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David González
Viernes, 31 de mayo 2024, 12:40
Pausa laboral en una multinacional de logística establecida en Álava. El tiempo justo para comerse el bocadillo, airearse o charlar. Varios operarios hacen cola ante el dispensador de agua. Entre ellos, una trabajadora eventual, quien todavía no ha cumplido su primer año en la compañía. ... Al agacharse para rellenar su termo siente una «punzada entre las nalgas» que le hace brincar. Al girarse hay tres compañeros, de los que uno porta una botella en la mano. El rostro se le enrojece y tan sólo acierta a decirle: «Yo no he sido».
Esta descripción condensa una de las últimas «agresiones sexuales» abordada en el Palacio de Justicia de Vitoria. Sucedió una tarde de marzo -hace apenas dos meses- en un ámbito inusual: una nave de un polígono industrial alavés repleta de testigos potenciales. Pese a que en un principio la víctima rechazó denunciar -por temor a ser despedida-, hubo un aviso a la Ertzaintza y el asunto derivó en un juicio rápido, celebrado la semana pasada por el Juzgado de lo Penal número 2 de Vitoria.
La sentencia, redactada por el magistrado Roberto Ramos y a la que ha tenido acceso este periódico, considera probado que aquella tarde de marzo se produjo una «agresión sexual» -el actual Código Penal ya no distingue entre abuso y agresión- que debe tener unas consecuencias legales. Por eso impone una multa de 4.800 euros al autor del toque «con connotaciones sexuales» ayudándose de una botella.
Se basa el magistrado en varios indicios para llegar a esta conclusión, que no es firme y puede ser recurrida. Aunque asume que la mujer violentada con la botella no vio a su agresor, cuando se dio la vuelta, este compañero laboral, sin antecedentes previos de ningún tipo, se puso «rojo». También negó ser el autor sin ser preguntado, aparte de llevar consigo un objeto compatible con lo sucedido.
Aquella tarde, la mujer volvió a su puesto de trabajo muy afectada. Preocupado, otro operario recriminó al ahora condenado su acción junto al dispensador de agua. Y éste, lo primero que hizo fue acercarse donde ella e intimidarla. Minutos después, más calmado le pidió «perdón», aunque no quedó muy claro si por su bronca o por el ataque anterior con la botella. También apeló a que tenía «familia» para que dejara pasar el altercado. Como así hizo ella.
Sin embargo, el caso llegó a la jefatura de la empresa, que denunció los hechos a la Ertzaintza. Durante las sucesivas ocasiones en que esta mujer tuvo que contar el incidente mantuvo «un relato coherente y sin contradicciones», abunda el fallo. Aparte de que no hay indicios de alguna «animadversión» hacia el sospechoso.
En cuanto a la autoría, insiste el magistrado en sus conclusiones, «tuvo que ser el acusado quien ejecutó, ya que no existe otra alternativa que resulte plausible y creíble». En otro punto, insiste la sentencia en que «su reacción posterior da a entender que algo había hecho, ya que inicialmente se alteró mucho cuando se enteró de que le acusaban a él para, posteriormente, volver a hablar con la víctima para pedirle disculpas».
Antes de la vista, desarrollada la semana pasada en la primera planta del Palacio de Justicia, la empresa donde ocurrieron los hechos tomó cartas en el asunto. Primero suspendió de empleo y sueldo tres días al entonces sospechoso. Él alegó y, una semana después, fue despedido.
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