Tripulantes de un arrastrero descargan con decepción media caja de langostinos después de todo un día faenando. Sergio García

¿Dónde está el langostino de Sanlúcar?

La ausencia de temporales, especies invasoras como el cangrejo azul, los vertidos o la pesca furtiva se confabulan contra este emblema del Guadalquivir

Domingo, 26 de junio 2022, 00:26

Los ojos de Pedro Mendoza, 69 años, recorren el Guadalquivir con el afecto sosegado de quien ha sido testigo de miles de puestas de sol; el reflejo iridiscente haciendo cabriolas entre las olas que levantan los arrastreros cuando pasan frente al Bajo de Guía rumbo ... a la lonja de Bonanza. Pasea envuelto en los gritos que acompañan las labores de descarga, manos ávidas hundiéndose entre montones de gamba blanca de Huelva, de galeras, chocos y boquerones, y el hielo derramándose generoso sobre las cajas que una cinta transportadora conduce a la sala de subastas. Busca pero no encuentra y eso le nubla la vista, porque hablar de Sanlúcar es hacerlo también de los langostinos. Sabrosos, robustos, de carnes prietas, la cola rematada con una pincelada de azul tornasolado. ¿Dónde están los puñeteros?, se pregunta.

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Las capturas de este crustáceo se han desplomado desde hace dos años. 54 arrastreros y una veintena de barcos dedicados a artes menores como el trasmallo peinan a diario las aguas que se extienden más allá del estuario en busca de este suculento bocado. No es el único objeto de sus desvelos. Por la lonja de Sanlúcar, frente por frente de Doñana y del dique donde atracan los barcos almejeros, pasan cada año 135 especies distintas de pescado. Un bocado de más de 4.500 toneladas.

La del langostino es, con diferencia, la pesquería más rentable. El día que visitamos la lonja el choco está a 9,5 euros el kilo, a entre 10 y 12 la acedía, a 3,80 la galera... «Por los langostinos más grandes, cada vez más escasos, se están pagando 60 euros, cuando ahora deberían estar a 25 ó 30», describe Francisco Rodríguez Monge, el pescadero más veterano del lugar. Sólo la puntillita rivaliza en precio con los 'Pablo Romero', como se conoce a las piezas más hermosas en referencia al ganadero de bravo.

Hombres como José Manuel Brum, patrón del 'Jairo y Miriam', un arrastrero de 25 metros de eslora, el más grande de cuantos atracan aquí, se las apaña para enjugar su decepción. Ha llegado con las bodegas cargadas de gambas, de pintarrojas, de pargo, acería y hurtas. De corbinas descomunales. Pero no de langostinos. De un año a esta parte, ha pasado de desembarcar 40, 50 y hasta 60 kilos al día a tener que conformarse sólo con 5 ó 6. Ni siquiera una caja entera. Tiene claro que las cosas pasan por algo y culpa de lo ocurrido a la falta de lluvias. Pedro le secunda: ya ni recuerda cuándo fue el último temporal que obligó a amarrar la flota, removiendo los fondos y liberando nutrientes. «Porque el río –ilustra– es como el campo, que si no lo aras no produce».

El 'Terminator' de los fondos

Los vaivenes asociados al cambio climático no son la única amenaza que se cierne sobre el langostino, ese lustroso inquilino del Guadalquivir cuyo volumen de capturas se ha desplomado. Así lo asegura José Javier Marco Miralles, biólogo y gerente del Grupo de Acción Local de Pesca (GALP), cuyo ámbito de actuación va desde Trebujana hasta el Puerto de Santa María. Advierte que el cangrejo azul lleva años colonizando el río. Tiene un apetito voraz, hábitos belicosos y parece decidido a enseñorearse del estuario, una reserva en la que está prohibido por ley faenar –salvo el marisqueo a pie– y donde, paradojas de la vida, este especie invasora ha encontrado un refugio privilegiado y una despensa bien nutrida.

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A la izquierda, el cangrejo azul. A la dercha, el tesoro del Guadalquivir sergio garcía

Llegó hace un lustro al estuario del Guadalquivir, se cree que procedente de los barcos que se dirigen a Sevilla y que necesitan soltar agua de lastre para reducir su calado. El aumento de su población, sin embargo, no activó las alarmas hasta hace dos o tres años y ahora es posible encontrarlo a 6 millas mar adentro, mezclado con otras capturas, desbordados los límites del estuario.

