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Gloria Fdz. Rozas es profesora de escritura creativa. Virginia Carrasco
«Escribir es poner en palabras nuestras brumas»

Gloria Fdez. Rozas

Escritora
«Escribir es poner en palabras nuestras brumas»

Un verano a la última ·

Profesora de escritura creativa en los talleres Fuentetaja, recomienda redactar listas si tenemos miedo a la página en blanco

Jueves, 1 de agosto 2024, 00:35

Gloria Fernández Rozas sabe que para escribir hay que reescribir mucho, y para poner en marcha las dos tareas es preciso exprimir antes las neuronas lectoras. No hay otra manera. Profesora de escritura creativa en los talleres Fuentetaja, predica y da trigo: acaba de entregar a la imprenta la novela 'Los nidos' (Ya lo dijo Casimiro Parker), en la que habla de las decepciones y las ilusiones frustradas. A los aprendices de escritor recomienda redactar listas y poner negro sobre blanco las cosas que les gustaría hacer antes de irse al otro barrio para que se desvanezca el bloqueo. Reivindica a Chéjov como maestro imperecedero y se muestra escéptica sobre las capacidades de la inteligencia artificial en el campo de la creación literaria, una de cuyas señas de identidad es la imperfección y la tara.

–¿Qué hacer si alguien tiene ganas de escribir, pero le paraliza el miedo a la página en blanco?

–Siempre está la posibilidad de comprarse un cuaderno de hojas de colores, creo que asusta un poco menos. Pero lo normal es acercarse a la escritura desde lugares sencillos y conocidos. Hay muchos ejercicios o juegos que pueden servir de desbloqueo, por ejemplo, hacer listas de recuerdos, lista de cosas que gustan o no gustan, de cosas que uno quisiera hacer antes de morir. Las listas son magníficas para quitar el miedo a las palabras.

–Dígame un comienzo deslumbrante de novela que incite a quien no lee a comenzar ese libro.

–Quizá este: «Una mañana, al despertar de un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se encontró en la cama convertido en un insecto monstruoso».

–Para ser un buen escritor antes hay que ser un buen lector. ¿Le ha ocurrido alguna vez encontrarse con alumnos con un déficit serio de lecturas?

–Sí, es frecuente que la experiencia lectora no acompañe a las ganas de escribir. Un taller de escritura sirve también para eso, para guiar en un itinerario de lecturas con las que aprenderemos a escribir mejor. Suele haber algunos maestros un poco olvidados, por ejemplo, muchos no han leído a Chejov.

–¿Existen tantas certezas en la literatura como para poder enseñarlas? ¿No le ocurre que una fórmula funcione y la contraria también? 

–Claro, por eso no hay reglas, hay maneras de contar que han dado resultado, hay estrategias que a veces han funcionado bien. Pero es cierto que esas mismas estrategias pueden ser un desastre en otros casos. Se tarda un poco en comprender que cada obra tiene sus propias reglas, sus propias maneras de ser contada, y descubrirlas en la primera misión del escritor cuando se pone frente a su proyecto de obra.

«Es mal comienzo apuntarse a un taller de escritura con la idea de que te van a dar un recetario infalible para hacer una buena novela»

 

 

–¿Teme a la inteligencia artificial?, ¿cree que con el tiempo leeremos obras hechas por máquinas? 

–Puede que ya las estemos leyendo. Pero siempre nos quedarán los clásicos como refugio. De todos modos, es tan difícil hacer una obra de arte, tantas veces interviene la imperfección, la negligencia, la tara, la duda, la casualidad, la intuición, que dudo que esa superinteligencia se permita esos fallos. Y desde la escritura, ¿qué tipo de escritor querría privarse de la aventura de escribir? En fin, esperemos 30 o 50 años a ver qué pasa.

–Hay quien se apunta a un taller de escritura por las ganas de publicar. ¿Es un mal comienzo?

–Es el peor, también es mal comienzo apuntarse con la idea de que te van a dar un recetario infalible para hacer una buena novela. Estas personas a veces se decepcionan cuando comprenden que el aprendizaje no comienza con un libro de instrucciones, un conjunto de técnicas o estrategias para conseguir determinado efecto. Antes de todo eso hay que aprender a mirar, es decir, a pensar, a ver de otro modo las cosas del mundo o a ver las diferentes formas en que se muestran las cosas del mundo. Esta es la clave del aprendizaje. Y la manera de no repetir lo ya sabido, sino contarlo de la forma en que pensamos nosotros el mundo.

