Tras una tragedia como la de Las Atalayas de Murcia, surgen historias donde el azar te coloca en el sitio y en el momento equivocados, como le ocurrió a Eric y a su familia, que celebraron su cumpleaños en un reservado de la discoteca la ... Fonda Milagros, o la camarera que subió a atenderlos en el instante en que prendieron las llamas. Las 13 personas -cinco nicaragüenses, cinco ecuatorianos y tres colombianos- que a las seis de la mañana del domingo se encontraban en la planta superior del establecimiento murieron al verse atrapadas por el fuego.
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Pero también hay historias como la de Maite y sus amigas, a quien el destino le dio una segunda oportunidad. Su caso guarda paralelismos con el de Eric. Las cuatro jóvenes habían salido el sábado por la noche a celebrar el cumpleaños de una de ellas. El grupo decidió festejarlo en la discoteca la Fonda Milagros, en Las Atalayas de Murcia. Pasada la medianoche, se colocaron en la fila para entrar al local, que estaba lleno.
La primera diferencia es que ellas, a diferencia de Eric, no habían contratado previamente un reservado. Habían optado por improvisar. La segunda, y ahí fue donde su suerte cambió, es que se les acercaron unos amigos que esa noche estaban de marcha y que estaban en un local de la misma calle, concretamente en la sala Golden (contiguo a Teatre, la otra discoteca que acabó calcinada por las llamas).
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«Nos dijeron que tenían hueco en su mesa. Hablamos entre nosotras y decidimos que, en vez de esperar a ver si había algún reservado en la Fonda Milagros, nos íbamos con ellos a Golden. Si no nos encontramos con ellos, nos podría haber pasado también a nosotros. Estoy bien, pero todavía no me lo creo», explica Maite, natural de Ecuador, que es estudiante de asistencia en sanidad ganadera y tiene 21 años. A un amigo de su novio le ocurrió justo lo contrario: acudió al cumpleaños de Eric en la Fonda y ahora se encuentra entre los 13 desaparecidos.
No es el único caso. Verónica Mackay estaba en casa de una amiga celebrando el cumpleaños de ésta junto a su madre y dos vecinas más. A las tres y media de la madrugada, después de tomar algunas copas, planearon ir a la Fonda para seguir de fiesta. «Venía de hacer un viaje largo y me dio pereza. Como el coche lo tenía que llevar yo, porque las demás habían bebido, conseguí convencerlas y nos quedamos en casa. Hoy no hablamos de otra cosa», se lamenta mientras observa, con el carrito de su bebé, el trabajo de los bomberos entre las ruinas de las discotecas.
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