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Míriam estaría hoy ganándose unas perrillas en un Burger King de Toledo de no haberse cruzado en su camino Oliete, un pequeño pueblo de Teruel encaramado sobre una colina a orillas del río Martín. «Aún no estoy titulada y nadie me aseguraba encontrar un trabajillo ... este verano de lo mío». Lo suyo son las Ciencias Ambientales, que Míriam cursa en la Universidad de Castilla-La Mancha. Sólo le falta presentar el Trabajo Fin de Grado (TFG) para recibir su acreditación oficial.
Ante la perspectiva de pasar julio y agosto despachando Whoppers, en junio decidió responder a un email que le había llegado con una oferta de prácticas remuneradas a través de Campus Rural, un programa del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) para llevar talento a la España despoblada con jóvenes universitarios a los que les ofrecen «una experiencia vital» entre su formación académica y el mundo laboral.
De las decenas de empresas que figuraban en el listado, la estudiante de Ciencias Ambientales se fijó en una que llamó su atención, Apadrina un olivo, un proyecto que ha obrado el milagro de devolver la vida a Oliete, situado en el epicentro de la Laponia Española, ese lugar de la Serranía Celtibérica que comprende territorios de 10 provincias (Teruel entre ellas) con una densidad de población similar a la región que linda con el Círculo Polar Ártico. Aquí, en la zona más olvidada y vacía de la piel de toro, se plantó Miriam Esquinas hace ya más de un mes. «Yo ya me veía en el Burger King, pero me cogieron y he acertado de pleno», dice feliz ante su particular verano azul... o más bien verde oliva.
1.000 Unas prácticas retribuidas
Los estudiantes reciben del Miteco una beca de mil euros mensuales, además de la cuota de la seguridad social, por un «verano distinto» que incluye el compromiso de residir en los pueblos durante los meses que duran las prácticas. Se pretende así que los universitarios convivan con los lugareños y vean también la oportunidad de labrarse un futuro personal y profesional en esas poblaciones tan necesitadas de savia joven.
Junto a esta toledana de 22 años, han desembarcado en Oliete otros siete estudiantes de distintas disciplinas y universidades que van a aprovechar el verano para hacer prácticas remuneradas (el Miteco les paga mil euros brutos al mes) en las ocupaciones que en este caso les brinda Apadrina un olivo, una de las 300 entidades asociadas a Campus Rural.
Ella, por ejemplo, está diseñando un proyecto de paisajismo y ajardinamiento de la nueva almazara que está construyendo Apadrina un olivo, que preside Alberto Alfonso (Oliete, 47 años) y que justo este 2024 cumple su décimo aniversario de actividad.
Hace ya diez años que Alberto se empeñó en recuperar los más de cien mil olivos centenarios de su pueblo (cuyo nombre viene de Olivetum, campo de olivos en latín) abandonados a su suerte porque el éxodo rural estaba desangrando el campo y no había brazos para cuidar esos ancianos y rugosos troncos y sus hojas lanceoladas de las que pende un fruto milenario.
La fórmula para lograrlo no pudo ser más original y sencilla. Buscaron padrinos que aportan 60 euros anuales para devolver la vida a los árboles (labrarlos, podarlos, regarlos...) y recompensarles su compromiso con dos litros de aceite, además de informarles de su estado y evolución con un código QR que vincula al olivo con su padrino o madrina.
Aquella iniciativa generó un movimiento de tal magnitud que, una década después, ya se habla del 'milagro de Oliete'. En este tiempo han creado 40 puestos de trabajo, llevan 21.600 olivos rescatados, comercializan cien mil litros de aceite virgen extra y cuentan con más de ocho mil padrinos de los cinco continentes, «incluso de Jaén», resaltan.
Además, han construido una nueva almazara y han puesto en marcha una conservera en la que envasan alcachofas, pimientos y puerros que cultivan en lo que antes eran huertas desahuciadas. Todos sus productos se pueden adquirir en una tienda física en el pueblo y a través de internet. Los envíos llegan empaquetados en cajas con sugerentes mensajes como '¿Nos ayudas a recuperar el olivar abandonado?' o 'Aquí dentro va un pedazo de pueblo'.
El resultado es que Oliete cerró el padrón de 2023 con 349 habitantes, 19 más que en 2022; que la escuela ha pasado de tres a 27 niños; y que el pueblo se ha garantizado un futuro, que en esta remota franja de Teruel tan amenazada por la despoblación, no es poco.
Paralelamente se han puesto en marcha iniciativas oleoturísticas y de experiencias alrededor de los productos agroalimentarios que producen. Y cada año tres mil padrinos y madrinas se acercan a visitar los olivos que tienen asignados, y de paso comen, duermen y compran en Oliete nutriendo la economía local.
Así que este es el 'milagroso' rincón de la España vaciada donde llevan más de un mes realizando sus prácticas hasta ocho 'erasmus' rurales, entre ellos Miriam, José Manuel, Alicia, Inés y Mario. Los universitarios, de entre 21 y 25 años, residen en dos casas del pueblo que Apadrina un olivo ha puesto gratuitamente a su disposición. Sólo pagan la manutención. «Ya nos hemos hecho todos amigos, así que casi siempre comemos y cenamos juntos y repartimos gastos», apunta Míriam.
