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«Ahora sí que hace calor». Vicente Esplugues (Valencia, 49 años) pisa entre tinieblas la pista de hielo que tan bien conoce de aquellos espantosos meses (tan cercanos y tan lejanos) durante los que acudió a rezar un responso semanal por las víctimas del ... coronavirus. Hombres y mujeres alineados en ataúdes en una imagen que ya nunca olvidará. Efectivamente hace calor, no hay rastro de hielo sobre la pista olímpica y un operario acaba de encender las luces lo que ayuda a romper el maleficio. Quizás por eso el cura trae los dedos enfundados en un rosario de anillos de calaveras 'metallicas'. La indumentaria, negra, le acompaña. Igual que su cadena (el heavy es el heavy) colgando del pantalón y unas viejas deportivas que se van a quedar con las ganas de botar con Extremoduro. Todo por culpa del Covid, que ha suspendido los conciertos de la banda de Robe Iniesta y ha traído a Vicente al pie del lugar que fue la gran morgue de España, el símbolo cruel de una tragedia. Ver el espacio vacío y bajo un silencio extraño y sepulcral le sigue sobrecogiendo. En los peores días de la pandemia, a principios de abril, llegó a albergar cientos de féretros a cuatro grados bajo cero. Ahora no quedan almas. Pero hay alma.
Entre el frenético ajetreo de furgones fúnebres, de cadáveres que entraban y otros que salían hacia los crematorios, entre el trasiego de los policía y los militares de la UME que nunca dejaron solos a sus soldados desconocidos, Vicente rezaba su oración con su mente concentrada en acompañar con dignidad a los muertos. Pero la procesión iba por dentro. «Tuve el sentimiento de mucha vulnerabilidad, de fragilidad... ahora ver este lugar sin ataúdes me da esperanza, me da ánimo», dice el sacerdote. También a él le ha marcado el confinamiento, «pero me ha dejado mucho aprendizaje de mis propios límites y de mis carencias. He tenido que desarrollar la paciencia y tirar de recursos para salir de la tristeza. Todo este tiempo ha sido un probarme y descubrirme que soy frágil. Y reconozco que la fe es un cimiento fuerte que me ha sostenido».
Poco a poco el Palacio de Hielo va recuperando el bullicio del centro de ocio que siempre ha sido. Aunque con aforos limitados, hay gente en las tiendas, los restaurantes, los cines… Sólo un pequeño comercio, un herbolario, mantiene la persiana bajada. No ha podido superar la crisis. La pista se ha desinfectado dos veces, una después de albergar la morgue y otra con la limpieza completa del centro comercial, cuando Madrid entró en fase 2. «Creo que la gente lo recordará con una mezcla de pena y agradecimiento. Que haya alguien que le dé un poco de repelús, pues a lo mejor. Ya ocurrió en Ifema, con el 11-M», opina Maribel Bermúdez de Castro, adjunta a la Gerencia del Palacio de Hielo. Prueba de que todo vuelve a su ser, es que la pista, que reabrirá al público en septiembre, acogió hace dos semanas la grabación del anuncio de la DGT con el patinador Javier Fernández, la presencia allí de ¡un lobo! y ese magnífico lema de que este país no puede soportar más muertes. Que se lo digan a Vicente, que estos días no para de celebrar funerales pendientes de aquellos aciagos días.
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