Hace un par de semanas un joven de trece años asestó a su padre siete puñaladas. ¿La razón? No le devolvía el teléfono móvil. Lo cierto es que fundaciones como Amigó llevan alertando de un aumento de la violencia filio-parental en los últimos años. ... Hablamos con José Antonio Luengo, psicólogo educativo y secretario de la Junta de Gobierno del Colegio de Psicólogos de Madrid, para dilucidar las causas.
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–Las denuncias en torno a la violencia filio-parental no dejan de aumentar. ¿De dónde viene?
–Es la gran duda. Los interrogantes son si se debe a un factor básicamente educacional, a aspectos que tienen que ver con las influencias que los chavales empiezan a recibir cuando se juntan con otros o a un trastorno psicopatológico que los niños tienen, independientemente del modelo educativo. Probablemente, tengamos que buscar una especie de híbrido entre las tres, porque el mundo no es binario.
–¿Y se está incrementando?
–Es innegable. Ojo, que haya más denuncias no implica que haya más casos, sino que se denuncian más porque hay más sensibilidad al respecto y se tiene más en consideración que ese tipo de actitudes hay que ponerlas en manos de quien corresponde, ya sea la Fiscalía de Menores o las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.Pero, particularmente, creo que hay también un aumento de casos. Te puedo decir que cuando estuve en el Defensor del Menor, los primeros años buscábamos especialistas, formas de mejorar las prácticas educativas, soluciones a esa tiranía. Ya hacia el final casi siempre decíamos que cuando se dan situaciones así es mejor denunciar porque ahora mismo el sistema tiene mecanismos para proteger también a la infancia y la adolescencia pero con propuestas que se ajusten a sus necesidades. La denuncia no significa que se le va a meter en un centro de menores, sino que tiene que pasar por una evaluación de expertos y hay veces que ahí los chicos toman conciencia de que están delinquiendo.
–¿Qué ha cambiado en la sociedad para este crecimiento?
–Hay una evidencia y es que en los últimos quince años han cambiado los procesos educativos, las prioridades, los valores... Estamos configurando una sociedad muy basada en el niño como centro del universo. Estamos educando sin fortalecer adecuadamente el desarrollo de nuestros niños, consintiendo prácticamente cualquier cosa. Han cambiado las relaciones entre la familia y la escuela, el respeto al profesor deja mucho que desear.Al final llegamos a considerar que los principios que se están estableciendo en la escuela entran en conflicto con lo que queremos para nuestros hijos. A mí me asusta mucho ese concepto del hijo como líder, porque detrás de esa palabra hay una consideración de tu hijo como alguien especial e intocable que todo lo hace bien.
–Es preocupante.
–Todo eso es caldo de cultivo para que lleguen a la adolescencia con un concepto de la vida muy egoísta, susceptible de crear comportamientos con escasa tolerancia a la frustración, la baja empatía, la arrogancia y chulería. De ahí a insultar y maltratar no hay un paso fácil pero ya estás en el carril.
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–¿Influye mucho el tipo de vida que llevan ahora los padres?
–Está claro, que el ritmo de vida y la difícil conciliación laboral son un problema. Nuestros hijos están al cuidado de mucha gente distinta a lo largo del día. Llegas cansado a casa y no tienes muchas ganas de entrar en conflicto, tienes ganas de mimar.Y llega el fin de semana e intentas compensarlo pasando más tiempo con ellos pero no siempre de la mejor manera.
–¿A qué se refiere?
–Educar significa decir muchas veces que no, dialogar, solucionar conflictos. Otro factor que este influyendo es cuándo tenemos a los hijos. La media de edad ahora mismo está en los 30 o 31 para el primer hijo. Y claro, cuanta más edad tenemos, más proclives somos a ser permisivos. No es una norma, pero no tenemos ni la misma dinámica ni la misma energía. Y hay un tercer factor transversal que es cómo entiendo la educación que quiero yo para mi hijo. Hemos pasado de un modelo muy coercitivo a uno muy permisivo y los modelos permisivos generan siempre anomalías porque no ahondan en los factores fundamentales del desarrollo de la persona, lo que llaman inteligencia emocional, el saber reconocer tus emociones, gestionarlas, ponerte en el lugar del otro y, en definitiva, ser buena persona.
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–Está muy denostado el concepto de bondad.
–Sí, se asocia a la persona tonta y es más bien al contrario. Alguien bueno es alguien inteligente, capaz de leer bien la realidad, de dar afecto, de ser solidario. Y es así como alguien se convierte en líder. Deberíamos intentar que nuestros hijos sean mejores ciudadanos. Pero el líder que hemos acuñado es el que se sienta en la cúspide de la pirámide, mira por encima del hombro, ordena y si tiene que pisar, pisa.
–¿Lo solucionaría un cachete?
–Si la cosa se quedara en un cachete, en una bofetada, pues bueno el daño que se produce sería pequeño. El problema es que de un cachete a dos se pasa con una facilidad pasmosa. A partir de ese momento se genera un escenario basado en la violencia física. Puedes pensar que no estás siendo violento, pero nadie entendería que pegaras a tu pareja porque se ha cometido un error, ¿por qué con un niño sí? ¿Para educarle? El cachete no puede ser la solución.
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