La experiencia, dicen, no puede irles mejor. Suelen empezar la jornada entre las siete y las ocho de la mañana (en función de si salen al campo o les toca trabajo de oficina, que se desarrolla en un espacio de coworking) y terminan a las tres de la tarde. A partir de esa hora gozan de tiempo libre, que reparten entre chapuzones en la piscina municipal o en las pozas que se forman entre los cañones del río Martín. También hacen senderismo o rutas turísticas por un entorno de riqueza paisajística, que destaca por sus yacimientos íberos, su sima de San Pedro (100 metros de abismo con un lago natural en el fondo) y un templo solar con pinturas rupestres declaradas Patrimonio de la Humanidad.
A pesar del calor, José Manuel y Mario han aprovechado para traerse sus bicicletas de montaña con las que recorren los caminos que se abren paso entre los olivares, mientras que Inés ha descubierto la iglesia de la Asunción y su poderoso campanario mudéjar, seña de identidad de lo que fue una villa que hace un siglo superaba los 2.500 habitantes. Y alguna tarde hasta se han dado un salto a Zaragoza, que les queda a una hora de distancia.
«Aunque estés en un pueblo pequeño no tienes tiempo para aburrirte», esgrime el alicantino José Manuel Verdú, estudiante de Ingeniería Agroalimentaria y Agroambiental en la Universidad Miguel Hernández de Elche.
Enfundado en una camiseta de Apadrina un olivo («nos dieron un par nada más llegar»), José Manuel, de 21 años, seguirá en Oliete hasta el 30 de septiembre desarrollando junto a Mario Tenza, compañero de clase en la facultad, un proyecto para sustituir el riego por inundación de los olivos por otro de goteo, «mucho más sostenible y eficaz», explica el futuro ingeniero, que calcula en «cientos de miles de litros» el agua que puede ahorrar el nuevo sistema. «En esta zona tan seca es una barbaridad gastar tanto», opina el atlético joven que confiesa no tener «ningún problema» en quedarse a vivir en Oliete y formar parte del semillero de 'talentos' que el Ministerio busca con la esperanza de fijar población en la España vaciada.
En cambio, su colega Mario arguye que «en un futuro» sí se ve trabajando en un entorno rural, pero antes le interesa formarse y estudiar porque le gustaría opositar al Cuerpo de Ingenieros Agrónomos del Estado. «Vivir en un pueblo pequeño es diferente a todo y la tranquilidad de Oliete no tiene precio, pero no me veo aquí a corto plazo», reconoce.
Eso mismo le sucede a Alicia Pardo, de 22 años y a punto de graduarse en Recursos Humanos en la Universidad de Castilla-La Mancha. Llegó de Albacete a Oliete atraída «por la oportunidad de salir de casa y aprender cosas nuevas», pero antes de plantearse afincarse aquí le gustaría recalar en otras empresas con plantillas más amplias y acumular experiencia. «Dentro de unos años quién sabe, pero ahora quiero crecer profesionalmente y conocer otros sectores».
Las prácticas de Alicia –que como en el caso de sus compañeros y de los más de 700 universitarios que participan en Campus Rural están relacionadas con su formación académica– consisten en diseñar un manual de competencias para optimizar el rendimiento de cada uno de los 40 empleados de Apadrina un olivo. «La idea es analizar las habilidades del trabajador para el puesto que desempeña, porque si una persona desarrolla una labor en un puesto inferior a sus capacidades se acaba desmotivando», explica.
Por su parte, la madrileña Inés Ramírez, de 25 años y estudiante de Ciencia y Tecnología de los Alimentos en la Autónoma de Madrid, está ayudando a actualizar el sistema APPCC, que garantiza la seguridad y la calidad de todos los productos que salen de la conservera, que acaba de sacar al mercado un producto 'gourmet' a base de patés de pimiento, puerro y alcachofas asadas.
Inés califica de «muy enriquecedora» la experiencia. «Yo vengo de Madrid y conocer esta parte tan distinta de la España rural te hace ver la vida de otra manera, más lenta y relajada». Y si algo le llama la atención es la hospitalidad del vecindario, poblado de abuelos. «Siempre tienen ganas de agradar, te preguntan por el trabajo, por la salud, por la familia, por si estás a gusto... 'igualito' que en Madrid donde ni te saludan en el ascensor», recuerda.
Esa buena relación con los paisanos de Oliete y con los trabajadores de Apadrina un olivo la destacan todos los 'erasmus'. «Te acogen enseguida, te invitan a almorzar a su casa, charlan contigo... son como tu segunda familia», describe Míriam, a quien le encantaría labrarse un futuro entre ellos. «Creo que los que estudiamos carreras relacionadas con el campo tenemos más facilidades de adaptarnos al entorno rural. Sería feliz si me prorrogasen las prácticas», se sincera la toledana, que lo primero que hizo nada más llegar a Oliete fue regalar un árbol a su madre, que por 60 euros ya es madrina de uno al que ha bautizado con el nombre de Fermín. «Es que se lo regalé el 7 de julio», se ríe. Y hay algo más que los chavales desean subrayar: «La convivencia está siendo ¡espectacular! Solo la superan los torreznos», bromean tras descubrir al verdadero rey de la gastronomía local... con permiso, claro, de las olivas.
Campus Rural es una iniciativa promovida por el Miteco en colaboración con 42 universidades públicas y más de 300 empresas. El programa ofrece a los estudiantes de los centros participantes la oportunidad de realizar prácticas formativas en entornos rurales con riesgo de despoblación. Al tiempo que completan su formación, los jóvenes realizan una inmersión total en la vida cotidiana de pueblos de menos de 5.000 habitantes. Las prácticas tienen una duración de 2 a 5 meses, entre mayo y noviembre. En esta tercera edición del programa, que inició su andadura en 2022, se han ofrecido 750 plazas en 402 pueblos de 48 de las 50 provincias de España.
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