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La madre partió de su país de origen y dejó a su hija a cargo de la abuela. Hay una sensación de pérdida. «Verla crecer. Ver cómo aprende a escribir. A dibujar. Llevarla al cumpleaños de sus amiguitos de clase. Su olor. Consolar su llanto. ... Escucharla gritarme: mamá, mamá. Que se cuele en mi cama por la noche. Despertarme por las patadas de sus pesadillas», dice Yania, que emigró de Cuba y dejó a su hija de cinco años en la isla al cuidado de su madre, en 'La casa vacía', obra ganadora del premio Kutxa Fundazioa Donostia de Teatro en castellano. «Yo quiero ganar dinero para que a mi hija no le falte nada», exclama el personaje. Su autora, Dayana Contreras, investigó «con las mujeres que han dejado a sus hijos y con niños cuyas madres no están», afirma. «Para las madres el duelo migratorio no termina. Todo lo que ganan es para enviarlo allí y tienen cargo de conciencia permanente. Se convierten en el par de zapatos que usan sus hijos. En mi familia ha pasado».
En España, alguien como Yenia suele encontrar trabajo de cuidadora, mientras deja a su propios hijos al cuidado de un familiar a miles de kilómetros de distancia. «La persona migrante realiza cuidados en destino y, a su vez, está transfiriendo a otra persona los cuidados que ya no puede realizar en su país de origen», indica el estudio 'Mujer inmigrante y empleo de hogar: situación actual, retos y propuestas', de la Federación de Mujeres Progresistas, una de las escasas investigaciones sobre este fenómeno. «Las mujeres son protagonistas de una doble transferencia: asumen los cuidados pagados en destino y, al mismo tiempo, los delegan en origen. Pero se siguen haciendo cargo de éstos en la distancia».
Según este documento, su labor en el país de acogida es de «mantenimiento del hogar y cuidado de las personas que viven en él», tanto de «interna» (duerme allí y hace turnos de hasta 16 horas diarias), como «externa» (duerme fuera) o «por horas» para casos de «cuidado de especial necesidad» u otras tareas. Un 43% son internas y cobran el sueldo mínimo, a veces menos, lo que refleja la «precariedad y explotación». «Las mujeres permanecen en España, al menos en un principio, sin los hijos o hijas para poder afrontar el empleo del hogar altamente demandante en cuanto a disponibilidad de tiempo y rigidez».
Vienen de Latinoamérica y de África. Con distintos perfiles según el origen. Las americanas llegan por razones económicas, mientras que la africanas buscan «derechos», explica Ángela Muñoz, psicóloga del Programa Ödos de la Fundación Arco Iris. «Huyen de la violencia de género, de la mutilación genital de ella y sus hijas o de la persecución al colectivo LGTBi».
El perfil de la mujer subsahariana es «muy joven, entre 18 y 32 años, que viaja sola y ya con menores a cargo. Dejan a sus hijos en el país de origen, en la casa de la madre de ella o en guarderías precarias, para traerlos cuando tengan el estatuto de refugiado». Algo que puede tardar tres años y medio, según la experiencia de Muñoz, y se logra en «muy pocos casos». Las africanas no se plantean volver, mientras que algunas latinoamericanas, sí, una vez que logran sus objetivos económicos.
Con suerte los trabajos serán de limpieza, cocina o cuidado de personas mayores. «Están muy expuestas al llegar porque su situación económica es muy precaria y tienen la obligación de enviar dinero aunque no tengan la posibilidad de trabajar», sostiene Muñoz. «Algunas traen a sus hijos más pequeños y a las chicas, para evitar la ablación genital. A los mayores los dejan».
Los hijos que se quedan también se transforman. «Marina es una niña fuerte. Las pocas veces que habla de su mamá parece que lo entiende todo. Es como si estuviera acostumbrada a decir adiós», describe el texto teatral, publicado por la editorial Pepitas, que investiga en lo que sucede dentro de una familia cuando la madre emigra. «La niña no atiende la clase. No hace los dibujos. No se relaciona con nadie. Hoy tenían que hablar de cómo veían a sus padres para después hacer un dibujito. O algo de eso le entendí. Y la niña empezó a toser y con la falta de aire».
«Las madres que dejan a sus hijos atrás, cuando empiezan a estar bien, se dan cuenta de lo que han hecho y, con los años, cuando pueden, hacen la reagrupación familiar con sus hijos», reflexiona Contreras, que hizo la temporada de teatro como actriz en el Corral de Comedias de Alcalá de Henares. «Pero ni ella es la misma que se fue ni el hijo es quien era en ese momento. En muchos casos se trata de una situación complicada».
Las historias pueden repetirse en círculo, como narra 'La casa vacía'. La madre que emigró y dejó a sus hijos en el país de origen apoya la decisión de esas hijas que veinte años después se van y les dejan a sus nietos a cargo. «Esa madre, que es el gran eje de la familia, alienta que su hija se vaya. Se quedan con pena por dentro pero no lo expresan por fuera. Están en ese lugar solas y al cuidado de alguien. No es normal que los hijos se vayan tan lejos y no los puedan ver en muchos años», dice Contreras. En el caso de las mujeres que migran huyendo de la situación política y social, «madre e hija no volverán a verse», sostiene Muñoz.
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