«España no es un país más complejo; es menos capaz de buscar soluciones»
Benigno Pendás / Presidente de la Academia de Ciencias Morales y Políticas ·
«A veces hay que decir cosas que pueden molestar», asegura este catedrático, crítico con las actuales formas de la política y que en una semana se pondrá también al frente del Instituto de España
Benigno Pendás (Barcelona, 1956)es catedrático de Ciencia Política de la Universidad CEU San Pablo, está al frente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (RACMYP) desde hace apenas unos meses y el próximo día 25 asumirá la presidencia del Instituto de España. Ingresó en la RACMYPcon un discurso sobre el valor de la moderación política, un concepto central en su pensamiento. Vinculado desde siempre a la cultura (ha sido director general de Bellas Artes y patrono del Prado y el Reina Sofía), fue también director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Hace casi una década elaboró un informe, a petición del entonces presidente del Gobierno Mariano Rajoy, acerca de cómo podría frenarse la desafección de la sociedad española hacia la clase política. Lo recuerda mientras muestra los salones de la academia a fotógrafo y entrevistador y recuerda que en la torre de los Lujanes, que hoy forma parte de la sede de la institución, vivió durante un año el rey Francisco I de Francia tras su derrota en la batalla de Pavía. Entonces estaba naciendo el imperio español y no existían las academias.
– ¿Para qué sirven hoy las academias, cuando el conocimiento está más diversificado que nunca y más al alcance de todos?
– Las academias nacieron en un tiempo distinto, formadas por los notables, las élites. Hoy son una reunión de personas con experiencia y conocimiento, con carreras ya hechas, que pueden transmitir libremente criterios sobre las grandes cuestiones, sea la democracia, el cambio climático o los avances científicos. Son un 'think tank', un laboratorio de ideas importante.
– De forma paralela a las academias, sobre todo en el XIX, aparecieron movimientos contra ellas. Yhoy los jóvenes parecen ignorarlas. ¿Cómo se recupera el prestigio entre esos colectivos?
– Ese es el gran desafío de las academias en el siglo XXI:llegar a un público más amplio y más joven. Lo intentamos haciendo actos públicos de temas de actualidad. Nosotros organizamos uno no hace mucho sobre la guerra en Ucrania. Se trata de que no sean contempladas como algo elitista porque están al servicio de la sociedad y alejadas de la lucha política cotidiana. Sin olvidar que las sociedades que piensan en el futuro, que sería nuestra tarea, tienen mucho ganado.
– ¿Son independientes? Una de las críticas que les hacen es que fijan la historia oficial, el lenguaje oficial, el arte oficial...
– Somos libres porque quienes estamos en ellas tenemos una trayectoria vital ya hecha. Luego, la financiación nos llega a través de fondos públicos y mecenazgo privado, en distinta proporción según la academia. Ahora bien, hay que evitar el oficialismo. Y creo que la mejor prueba del éxito es que muchas personas relevantes quieren estar en ellas o colaborar. Por otra parte, tampoco pasa nada porque haya críticas a nuestra labor.
– El Instituto de España nació a imagen y semejanza del de Francia. ¿Envidia el apoyo que en aquel país tienen esas entidades, en lo económico y en la atención que le prestan a cuanto dicen?
– Francia tiene una larga trayectoria en ese campo. Con Luis XIV la cultura, en todos sus términos, se convirtió en un asunto de Estado. Hoy es lo que llamamos un 'poder blando'. Aquí a veces no somos conscientes de que tenemos una gran historia y una relevancia máxima en el mundo de las artes. El conjunto de la sociedad y los poderes públicos deben saber que contamos con ese valor intangible, que además tienen impacto en el PIB.
– Hablemos ahora de los temas que tratan en su Academia. Hace casi una década el entonces presidente Rajoy le encargó un informe sobre la desafección hacia la política. No parece que eso haya mejorado.
– Va a peor, sin duda. No es algo que solo pase en España, porque los populismos están creciendo incluso en los países que tienen las democracias más solventes.
– ¿Y qué se puede hacer?
– Que las instituciones funcionen, que los partidos se abran a personas que pueden aportar a la cosa pública sin que por ello quieran hacer de la política una profesión para toda la vida. En la Transición, muchos de los mejores profesionales dedicaron un tiempo a la política. Eso ha cambiado y la política se ha profesionalizado. Hay que volver a conseguir que muchos de los mejores se dediquen a ello.
– No va a ser fácil.
– No, porque además hay enfrentamientos constantes. En España hacen falta moderados, que no son personas tibias o cobardes, sino quienes piensan que tu rival puede tener parte de razón y que la colaboración es necesaria. La gente empieza a ver la política como un teatro. Y eso no es bueno.
Cuestión de prestigio
– Para conseguir incorporar a esas personas de las que habla, ¿es más importante pagarles bien o prestigiar las tareas?
– Lo fundamental es recuperar el prestigio de la política. Hoy muchos de quienes podrían estar interesados en otras circunstancias dicen que la política no da dinero y sí disgustos. Hubo un momento en que era un honor estar en la cosa pública. Aquí en esta academia tenemos varias personas que lo vivieron. Y luego está la imagen de corrupción, que cuando se compara con lo que sucede en otros países se ve que no es mayor que en nuestro entorno, pero que hace mucho daño. No es raro que el clima social sea tan negativo.
– Tampoco contribuye a aumentar el prestigio que antes de un debate importante se sepa el resultado de la votación, se hayan filtrado las concesiones para conseguir votos y luego todo quede en descalificaciones.
