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J.M.L.
Guadalajara
Miércoles, 17 de marzo 2021, 12:50
María Barriopedro tiene 95 años -cumple 96 en agosto- y ha visto cumplido un sueño que ha durado ocho décadas: encontrar los restos de su hermano Jesús, fusilado en 1940 y arrojado junto a otros 19 hombres a una fosa común en el cementerio de ... Guadalajara, y enterrarlos en el cementerio de Cabanillas del Campo (Guadalajara).
Jesús era albañil y militante del PCE y fue comisario delegado de Guerra durante el conflicto armado. Al finalizar la Guerra Civil fue buscado en su pueblo, Loranca de Tajuña (Guadalajara), por los vencedores pero al no encontrarlo arrestaron a su madre. Al enterarse de esta detención, Jesús decidió regresar de Valencia, adonde había huido, y entregarse ingresando en prisión. Tras un juicio sumarísimo, fue condenado a muerte el 22 de septiembre de 1939 por un delito de «adhesión a la rebelión con la concurrencia de las circunstancias agravantes de perversidad social y daños causados al Estado y particulares». La sentencia se cumplió el 24 de febrero de 1940 en las inmediaciones del cementerio de Guadalajara. Jesús tenía 23 años y sus restos acabaron en una fosa común del cementerio alcarreño.
Ochenta años después, a finales de 2020, la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) consiguió exhumar sus restos y halló junto a ellos una placa de plástico con sus iniciales con la que se solían identificar los abrigos. Una muestra de ADN cotejada con otra de su hermana María confirmó su identidad. Ochenta y un años después de su muerte, María ha conseguido enterrar a su hermano pero aún tiene pendiente una deuda con la historia: «Sólo falta que aparezcan los restos de mi padre, que también fue asesinado después de que mataran a mi hermano».
Su vida, marcada en el último año por el confinamiento, cambió cuando sólo tenía 14 años y tuvo que sacar adelante a sus hermanos pues su madre también estuvo presa durante 12 años tras la guerra. También María llegó a ser detenida y tuvo que sufrir la simulación de su fusilamiento antes de que le raparan el pelo y le rociaran el cuerpo con aceite de ricino. Ahora sus hijas le han regalado una grabadora para que registre su vida en forma de recuerdos.
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