«Hablamos de una zona de cría y engorde de sepia, de acedía, de boquerón...», recuerda Marco Miralles. También de langostino, del que se ha pasado de pescar 30.000 kilos en mayo de 2021 a sólo 12.000 doce meses después, confirman desde la Cofradía de Pescadores. «No hay certezas científicas, pero los ciclos de lluvia no bastan para explicar por sí solos lo que está pasando. Jamás habíamos asistido a un descenso tan pronunciado y en tan poco tiempo. Una fluctuación así no puede ser casualidad», revela el técnico José Carlos Macías.

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No todos parecen tenerlo tan claro. Investigadores del ICMAN-CSIC admiten que el cangrejo azul come crustáceos –«ya lo hace en otros sitios y aquí también es muy probable que lo haga. Pero decir que el langostino de Sanlúcar es su presa preferente y que por lo tanto es el causante de la bajada de capturas es en estos momentos especulativo». El 'Callinectes sapidus', coinciden los expertos, se cuenta «entre las 100 peores especies invasoras del Mediterráneo, es omnívoro y se le conocen también comportamientos carroñeros». No es extraño hallar en su estómago restos de plástico, cuerdas y desechos varios, lo que da una idea del comportamiento no muy selectivo de este especie.

En el río, todos tienen su teoría sobre el curso que han tomado los acontecimientos. Joaquín Valencia, patrón del 'Valiente', rechaza la teoría del cangrejo y culpa directamente a la mala gestión que se está haciendo de los recursos y de cómo antes de la última parada biológica –45 días entre septiembre y octubre– «se pescó demasiado y de tamaño muy pequeño». Y va más allá. «Mire, aquí hay mucho pirata; gente que tiene permiso para pescar con caña pero no para vender luego. Y esto en verano es una feria: gente que viene de Sevilla, de Jerez, y pescan en la zona no para comer ellos, ojo, sino para ir luego al restaurante de turno y sacarse cien euros».

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Ventas fuera de lonja

Joaquín tiene para todos. Arremete también contra los barcos almejeros que se despliegan en el dique de enfrente, equipadas sus proas con plataformas de hierro que se posan sobre el fondo arenoso y arrojan agua a presión. «Son como 'Terminator', arrasan con todo. Levantan los fondos y extraen almejas y chirlas, pero si en el proceso topan con un lenguado, lo parten. Y el mismo daño hacen al langostino. Están metiendo mucha presión a los fondos marinos y estos necesitan también su reposo».

Antonio Gálvez Romero repara redes y diseña artes de pesca, pero sabe también de madrugadas soñolientas a bordo porque el mar tiró de él cuando contaba apenas 8 años. Dice que lo que le pasa al langostino no es nuevo ni exclusivo de esa especie. «La naturaleza es muy caprichosa. Cuando se han producido vertidos, la galera y la gamba blanca son las más perjudicadas, y sin embargo ahora hay mucho de ambas. Con el langostino, el problema no es tanto que el cangrejo azul acabe con los alevines, sino la falta de temporales, que ha enfriado el agua», sostiene.

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De vuelta en la lonja, Paco Bejarano, mayorista, sigue la puja sin perder ripio. Coincide con Joaquín Valencia en que las 'chuponas' se llevan las larvas del langostino y con Antonio Gálvez en que la clave es el tiempo. «Es en primavera cuando se producen más capturas. Si de aquí a un par de meses no cambia la situación, con una tormenta fuerte de esas que trae agua y viento, habrá que preocuparse», afirma. Verbaliza, además, una realidad de las que se hacen eco varios compañeros de puja. «No se equivoque, aquí no está todo el langostino que se pesca. Mucho se vende 'fuera' de lonja, en busca de precios más altos. Si hay poco género en el mercado, como ocurre ahora, algunos pagan lo que sea por un kilo».