– Sin duda. Un buen debate sigue siendo lo mejor del sistema. Pero vivimos en democracias mediáticas en las que lo que llega a la gente es una chispa, un titular. La vida parlamentaria, cuando está atendida adecuadamente, es apasionante. Habría que evitar banalizar los debates parlamentarios, porque además en términos de ganancia de votos las descalificaciones no valen nada. Y los medios de comunicación tienen también su tarea: un buen debate prolongado en los medios mediante análisis serios ayuda. En cambio, ciertas tertulias no ayudan nada.
Radicalización
«Si tomáramos las cosas con moderación, podríamos hablar de todo»
– En aquel informe que hizo para Rajoy no era partidario de reformar ni la Constitución ni la ley electoral. No sé si lo es ahora, pero no parece factible hacerlo.
– Es imposible hacerlo, pero además sería inconveniente. Ortega hablaba de hacer proyectos sugestivos. La Constitución de 1978 lo era. Los jóvenes de entonces sabíamos lo que queríamos: ser como Europa. Ahora no hay bases para esas reformas. Sería como ir al aeropuerto sin billete, a ver qué avión sale en el que nos podamos subir. Ahora bien, eso no significa que no se puedan estudiar algunas reformas para cuando sean socialmente posibles, porque es cierto que, como se dice en ingeniería, la Constitución presenta en algunas de sus partes fatiga de los materiales.
– Hay muchas cuestiones abiertas: el papel del Senado, la cuestión territorial, la preferencia de los varones en el acceso a la Corona, incluso la forma de Estado. ¿Qué hacemos con ello?
– Por comenzar con lo último que ha dicho, creo que el rey Felipe ha demostrado hasta ahora un cumplimiento estricto de sus funciones. Identificar conservadurismo con monarquía y progresismo con república es un error. No hay más que echar un vistazo al mundo. Algunos de los países más avanzados del planeta son monarquías, como todos sabemos. Además, el Senado debería ser una cámara territorial y en lo autonómico habría que mejorar la cooperación.
Puntos válidos
– ¿Entonces?
– El ADNde la Constitución sigue siendo válido: define un Estado social de Derecho, la forma de monarquía, la estructura autonómica y la vocación europea. Luego, se pueden cambiar cosas concretas porque además hay un montón de artículos que se han quedado viejos.
– Suele decir que la crisis favorece a los extremos. Como enlazamos una crisis tras otra (financiera, sanitaria, bélica, económica), ¿cómo será posible llegar a acuerdos sobre esas cuestiones?
– La Historia no está escrita de antemano. Si tomáramos las cosas con moderación podríamos discutir de todo ello. Los jóvenes de hoy viven una situación difícil, pero a veces se olvida que los de otras generaciones sufrieron una guerra. Lo peor es el desarrollo del populismo, que propone soluciones fáciles para problemas complejos. Y en ese sentido han pasado cosas lamentables, como el asalto al Capitolio en Washington. Cada vez hay más crispación y quienes nos dedicamos a pensar deberíamos contribuir al sosiego. El odio destruye la capacidad de raciocinio porque nos hace desear el conflicto. Lo grandioso es sentarse a dialogar.
– ¿Y cómo se desactiva el odio cuando muchos políticos se desprecian en público y en privado?
– La buena relación siempre ayuda. La institucional es obligada y me temo que incluso comienza a faltar. Hay demasiadas cosas en juego y los grandes partidos son empresas que compiten y presentan una cuenta de resultados. Sin olvidar que quienes llegan a la política desde otra actividad siempre tienen más fácil tomar la puerta de salida si hace falta.
– El afán por catalogarlo todo (ese juez es de derechas, ese profesor de izquierdas) ha llegado también al mundo intelectual. ¿Cómo les afecta?
– Creo que ha salpicado sobre todo a quienes buscan proyección social. Nos gusta decir que somos independientes aunque no lo seamos tanto como nos gustaría. La virtud es la capacidad para lanzar ideas. Luego quien quiera asociarse a algo que lo haga, pero hay que decir a veces cosas que pueden molestar.
– Ha escrito que los grandes países son el resultado de sumar entidades políticas distintas. EE UU demuestra que es así, pero en España parece complicado.
– España es uno de los estados más antiguos del mundo y tiene unos límites territoriales naturales más definidos que otros. Y hemos hecho muchas cosas juntos, con una pluralidad que enriquece. La Constitución de 1978 buscó una solución inteligente a la unidad y la diversidad. Es perfectamente posible sumar todo y ser además europeos y cosmopolitas. La sorpresa es que ha habido grandes deslealtades. Habrá que hacer nuevos esfuerzos para buscar la concordia en ese ámbito.
– ¿España es el país más complejo de Occidente en ese terreno?
– Igual de complejo que muchos otros. Quizá sea un país menos capaz de buscar soluciones porque hay tendencia a reforzar la tensión.
– Hablando de tensiones, aquí algunos son antiimperialistas, pero solo si nos referimos a EE UU...
– Todo eso es fruto de que la vida busca un equilibrio. Quien ejerce el poder suscita críticas. Cuando España era la gran potencia mundial era objeto de gran propaganda en contra. Ahora, que no lo es, tiene una imagen exterior muy positiva. Es lo que le pasa a EE UU, con independencia de que además dé motivos para la crítica. Pero con todas sus imperfecciones, el modelo de EE UU es mejor que el de China.
– Muchos no lo ven.
– Eso tiene que ver con la ideologización de los extremos. Hoy el antiamericanismo no tiene sentido y hay que saber ver el mundo con objetividad. Los moderados podemos ver lo bueno y lo malo de todo. Los dogmáticos se pierden muchas cosas.
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