Alizia Izal, en el centro, con varios residentes en Navarra. R. C.

«Con el deterioro cognitivo no se puede ocultar la identidad sexual»

La sexualidad se transforma con la edad, pero gais, lesbianas y trans mantienen el anhelo del querer pese a los prejuicios

D. Chiappe

Sábado, 18 de enero 2025, 13:18

En una residencia, «una lesbiana no causa problemas, mientras no lo diga o le tire los tejos a otra mujer. Igual que un hombre gay, incluso con pluma, nadie lo sabe si no quieren», mantiene Alizia Izal, mujer trans de 65 años, cuidadora jubilada y ... ex misionero católico. «Pero cuando se es trans, no. Se necesita la aceptación de las demás personas. Ya sea mujer trans, como en mi caso, u hombre trans, que pasa más inadvertido con la barba y la mastectomía. En realidad, sufrimos más las mujeres trans. Se nos mira con cierto desdén», afirma.

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En la edad madura, el deseo y la pasión se transforman. «Un joven tiene la sexualidad a flor de piel, pero la mayoría de las personas mayores no tiene ningún tipo de necesidad sexual y, sea gay o lesbiana, no necesita ya mostrar su preferencia sexual. Pero, incluso con la líbido totalmente dormida, las personas trans maduras sí, siempre vamos a buscar la aceptación del género sentido y necesitamos expresarlo, aunque estemos abandonadas en la calle y nadie nos recoja», reflexiona Alizia.

Ahora bien, el camuflaje cae con la senectud. «Con el deterioro cognitivo no se puede ocultar la identidad sexual», asegura Federico Armenteros, expresidente de la Fundación 26 de Diciembre, que ha acompañado a varias personas LGTBI solas en sus últimos días. «Un compañero de 82 años que murió el año pasado, empezó a perder la inhibición y los responsables de la residencia donde vivía le echaron a la calle, porque se le notaba más que era gay, miraba más a los tíos. Antes, consciente, se reprimía».

La sexualidad cambia, pero el viejo anhelo del querer permanece. «La sexualidad es muy importante y te acompaña hasta el final. No igual que un joven, pero yo sí tengo la idea de sentirme querida y abrazada», comparte Carolina Jiménez, mujer trans y ex auxiliar sanitario.

Contra las creencias

Por experiencia, Alizia Izal divide a los residentes en tres, aun cuando todos «han vivido plenamente el franquismo y la filosofía eclesial con tanto temor al infierno»: «Los que tienen la cabeza bastante bien, sin problemas físicos importantes y un comportamiento socialmente aceptable, saben aguantar sus fobias y se pueden adaptar». Luego están los que «tienen la cabeza bien pero su rigidez no les deja asumir ciertas cosas. No toleran en su casa lo que toleran en la calle. Eso es muy de la época». Y por último están los que «ya no tienen bien la cabeza y, por una parte, toman pastillas y todo les importa un comino, y, por otra, a los que la demencia senil les multiplica sus fobias y se vuelven más intolerantes y agresivos. La agresividad y el bullying tienen que ver con la fuerza bruta y la educación machista».

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Al llegar a la madurez también se enfrentan al estereotipo. «A los gais nos han querido vender como eternos, los 'Peter-Pan', siempre jóvenes y guapos», advierte Armenteros. «Cuando vamos a las manifestaciones para que se vea que envejecemos, al colectivo le duele que se nos vea decrépitos, pero es el ciclo de vida». Al fin y al cabo «los derechos de ahora los hemos ganado nosotros, que nos hemos partido la cara», concluye Ino Aguado, también jubilado.

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