Los datos

  • 75.000 kilos de langostinos pescó la flota con base en Sanlúcar durante 2021 en la desembocadura del Guadalquivir, la mitad que un año atrás. El verano pasado, antes del paro biológico, llegó a pagarse 140 euros el kilo por los ejemplares más grandes y en Navidad, alrededor de 100.

  • 54 barcos de arrastre (que faenan a más de 6 millas de la costa) y una veintena de trasmallo (cerca del litoral) capturan langostinos y otra treintena de especies. Su frente de acción va desde Doñana hasta Chipiona y Rota. El estuario es zona protegida y la única pesca autorizada es el marisqueo a pie.

Aunque su apellido sea de origen italiano y esté asentado en Sanlúcar desde cinco generaciones atrás, Manuel Pomares Lagomarzzini limpia chocos con la destreza de un itamae de Okinawa. Con las manos embadurnadas de tinta, arruga la cara cuando escucha hablar del declive del langostino. Se nota que lo hace casi con dolor, mientras recuerda a su padre pescar «sacos» de este crustáceo y de angulas en Samaruco, frente a Doñana. «Los pesticidas se han cargado la riqueza del río, no los trabajadores –sentencia–. La gente le echa la culpa a los cangrejos, pero es toda esa química que baja con el agua». Los que quedan, añade, están aguas arriba, en los caños, mezclados con los camarones.

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El langostino es objeto de culto en restaurantes consagrados como Avante Claro, Poma o Casa Bigote. También en La Campana, que se levanta tras la cofradía. Javier Arocha Carreño se afana en los fogones para sacarlos a la plancha, hervidos, en arroces, con tomate y huevo cuajado, con garbanzos... Ha notado el desplome de capturas, «cómo no iba a hacerlo, si ha llegado a estar a 20 euros el kilo y en navidades se pagó a 100». Aunque aún no es su caso, advierte que empiezan a surgir sitios que incorporan a sus cartas el cangrejo azul. La moraleja es sencilla: «Si no puedes con tu enemigo, cómetelo».

El cangrejo azul ya causa estragos en el Mediterráneo

S. GARCÍA

A 925 kilómetros de Sanlúcar, en el Delta del Ebro, saben ya de los estragos del cangrejo azul. Cuando en enero de 2020 los temporales se cebaron con esta zona, donde crían y engordan multitud de especies, los payeses libraban tierra adentro una batalla a brazo partido con el caracol manzana, un invasor que esquilmaba los arrozales y que se reproducía a velocidad de vértigo. Nada lograba atajar su avance, ni el tratamiento con saponinas (molusquicidas) ni la salinización del suelo cuando no había cultivos. Pues bien, hoy su población está estabilizada y eso es así porque el cangrejo azul, que irrumpió aquí hacia 2012, ha hecho suyo este hábitat y los devora por miles, «cuanto más grandes, mejor».

Lo explica Patricia Prado, del Instituto de Investigación y Tecnología Agroalimentarias (IRTA), con sede en San Carles de la Rápita, donde se siguen de cerca los hábitos alimenticios de este depredador natural. «No hace distingos. Da igual que sean bivalvos, gasterópodos, crustáceos como el langostino o incluso miembros de su propia especie». Su voracidad llega al punto de que, cuando no le quedan presas, se alimenta del fango y de la materia orgánica contenida en él. «Sólo entonces se logra frenar sus poblaciones, que los ejemplares sean más pequeños y menos agresivos. Cuanto mejor se alimenta, mayor es su capacidad reproductiva –esta función requiere mucho gasto energético–, pero si la dieta empeora, lo acusa». El problema es que para cuando llega a ese punto ya ha arrasado con todo.

«Antes de que sea tarde»

Una tesis de la Universidad de Valencia y un estudio del Instituto Español de Oceanografía (IEO), constatan la presencia del langostino en la dieta del cangrejo azul, «llegando a alcanzar hasta un 40% de la misma», recapitula José Carlos Macías. Su cofradía está en contacto con científicos de San Pedro del Pinatar (Murcia) donde se ha reproducido también el problema y quiere tomar como modelo los comités de gestión que en Tarragona han reunido a pescadores, investigadores y Administración «para determinar cómo atacar el bicho antes de que sea demasiado tarde. Hay que actuar y hay que hacerlo ya».

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