–Ahora cuando ha desaparecido el estereotipo de escritor que fumaba en pipa y gastaba cuello alto, ¿qué se estila ahora? 

–No lo sé, la verdad. A mí, por ejemplo, me carga un poco la autopromoción, esa obsesión por estar siempre presentes. No me gustan esos escritores que se pasan el día mostrándose, cuando tienen libro nuevo, porque es nuevo y, cuando no lo tienen, recordando los éxitos del pasado. A veces me pregunto, cuándo escriben o cómo lo hacen para estar siempre «en el mundo».

–¿Qué piensa de esa frase tan repetida de que con buenos sentimientos no se hace literatura?

–Pues que tiene razón, hace falta algo más, además de buenos sentimientos, incluso de los malos, porque a veces es precisamente tras los malos sentimientos donde se esconden las verdades más verdaderas. También y sobre todo hace falta la calidad de la escritura. Me gusta mucho un fragmento de un discurso de Bolaño en el que habla de esto. Dice: «… la calidad de la escritura. Que no significa escribir bien, porque eso lo puede hacer cualquiera, sino escribir maravillosamente bien, y ni siquiera eso, pues escribir maravillosamente bien también lo puede hacer cualquiera. ¿Entonces qué es una escritura de calidad? Pues lo que siempre ha sido: saber meter la cabeza en lo oscuro, saber saltar al vacío, saber que la literatura básicamente es un oficio peligroso. Correr por el borde del precipicio: a un lado el abismo sin fondo y al otro lado las caras que uno quiere, las sonrientes caras que uno quiere, y los libros, y los amigos, y la comida. Y aceptar esa evidencia, aunque a veces nos pese más que la losa que cubre los restos de todos los escritores muertos. La literatura, como diría una folclórica andaluza, es un peligro». Según esto parece que además de sentimientos hace falta una buena dosis de valentía.

¿Qué escritores tenidos por clásicos están resistiendo mal el paso del tiempo?

–No sé si son ellos los que no han resistido el paso del tiempo, o si somos nosotros, que perdemos los ánimos de emprender determinadas relecturas. Recuerdo que intenté releer El cuarteto de Alejandría y me dio la impresión de que ya no era lo que había sido en mi juventud. Pero claro, yo tampoco lo soy.

«Es precisamente tras los malos sentimientos donde se esconden las verdades más verdaderas

 

 

–¿Qué axioma haría que se tatuaran sus alumnos para que no lo olviden a la hora de escribir?

–Pues haría que se tatuaran dos, que corresponden a dos consejos que da el poeta Charles Simic a los que empiezan a escribir. Son estos: «No les cuentes a los lectores lo que ya saben sobre la vida». Y «no supongas que eres el único que sufre en el mundo».

–¿Se puede llevar una vida anodina y escribir algo interesante? 

–Dice Faulkner: «Un escritor necesita tres cosas: la experiencia, la observación y la imaginación, dos de las cuales, a veces una de las cuales, puede suplantar la falta de las demás». Y no voy a llevarle yo la contraria.

–¿Anima a sus alumnos a que se presenten a premios literarios? 

–Sí, pero ya cuando el trabajo está muy pulido. Es interesante ver cómo respira el mundo, qué gusta, qué interesa. Y es muy estimulante ganar o quedar finalistas de concursos. Pero creo que antes de sacar la obra a la calle hay que estar muy seguro de ella, no totalmente seguro, porque eso puede que sea imposible, pero sí al menos medianamente seguro.

Fantasmas

–¿La escritura puede ser una terapia?

–Cortázar decía que él escribía para no ir al psicoanalista. Y tiene bastante lógica, una terapia es también reflexionar sobre las cosas y poner en palabras nuestras brumas. La escritura nos permite acercarnos a esos fantasmas que nos habitan, ponerles cara. Y suele pasar que, vistos de cerca, esos fantasmas nos parezcan menos peligrosos.

–¿Todo escritor, también los que comienzan, debe tener un gramo de locura?

–No sé muy bien qué es la locura. Quizá sea locura vivir obsesionado durante tres o cuatro años, o más, por una historia que solo existe en tu cabeza y que poco a poco vas poniendo en un papel. Locura puede ser tener heridas, pero quién no las tiene. Decía Gómez de la Serna algo así como que para ser escritor había que escribir muy bien y estar un poco moribundo. Sí, creo que todo escritor debe tener un gramo de «moribundia».

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