Y no solo pasa aquí, sucede en todas partes.
- Siempre se ha dicho que en España se ganaban las elecciones en el centro. Centro derecha y centro izquierda. Da la impresión de que ahora no es así. ¿Lo cree?
- Confío en que la tendencia a la moderación no se haya perdido. La sociedad española es abierta, con valores, admite la diversidad. Mi compromiso es y ha sido con lo público. Las sociedades avanzan mejor si están agrupadas.
- Hace diez años nació lo que se llamó 'nueva política'. Queda muy poco de eso pero los dos grandes partidos tradicionales tampoco consiguen resultados que les permitan gobernar con comodidad. ¿Le preocupa esa dispersión del voto que da como resultado parlamentos ingobernables o casi?
- En algunos aspectos somos irreconocibles. Se ha generado una nueva realidad que hay que asumir. Hay que integrar la diversidad, que es un valor ciudadano. Debemos aprender a vivir en estas sociedades.
- ¿Cree que la democracia española no es de buena calidad, como sostienen algunos líderes políticos?
- Creo que sí lo es. Vivimos de comparar, y si vemos el desarrollo constitucional, el avance en derechos y libertades que hemos conseguido, el trato que damos a los diferentes… no hay duda de que estamos en una sociedad democrática, aunque como todo sea mejorable. Estoy convencido de ello, aunque a veces los árboles nos impidan ver el bosque.
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